A medida que se adentran en los recovecos de aquella guarida improvisada en medio de la naturaleza las personas se les quedan viendo anonadadas, incrédulos y temerosos, algunos sonríen alegres y esperanzados y otros se sorprenden y piensan que lo que está sucediendo es más importante y peligroso de lo que ellos imaginaban. — ¡Cataleya! — grita un joven. — ¿Dónde demonios has esta...? El chico observa al grupo de jóvenes que se encuentra detrás de su hermana, los escudriña reconociendo a la mayoría y su boca se desencaja en una mueca de asombro y perplejidad. Misael sonríe para darle tranquilidad, camina hasta el chico y le tiende la mano con gusto, ambos las estrechan en un cordial saludo y Paolo pasa su mirada repetidas veces de Leya al ruso sin poder creer lo que sus ojos le muestran