Las piernas y brazos de Siu temblaban a más no poder, aunque intentara ocultar su temor, esa faena le resultaba imposible, porque el hombre que le había hablado se trataba ni más ni menos, que del mismísimo Emperador. —¿Cómo se atreve a profanar el jardín real? ¿Pero quién se ha creído usted, señorita? A leguas se ve que no tiene educación —espetó entre dientes mientras apretaba los puños. Siu bajó de inmediato deslizando su cuerpo en el rugoso y grueso tronco hasta que sus pies tocaron el suelo de tierra. Sin más que agregar, Siu se postró en el suelo, en señal de arrepentimiento. —Discúlpeme, su majestad —La chica apretó los labios para continuar su explicación—. No lo hice por mal, es que... —No deseo escuchar sus vagas excusas. Los jardines de este palacio son sagrados como para qu