Loraine
No tarde ni siquiera dos horas para regresar a casa de nuevo, me aseguré de que estuviera completamente libre de cualquier residuo de Julius .
Al entrar a casa vi la escena más enternecedora para cualquier mujer, mi esposo estaba acostado en el sofá con mi hija, estaban abrazados y profundamente dormidos mientras rodaba una película en la televisión.
Me senté en el sillón frente a ellos y me quedé observándolos; una ola de melancolía atravesó mi ser, convirtiéndose en un grueso nudo en la garganta, solo pude apretar mi boca para evitar las ganas de llorar, la culpa que sentía por estarle causando daño, realmente no me dejaba existir.
Emanuel al sentir mi presencia abrió sus ojos lentamente, y sonrío al verme.
—Ya llegaste preciosa, que bueno que estas aquí, nos quedamos dormidos, ¿has comido?
—No, la comida del cine no me gusta, ¿ustedes ya comieron o les preparo algo?
—Si, ya cenamos, pero como yo sabía que no te gusta esa comida, te deje una ensalada en la heladera, es tu favorita, sé que te va a gustar
Le tome la mano a mi esposo y le un beso sobre ella.
—¿Por qué eres tan especial conmigo? — le pregunte con mi voz afligida
—Porque me case contigo y estoy profundamente enamorado de ti, ahora ve a comer y nos vamos a la cama.
Asentí con la cabeza y me dirigí a la cocina. Saqué la ensalada de la nevera, muerta de hambre. Comí despacio, esperando que mi esposo volviera a dormirse. No quería enfrentarlo despierto. Era consciente de los graves errores que estaba cometiendo. Podría dejarme llevar por alguna mentira, y Emanuel no merecía eso.
Cuando volví al dormitorio, me sorprendió encontrarlo leyendo un libro. Se acercó a mí en cuanto me senté en el borde de la cama.
—Loraine, quiero pedirte perdón por lo que ocurrió la otra noche—, sus ojos estaban cristalizados y su voz temblaba un poco.
—¿Perdonarte? No entiendo— respondí, aunque sabía exactamente a qué se refería. No quería que se sintiera mal, especialmente cuando yo misma estaba provocando esta cascada de emociones.
—Eres una mujer hermosa y una esposa ejemplar. Solo quiero hacerte feliz cada día de mi vida. Nunca más volveré a tratarte mal, por más celos que sienta o por más furia que arda en mi corazón. Te amo con toda mi alma, y no quiero perderte, Loraine Martins—.
Las palabras de Emanuel me golpearon como una daga en el corazón, y no pude evitar llorar frente a él. Me sentía miserable por lo que le estaba haciendo. Simplemente lo abracé y lloré en su hombro. Luego, lo miré fijamente y me lancé a besarlo apasionadamente. Él correspondió encantado. No sé en qué momento terminó encima de mí y, consumidos por el deseo, nos desnudamos salvajemente. Los besos entre nosotros eran tiernos pero intensos al mismo tiempo.
Comencé a besar su pecho y su abdomen, y él hizo lo mismo conmigo. Luego, me tendió sobre la cama y, sin apartar la mirada de mí, abrió mis piernas y hundió su rostro entre ellas. Su lengua suavemente exploraba mi intimidad, y mis caderas se arqueaban hacia él en busca de más profundidad.
Los gemidos de placer comenzaron a escapar de mis labios mientras Emanuel continuaba con una destreza que nunca antes había experimentado. Recordé la noche en que Ian y Julius me habían provocado con sus caricias, y eso solo avivó aún más mi excitación.
Con mis manos, abrí mi intimidad para que Emanuel pudiera profundizar aún más con su boca y sus dedos. En menos de un minuto, experimenté el orgasmo más delicioso en días. Me retorcía de placer, sintiendo una necesidad incontrolable de más.
Levanté a mi esposo hacia mí y lo besé con fuerza, mientras mi lengua exploraba cada rincón de su rostro, impregnado con mis propios fluidos. Luego, lo guie para que me penetrara, entregándome por completo al placer que solo él podía brindarme.
Él se movía dentro de mí con pasión desenfrenada, sus ojos ardían de deseo y yo me sentía extasiada. Era un momento delicioso, nuestros ojos se encontraban repetidamente mientras nuestras bocas se fusionaban en un intercambio de fluidos, al tiempo que él movía sus caderas con fuerza. Pasaron unos minutos más hasta que ambos alcanzamos el clímax, quedando húmedos y saciados de placer.
Tras ese encuentro maravilloso, ninguno de los dos se percató del tiempo que había pasado hasta que ambos nos quedamos dormidos, solo para despertar juntos la mañana siguiente. Aquel domingo fue dedicado completamente a la familia; no toqué mi teléfono en absoluto y Emanuel tampoco lo hizo. Decidimos disfrutar juntos como la familia que éramos, aunque en mi interior sentía una hipocresía latente. Mi corazón amaba a mi familia, pero hablar de mi intimidad era algo completamente diferente. Esa parte de mí, la que anhelaba a Julius, permanecía en silencio.
Al día siguiente me levante feliz por el gran fin de semana que había pasado junto a mi esposo y mi hija, mi sucio instinto s****l, me hizo obedecer a Julius , me coloque una minifalda, un gaban sin nada debajo, pero con un gran escote que dejaba muy poco a la imaginación y unos tacones altos.
