La mañana había sorprendido a Heng y a su hijo Jin, porque en cuanto ingresaron a la alcoba donde sus hijos y la extraña chica se estaban recuperando, se encontraron con que Yun había despertado de su estado de convalecencia y al parecer sus energías estaban bastante renovadas. —Jin... Padre —mencionó Yun, mientras intentaba sentarse. Heng ayudó a Yun a acomodarse en la cama con ayuda de Jin, uno en cada lado. Cuando se vieron con más tranquilidad, Jin se reclinó sobre la cama, escondiendo sus lágrimas de felicidad y Heng no pudo evitar darle un abrazo a su hijo, por todo ese tiempo en el que no sabía nada de él. A tiempo, los curanderos salieron de la habitación para darles privacidad a los Qing. —Perdóname, hijo... Perdóname —fue lo primero que salió de los labios de Heng con la voz e