Después de presenciar a Devora en ese estado, concluí que su casa no era el lugar más adecuado para mí. Decidí que al día siguiente me marcharía de su lado, sin importar las objeciones de Julius, especialmente considerando su actitud hacia mí. Al alba, reuní todas mis pertenencias y, lista para partir, vi la expresión trágica en el rostro de Devora.
—¿Hacia dónde te diriges, querida? —preguntó con pesar.
—No lo sé, Devora. Lo único que tengo claro es que no quiero quedarme aquí —respondí, arrastrando mi maleta hacia la salida, pero ella me detuvo.
—No puedes irte. Si te vas, Julius me hará daño —suplicó.
—Hablaré con él. No puedo seguir compartiendo este espacio contigo. Aprecio mucho todo lo que has hecho por mí, pero no puedo soportar tanta tensión y espero que lo entiendas —afirmé con firmeza.
—¿Se trata de lo ocurrido ayer, verdad? —preguntó con preocupación.
—Sí, por lo de ayer, por lo que ha sucedido desde mi llegada, por todas esas cosas que han hecho tambalear mi cordura. No estoy preparada para esto —confesé.
Intenté salir nuevamente con furia, pero Devora me sujetó con fuerza del brazo, causándome un leve dolor.
—¿Qué te pasa, Devora? Me estás lastimando —exclamé.
—¿Qué te pasa a ti? Si te marchas, Julius me castigará —respondió con desesperación.
—Estás mintiendo, no creo que él se atreva a tanto. Además, no puedes retenerme aquí en contra de mi voluntad, y respecto a ese individuo, no te preocupes, porque ahora mismo le pondré las cosas claras —afirmé con determinación. Me liberé de su agarre con fuerza, la miré con desprecio, abrí la puerta y me marché. Devora seguía gritándome mientras me alejaba, pero tenía una urgencia irresistible por escapar de ese lugar. Detuve un taxi y, sin tener ninguna otra opción, decidí que un hotel sería un buen refugio temporal. Al menos con el dinero que Julius me había enviado, sobreviviría unos días.
Justo cuando pensaba en él, mi teléfono comenzó a sonar, mostrando un número desconocido. Por un instante, tuve miedo de contestar, pero reuní fuerzas. Tenía tantas cosas que decirle que no podía perder la oportunidad.
—¿Hola? —respondí.
—¿Dónde estás, pequeña revoltosa? —gritó Julius, su enojo evidente en su voz, lo que curiosamente me causó cierta diversión.
—Mi ubicación no es asunto tuyo. No te creas dueño de mí. ¿Devora ya te ha llenado la cabeza con chismes? ¿La has amenazado, verdad?
—Vuelve inmediatamente a la casa de Devora —exigió.
—¡Por supuesto que no! ¿Qué te hace pensar que regresaré a la casa de tu amiga? No deseo estar en ese ambiente, no soy ese tipo de persona, ¿entiendes? —respondí con firmeza.
—Tú sí eres ese tipo de persona, Loraine. Por eso quiero que regreses allí. Me estás irritando —replicó.
—¿Y qué si me irritas? ¿Vas a venir a golpearme? ¿Vas a lastimar a mi hija y a mi exmarido? He perdido absolutamente todo gracias a ti. Ya no tengo esperanzas con nadie. ¿Qué soy ahora? Tan solo un objeto para ti, uno que ni siquiera has usado —expresé con amargura.
Después de decirle todo eso, la llamada quedó en silencio durante unos minutos. Sabía que él seguía al otro lado, escuchándome, pues su respiración entrecortada era audible. Finalmente, suspiró y volvió a hablar.
—Eres muy rebelde y difícil, Loraine, pero eres preciosa y una de mis mayores obsesiones. Ven al bar, ya estoy aquí. Quiero hablar contigo en persona —dijo Julius antes de colgar. Quedé petrificada por un momento. La idea de ir a su bar me asustaba, pero había esperado eso durante casi dos meses: verlo, besarlo, acariciarlo. Lo que sentía por él me hacía perdonar absolutamente todo, incluso los oscuros deseos que él despertaba en mí.
