Capítulo 7 Empezando con las malas decisiones

1178 Words
Llego al gimnasio y me enfundo una camiseta y un short deportivo, claramente sin llevar ropa interior. Empiezo mi rutina de ejercicios, tratando de ignorar la situación. Han pasado más de treinta minutos y los hermanos Ricci no aparecen. Por un lado, siento un leve alivio por la sensación de frescura, pero por otro, un oscuro sentimiento de decepción me embarga. El hombre ha jugado conmigo y, como una ingenua, he caído en su trampa. Cuando estoy a punto de terminar mi entrenamiento, veo a Ángel, el hermano mayor de los Ricci. Aunque tampoco está nada mal, su rostro no refleja la misma maldad que el de Julius, quien es la personificación misma de la maldad. Se me acerca y me entrega un sobre. —Mi hermano te deja este mensaje. No pudo venir— me informa. —¿Qué? — le pregunto, dejándole la mano extendida. —Mira, no estoy de acuerdo en que mi hermano esté en contacto contigo. No eres el tipo de mujer que solemos tratar. Pero toma esto, ya es tu decisión leerlo o no—, responde él. —¿Es una amenaza? —No, claro que no. Yo no tendría ninguna razón para amenazarte. Solo que mi hermano es algo complicado. Bueno, te dejo. Debo ir a hacer mi rutina—, explica Ángel antes de alejarse. —Claro, te entiendo— respondo. Abro el sobre sin preocuparme por quién pueda estar observando. Dentro encuentro unas sucias palabras que me hierven la sangre. —Me encanta que hayas venido sin ropa interior, pero no quise ir a verte en persona. Aún no eres suficiente para mí, y quiero que me demuestres que lo eres. Ten en cuenta que ya has caído en mis redes y no te escaparás fácilmente. A partir de hoy, quiero que cambies tu forma de vestir. Tengo ojos en todos lados. Quiero que te vistas más seductora en la oficina. Tienes una semana para cambiar todo tu atuendo: blusas más escotadas, minifaldas. No dejes nada a la imaginación. Si pasas la prueba, prometo llevarte al cielo— leo con indignación. Cierro la nota con fuerza y siento un nudo en la garganta. ¡Maldito miserable! ¿Cómo se atreve a pedirme eso? Tengo una familia y una integridad que proteger. Salgo con las mejillas ardiendo de ira y le estrello el papel a Ángel. —¿Qué se está pensando tu hermano? ¿Cree que soy un objeto o qué? Devuélvele la nota y dile que le diga que no haré nada de lo que me pide—, exijo con furia. Pero Ángel me mira con una sonrisa encantadora. ¿Qué me pasa? ¿Desde cuándo un mafioso puede parecerme atractivo? —No puedo devolvérsela. Seré yo quien pague las consecuencias, y no me gusta ver a mi hermano menor de mal humor. No tiene buena fama. Díselo tú. Seguramente te dará la oportunidad de decírselo personalmente— responde con calma antes de alejarse. —¡Están completamente desquiciados! —No me considero tan insensato como él, pero solo quiero darte un consejo: aún estás a tiempo de marcharte por donde viniste— Ángel cambia su expresión, ahora es frío y serio. —No me he involucrado en nada, así que no entiendo a qué te refieres— replico. —Es simple, Loraine. Vas a ser objeto de chantajes y pruebas por parte de mi hermano. Te convertirás en su juguete, un juguete s****l al que exigirá satisfacer todos sus oscuros deseos. Te pedirá que hagas cosas cada vez más audaces, con la falsa promesa de hacerte su mujer, algo que nunca ocurrirá. —¿De qué estás hablando? No me interesa tu hermano. —Pero él sí está interesado en ti, y te volverá loca. —Ja, no digas tonterías. ¿Quién te crees para juzgarme así? Mafiosos, al fin y al cabo —cuando pronuncié esas palabras, los ojos de Ángel se llenaron de furia. Aunque era un mafioso, no le gustaba que lo desafiara en público. Se acercó demasiado a mí, su altura, su pecho, su porte, me hacían sentir pequeña. Un escalofrío de completo terror me recorrió. —Ten mucho cuidado con la forma en que te diriges a la señorita Loraine. Aquí podemos ser los mafiosos más grandes del planeta, pero yo soy el mejor contador de todos. No me llames mafioso, ¿entendido? —su respiración estaba próxima a la mía, cálida pero llena de ira. —Sí, lo he entendido. Disculpa. Ahora por favor devuélvele la nota a tu hermano. No quiero tener nada que ver con ustedes —me alejo, tratando de aparentar valentía, aunque en realidad me siento estúpida por no llevar ropa interior. Salí de allí con mi dignidad hecha pedazos. De acuerdo, tomaré la palabra de Ángel y dejaré todo atrás ahora que aún estoy a tiempo. Han pasado tres días y todo parece estar tranquilo. Me considero victoriosa. No he ido al gimnasio y mi esposo, al parecer, no sabe nada. Llego a mi trabajo y al entrar a mi oficina, mi secretaria me entrega un sobre: —Señorita Martins, esto llegó por mensajería. Me pidieron que se lo entregara con extrema urgencia. —Buenos días, Helen. ¿Quién te entregó el sobre? —Un mensajero, de alguna empresa de correos imagino, pero dijo que era de suma urgencia, así que bueno, ahí se lo dejo. —Gracias, puedes retirarte —me quito el abrigo que llevo puesto. Esa mañana, visto una camisa de satén abotonada hasta el cuello, un pantalón amplio, mi cabello está recogido en una coleta y llevo gafas de protección de pantalla. Cuando comienzo a leer la nota, me quedo estupefacta. «Hoy no estás para nada atractiva. Ya es el cuarto día y tú aún no comienzas a obedecer las condiciones. Sería una pena que este video circulara por tus oficinas. (Ve el enlace de un video; imagino que será el del baño del gimnasio). No me gusta esa camisa blanca, y mucho menos esos pantalones. Te ves como una mujer de la tercera edad, y tú estás muy joven para ocultar tu belleza. ¿Quieres negociar? Te espero en el bar, de la Roca a las seis de la tarde, pero no se te ocurra venir vestida así, o tendrás un castigo.» Me siento afligida y comienzo a llorar. No sabía en qué me estaba metiendo. Si bien el hombre me atraía demasiado, jamás imaginé que quisiera dominarme de esta manera. Ahora tiene un video en su poder con el que amenaza con arruinar mi vida. Jamás me había sentido tan frustrada. Al finalizar la tarde, sin atender a sus peticiones, simplemente me dirijo al bar donde me citó. Debo enfrentarlo. Son las seis y un minuto de la tarde, y él ya me está esperando. Está vestido con un traje oscuro satinado, su peinado es perfecto y su barba está impecablemente afeitada. A unos centímetros de distancia, puedo sentir su perfume. Como si la química estuviera en el aire, no puedo evitar sentir esas cosquillas en mi interior.
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