― Señorita Sophie, despierte, por favor ― un niño toma la mano de la joven mientras su madre prepara algo de comer. ― Déjala descansar, Jeremía, ella estará bien ― sonríe la mujer. La mestiza mueve los ojos de un lado a otro sin poder abrirlos completamente, los siente pesados, cansados y aun así se obliga a hacerlos, la luz le incomoda de primer momento pero tras varios pestañeos veloces desaparece tal sensación; lo único que puede ver es el techo de una habitación celeste –lo que deduce al ver la pintura un poco desgastada-, lentamente se incorpora dejando a la vista las muecas de dolor que provocan sus heridas y cuando se cree sola en esas cuatro paredes sus ojos conectan con los del niño que le sonríe animado. ― Hola, señorita Sophie, mi nombre es Jeremía y mi mamá se llama