Me solté el cabello, delineé mis ojos y me puse un labial rojo, mi esposo tambien se alistaba para su trabajo, y su quijada casi se cae cuando me vio.
—Mi amor, estas preciosa, pero está haciendo frio hoy en Italia, asi que esa falda dejaría que tus hermosas piernas se congelen—
—está bien mi amor, así me siento espectacular, no te imaginas, Emanuel, quisiera pedirte algo, es que quiero ir tres veces por semana al gimnasio, ¿podrías recoger la niña por favor? —
Emanuel se quedó viéndome con duda en su mirar, en ese instante supe que no sería tan fácil, así que acudí al método infalible.
—Mi amor, di que si— me acerque a él y comencé a besarlo a la vez que le tocaba su m*****o que de inmediato producto de mis besos se puso duro, me puse de rodillas frente a él, desnude mis senos rápidamente y comencé a succionarle su m*****o mientras le suplicaba que recogiera a mi hija, él pobre hombre estaba tan excitado que en medio de su idilio me dijo que si, cuando me respondió, sentí el deber de hacérselo con más placer, asi que simplemente lo saque de mi boca, se lo masajee un poco, lo escupí, y de nuevo se lo succione, pero esta vez con más rapidez y agilidad, mi cabeza iba de arriba hacia abajo, y mis manos acariciaban su escroto, el pobre hombre no aguanto dos minutos más y avergonzado se derramo en mi cara.
Yo recordé la lección de mi mafioso y con ternura lo dejé completamente limpio con mi boca.
Emanuel no salía de su asombro, lo bese de nuevo, pero esta vez con dulzura, él jamás se imaginó que se lo iba hacer de esa manera antes de irnos a trabajar, ¡por supuesto que lo convencí de que recogiera nuestra hija.
Al llegar al trabajo, nuevamente fui el centro de atención de todas las miradas unas buenas, unas no tanto, me desabroche el gaban dejando mis pechos casi que al descubierto, cruce mis piernas, y simplemente empecé mis labores, mi pobre asistente se estaba derritiendo, y más de dos veces tuvo que ir al baño, estaba segura de que se iba a masturbarse, porque su m*****o estaba completamente erecto cada vez que me giraba a verlo.
Cuando ya estaba por salir al gimnasio, un mensaje llego a mi telefono
«Me encanta como estas vestida hoy, ¿quieres tomar un café?»
Un café, pensé, todo esto solo por un café, pero bueno, eso era más que nada, asi que de inmediato le respondí.
«Si quiero»
Cinco minutos más tarde, Julius estaba esperándome afuera de mi lugar de trabajo en un vehículo de lujo último modelo, con ventanas tintadas y completamente blindado. Al abrir la puerta para que me subiera, lo vi sentado allí, con gafas de sol y un impecable traje oscuro que lo hacía parecer más un magnate que un gánster.
—Saludos, mi bella— dijo con ese encantador acento italiano que siempre me derretía.
—Hola, Julius— respondí tímidamente.
—Veo que has comenzado el día con buen pie, te ves deslumbrante como siempre. Cada vez logras conquistar más mi corazón— continuó, y sus palabras me llenaron de una emoción que nunca había sentido antes. Tomé su mano mientras me giraba hacia la ventana. Luego, él se acercó y depositó un dulce beso en mi mejilla, un gesto que me hizo estremecer. Se recostó en mi hombro y suspiró.
No podía creer lo que estaba pasando. Pensé que quizás él también estaba sintiendo lo mismo que yo, que tal vez se estaba enamorando o que deseaba lo mismo que yo. Quizás esa noche sería nuestra.
Sin embargo, en lugar de eso, nos encaminamos hacia un encantador café en las afueras de la ciudad. Durante esa velada, simplemente compartimos un café, pero para mí, significó mucho más. Julius mostraba una faceta completamente diferente, como si fuera un caballero que nunca antes había conocido.
Caminamos por un sendero que bordeaba una hermosa laguna, rodeada de exuberantes flores y el aroma embriagador de las azucenas blancas.
—Mira, aquí podemos presenciar uno de los atardeceres más bellos de mi Italia— dijo Julius.
—Es cierto, el atardecer es precioso y demasiado romántico— respondí.
—Así es, mi preziosa, tan hermoso como tú—expresó Julius mientras se giraba hacia mí y comenzaba a besarme dulcemente. Sus gestos no llevaban ni una pizca de vulgaridad; era como si yo fuera su novia, como si hubiera algo especial entre nosotros que no se reducía al deseo s****l.
Pasamos una hora más juntos, conversando como si nos conociéramos de toda la vida. Tal vez, en ese momento, Julius finalmente me estaba viendo de verdad, como si hubiera superado todas las pruebas...
—Es hora de regresar, preziosa. Gracias por hoy—anunció Julius.
—Gracias a ti— respondí lanzándome sobre él para darle otro beso. Minutos más tarde nos separamos, pero yo me sentía como una quinceañera que acaba de encontrar su primer amor. Estaba completamente encantada. Si Julius seguía comportándose así conmigo, sería extremadamente difícil para mí separarme de él.