—Señor, cambie de dirección, por favor —le indiqué al taxista, dirigiéndome hacia donde estaba Julius.
Unos minutos después, con todas mis maletas, entré en el bar. Aunque era temprano, el lugar estaba abierto las 24 horas. Uno de los guardias de Julius me condujo hasta su oficina. Allí estaba él, sentado detrás de su imponente escritorio, visiblemente más desgastado que la última vez que lo vi. Sostenía un vaso de whisky en la mano y su rostro carecía de expresión.
—Hola, Julius. ¿Cómo estás? —saludé, intentando romper el hielo.
—Hola, preziosa. No tan bien como tú, pero al menos estoy vivo. Siéntate, me complace mucho que hayas venido. No quise sonar controlador contigo. Solo quiero que seas mía, nada más —dijo con suavidad.
Sus palabras hicieron que mi corazón flaqueara. Estuve a punto de decirle que sí, que era suya y solo suya, pero no podía permitirle ese placer después de la forma en que me había tratado.
—Has hecho lo que te ha dado la gana conmigo. Me has tratado como si fuera una más de tus prostitutas, pero yo no soy nada de eso. Ni siquiera has formalizado algo conmigo. ¿Qué demonios quieres de mí, Julius Ricci? En los últimos meses, solo has arruinado mi vida. ¿Qué hice mal? ¡Dime! —exclamé entre sollozos, lágrimas surcando mis mejillas mientras lo miraba.
Él permanecía inexpresivo, sin decir una palabra, mirándome como si el tiempo se hubiera detenido, moviendo su dedo dentro de la copa de whisky.
—¡Dime algo, maldita sea! —grité en su rostro, provocando un gesto de desagrado en él. Por fin pareció reaccionar.
—Bueno, mi querida Loraine, realmente me gustas mucho, pero no lo suficiente como para hacerte mi mujer —dijo, levantándose de su silla y metiendo las manos en los bolsillos, comenzando a dar vueltas a mi alrededor—. Mira cómo me he transformado para ti. Gasté una fortuna en cirugías. No tengo dos costillas. Mira mi trasero y mis pechos, están enormes. ¿Qué más quieres de mí?
—Me gustan las rubias con labios voluminosos —respondió como si fuera algo trivial.
—¿Qué? ¿Estás bromeando, verdad?
—No, hablo muy en serio. Ya lo sabías. Tienes en cuenta que no me gusta tu color de cabello y que tus labios son demasiado delgados. Eres preciosa, pero me gustan las mujeres más expresivas. Por eso quería que te quedaras con Devora. Ella haría un mejor trabajo contigo.
—Devora es una prostituta. No habría hecho nada bueno por mí, Julius —respondí con determinación.
Se acercó a mí y rozó su nariz en mi cuello, su aroma me mareaba. Luego, puso su mano sobre mi pecho, llegando a uno de mis senos recién operados y lo apretó con fuerza, haciendo que soltara un gemido.
—No, no me manipularás con más promesas. Me largo de ti, de todo esto. Necesito empezar de nuevo para recuperar a mi hija —declaré con firmeza.
—¿Para qué quieres recuperar a tu familia? Eres de este mundo. Te encanta el sexo sin control. Eres bisexual reprimida y estás deseando que un mafioso te posea —afirmó.
—¡Eso no es cierto! —protesté con la voz entrecortada.
—Sí, mi amor, lo es. Y yo te haré feliz. Abre la boca.
Lo miré confundida, sin entender qué planeaba hacer.
—Abre la boca, preziosa —ordenó. Como una tonta, obedecí. Puso una pastilla dentro de ella, sin sabor alguno. Al poco rato, no sentí ningún efecto.
Todo comenzó cuando la pastilla se disolvió dentro de mí.