A pesar de que el amanecer había sido resplandeciente; a eso de las 8:00 un cúmulo de nubes grises había cubierto el manto celeste. Ahora el pueblo de Ciudad Prohibida reflejaba el verdadero estado de ánimo que rondaba por todo el reino y su gente. Dentro de las paredes de Ciudad Prohibida, las cuales solo estaban destinadas al emperador, sus cortesanos y sus sirvientes, los episodios de convulsiones de An habían cesado, al menos por el momento, y los curanderos del palacio se habían quedado al cuidado de ella, mientras Heng y Shun se devolvían a la capilla para orar por enésima vez. —¿Y tu hermano? —inquirió el emperador con tono seco. —Eh, él está... —A Shun no se le ocurría nada en ese preciso momento, además odiaba mentirle a su padre, nunca lo había podido hacer y prefería decirle