Inuyasha
—¿Qué quieres? —Le pregunto a Sesshomaru mientras sigo tecleando en el computador.
—Qué hagas bien tu trabajo — murmura — ya supera a esa maldita mujer, ¿no te das cuenta que era lo que quería? —Lo sigo ignorando.
—¿Algo más Sesshomaru? —Resopla enojado y sale azotando la puerta.
Al parecer es una costumbre de todo el mundo
La verdad es que he dado un cambio radical desde que todo pasó, ya no soy el mismo Inuyasha. Me follo a cualquier mujer que me pase por el frente tratando de olvidarla, pero parece imposible. Su piel la sueño todas las noches, eso no ayuda en nada.
Le propuse matrimonio a Kikyo quien ahora es el hazme reír de todo el país, ya que me importa nada que este cerca o lejos para serle infiel. Ella solo guarda silencio y me acepta todo.
En estos años me estuve refugiando un poco en el alcohol, pero tomé terapias para no llegar a ser un alcoólico. Suspiro y hago mi trabajo cuando mi secretaria nueva llega contoneando las caderas.
—Señor Inuyasha, su padre llamo dice que le urge hablar con usted — miro a Yura quien está parada frente a mí con una mirada seductora.
Sus ojos chocolates me miraban directamente mientras que entraba despacio en su interior. La noche fresca de París le dió todos los toques románticos para nosotros, aquellos dos amantes que se amaban bajo el aire de la pasión.
—Yo lo llamo — respondo cerrando la laptop. Ella camina y se sienta en mi regazo y no tardo en tomar sus labios.
En ninguno de los labios de todas esas mujeres pude encontrar el suave y dulce sabor de Kagome
Ignoro los pensamientos que se asoman a mi cabeza y voy a su cuello.
No tiene su aroma
Me enojo de sobremanera porque no puedo estar con otra mujer sin que el nombre, los ojos, los labios, y el cuerpo de Kagome Higurashi se asomen a mi mente. Es como una maldición, estoy cansado de todo lo que esa mujer ha hecho conmigo. La odio, quiero odiarla, deseo odiarla.
Subo su falda hasta la cintura y le quito la braga que lleva. Me pongo el preservativo y estoy en ella en un segundo.
—Ah—los gemidos de ella no son sexys, suenan horribles. Tal vez solo soy yo queriendo buscar aquellos gemidos que me hacían enloquecer.
—Kagome mírame—ella me da una dulce sonrisa mientras que me mira.
—Gracias—beso sus labios.
—Te dije que ibas a tener la mejor luna de miel—ella sonríe y asiente.
La chica esta encima de mi cuerpo moviéndose como si el mundo dependiera de ello haciendo ruidosos gemidos. La ayudo con mis manos en sus caderas para que se mueva con más coordinación, pero con ninguna mujer pude tener conexión en el acto sexual... Solo con ella.
Me muevo y ella alcanza el clímax y luego yo. Respira con dificultad mientras yo solo la levanto de mi cuerpo acomodo mi traje y salgo de ese lugar caminado lejos. Miro el que era el despacho de Kagome, nadie puede entrar ni ocuparlo. Camino hasta él y todo está igual, nada ha cambiado en este lugar. Cierro los ojos y los recuerdos me azotan con fuerza.
—Tengo una duda—me dice.
—¿Cuál?—pregunto curioso.
—A que sabrán tus labios—me mira y mis ojos se abren al momento que paso saliva de manera lenta.
—Es una pregunta que no tiene respuestas—ella me guiño un ojo.
—Si la tiene—se apresura a hablar.
—Anja, ¿cuál?—mis cejas le levantan.
—Esta—y besa mis labios.
Recuerdo que fue la primera vez que probé algo tan adictivo como fue el probar los labios de Kagome Higurashi. Me siento asfixiado por los recuerdos que corro fuera de este lugar. Llego a mi auto y solo hago conducir sin mirar atrás porque eso significa muchas cosas, muchos recuerdos que trato de olvidar.
—¡Maldición!—grito enojado mientras las lágrimas bañan mis mejillas.
Han pasado años y aún ella sigue en mi mente como cuando se escabulló sin permiso. Cierro los ojos y trato de calmarme. Salgo del auto y me encuentro en la nada, estoy desorientado, perdido, la quiero a ella, quiero a Kagome, pero jamás le voy a perdonar lo que me hizo.
La quiero odiar, detesto contradecirme tanto con mis emociones y pensamientos. Odio todo esto. Todo estaba tan bien sin que esa pequeña azabache llegara a mi vida, como cambiaría todo mi dinero, toda mi fortuna por un momento de paz junto a ella. Me duele que está encerrada, pero trató de matarme, pero pensándolo fue eso fue que debía hacer desde un principio. Matarme para que de ese modo no sufra esta tortura con la que vivo ahora.
Todos me dicen que la olvide, pero esa mujer me maldijo para que no la pueda sacar de mi mente y de mi corazón. En estos años muchas veces llegué a ir a la cárcel para visitarla, pero gracias al cielo al final no pude. No podía verla sin sentir que algo se abría, sin sentir un remolino de emociones dentro de mí.
Ella es como un torbellino, torbellino que no quiero volver a ver más, sin embargo, muero por hacerlo. Cada segundo siento que enloquezco. La quiero, pero la detesto. No puedo amar a quien solo jugó con los sentimientos que tenía por ella, a quien solo me vio como un medio de venganza. Aunque me duela admitirlo, ella solo fue manipuladora y yo una estúpida marioneta para entretener al público.
Me entro al coche antes de que algún delincuente aparezca y todo sea mi fin. Conduzco en dirección a la casa de mi padre para ver qué diablos quiere ahora. La relación con mis padres no va bien. Está rota desde que di este cambio me viven reprochado mil de cosas. Yo solo lo ignoro y me largo.
No quiero ser un malagradecido porque siempre le estaré agradecido por todo lo que han hecho por Sesshomaru y por mí, pero creo que ya estoy grande como para que quieran meterse en mi vida. Soy un hombre y las decisiones que tome deben de caer en mi cuenta.
Cuando llego entro como Juan por su casa, camino hasta su despacho y lo veo discutiendo por teléfono hasta que cuelga y de pasa las manos por la cabeza en señal de frustración.
—Hola padre—tampoco soy un maleducado.
—Hijo...
Sus ojos me analizan y yo no entiendo ni mierda de lo que pasa, mi madre y Sesshomaru entran y todos me miran.
—¿Qué sucede?—pregunto un tanto alarmado.
—Kagome quedará libre—mis ojos se abren mientras que mi cuerpo tiembla sin razón. No sé si es emoción, ira, odio, no lo sé.
—¿Qué?—pregunto con un hilo de voz.
—Me informaron que ella saldrá libre porque bajaron su condena por buen comportamiento—niego lentamente mientras mis manos tiemblan.
—No quiero... No quiero seguir escuchando—salgo de ese lugar sintiéndome ahogado. No, no la quiero ver porque eso sería doloroso...