Capítulo 17: Femme Fatale

2359 Words
La noche nacía y con ella toda la ciudad despertaba. Carolina podía verlo desde la terraza del penthouse que había sido su hogar durante la última semana. Las luces de la ciudad ardían como un incendio forestal y las bestias de la noche salían de cacería y ella también lo haría. Hace un par de días que su última presa no respondía y pronto la cuenta de la habitación llegaría y ella no estaría ahí para recibirla. Fue a uno de los cajones de la amplia habitación, a buscar el equipo perfecto para el trabajo, unas pantaletas y un brasier con encaje n***o, mostraba lo suficiente como para que quien lo viera quiera llegar hasta el final y daría lo que fuera para hacerlo. Decoro sus largas y suaves piernas con unas largas medias que oscurecían su blanca piel y en el closet escogía un vestido de seda n***o que hace juego con su ropa interior, unos zapatos de tacón abiertos que la ayudaran a sobresalir de la multitud y un pequeño bolso vacío, no necesitaba llevar nada, era solo para lo que recolectar el botín de la noche. Salió del cuarto y en la recepción pidió un taxi, una vez adentro le solicitó al taxista que la lleve al mejor antro de la ciudad. Durante el viaje, Carolina notó que el taxista la miraba constantemente por el retrovisor y era justamente lo que ella quería. -¿Disfrutas la vista, cielo?- Le preguntó Carolina. -Discúlpeme, es que usted está muy bonita- Dijo el conductor con ternura y nerviosismo. -Awww que lindo eres, muchas gracias, eres un amor- Dijo Carolina con la suficiente sensualidad para aumentar el nerviosismo del taxista. -No es de por aquí ¿verdad?- Preguntó el conductor mientras su rostro se enrojeció y una ligera capa de sudor se formaba encima. -¿Qué me delató? -Me pidió que la llevara al mejor antro de la ciudad, significa que no sabe cual es. -Que listo eres- Dijo con tono de inocente sorpresa.- Sí, solo vine unos días y buscaba un lugar donde divertirme. -Pues si gusta puede llamarme mientras esté en la ciudad, le mostraré todo lo que quiera y cuidaré que no la quieran estafar.- El conductor intentaba demostrar su confianza y seguridad. -Ay que lindo eres, seguramente te tomaré la palabra. El auto se orilló a la banqueta, juntó a un gran edificio donde la música resonaba, luces brillaban por la puerta y una larga fila se formaba afuera. -Ya llegamos, serían 160 pesos. -Claro, permíteme- dijo Carolina abriendo el bolso y rebuscando en su interior vacio- ¡Ay no! creo que olvidé mi cartera en el hotel. -¿En serio?- Preguntó con preocupación el taxista. -Sí, ¿te importaría si te lo pago después? cuando nos veamos para que me muestres la ciudad.- Guiño el ojo de forma coqueta, la boca del hombre se secó como un hueso. -Sí, está bien- Dijo con prisa el conductor. Carolina se bajó del auto, cerró la puerta y se reclinó sobre la ventana del copiloto. -¿Me das tú número, guapo?- Preguntó asegurándose que el escote del sexi vestido hiciera su magia. El hombre se apresuró, abrió la guantera, arrancó un pedazo de hoja de un documento y se apresuró a escribir su número de teléfono, su mano temblaba y sudaba cuando se lo dio a la hermosa chica. Carolina vió el número y el nombre escrito sobre él, se llamaba Alan. No valía la pena recordar el nombre, solo lo leyó para decirle: -Muchas gracias, Alan, te veré luego. Carolina se levantó y caminó a la entrada, Alan la vio alejarse con pasos seguros y sensuales que movían ligeramente sus caderas. Fue la última vez que la vio. El taxi siguió su camino, Carolina arrugó el número y lo tiró al piso. Una vez en la entrada del antro, se saltó la fila, cruzó un par de palabras y sonrisas con el cadenero. En cuestión de segundos consiguió entrar al lugar. El lugar estaba repleto, no cabía duda de que era una noche perfecta para salir de cacería. Estaba rodeada de posibles víctimas. Sus clientes ideales, niños ricos, hijos de hombres poderosos dispuestos a dar todo por una joven tan hermosa como Carolina. Con cada paso que la mujer daba por el lugar, la gente se quitaba de su camino y admiraban su belleza. Los hombres la deseaban y las mujeres la admiraban o la celaban. Insectos atraídos a un foco, así es como Carolina los veía. Al llegar a la barra se acercaron sus primeros clientes, un joven, con un traje desaliñado por el paso de la noche, pero era un traje caro, ella sabía muy bien cómo identificarlos, el tipo de tela, el corte de la prenda y las etiquetas que podían o no traer. El joven le ofreció invitarle una bebida, Carolina aceptó, por supuesto que pidió una copa de lo más caro del lugar, tan caro que hasta el joven le dolió un poco la cartera, pero era un precio razonable por la oportunidad de conquistar a esa joven. Lamentablemente el gusto no le duró, ya que otro joven, con un traje mucho más caro y con mucha más seguridad llegó a intentar conquistarla. Carolina sabía tomar y escoger al mejor de quien tomar, así que no dudo en cambiar de cliente. La noche avanzó con rapidez y Carolina junto los números de cinco prospectos de gran calidad, un abogado, dos doctores, el hijo de un gobernador corrupto y el de un narcotraficante de alto nivel. Todos con un buen patrimonio dispuestos a dar una gran parte para solventar todos los lujosos gastos que Carolina deseara, pero ninguno la terminaba de convencer, no era nada nuevo y eso le pesaba a la joven. Desde hace unos meses el estilo de vida que la joven llevaba y disfrutaba se volvieron monótonos y un poco sin sentido. Ya había tenido todo lo que ella quería, sin embargo seguía rondando las oscuras calles buscando algo más, algo inalcanzable y probablemente inexistente que llenara su necesidad de tenerlo todo. Hace unos días, mientras se arreglaba frente al espejo una pequeña y ligera arruga se formó en la comisura de su labio superior, rápidamente la joven consiguió el mejor tratamiento rejuvenecedor, patrocinado por su amante del momento, pero la idea del envejecimiento se formó en su cabeza. Solo tenía 26 años, aún era muy joven, pero ¿por cuánto tiempo más? llevaba siete años en el negocio y desde el inicio sabía que no sería eterno, que tendría un límite y fue entonces que decidió explotarlo lo más posible, pero ahora debía cambiar de objetivo. Los niños ricos y vanidosos no podrían darle la estabilidad y los lujos por tiempo ilimitado, debía usar los años que le quedaran de inmaculada belleza para encontrar un hombre bueno, que pudiera cumplir con sus caprichos el resto de su vida, pero eso era un reto difícil, incluso para ella. Un nuevo prospecto se acercó a cruzar palabras con ella, era un senador, Carolina lo había visto varias veces en las noticias. De todos los anteriores era por mucho el más feo, era un hombre mucho mayor que ella, tal vez en sus cincuentas, con un notable sobrepeso y por su olor corporal una cuestionable higiene, pero también era el más rico. Un muy buen prospecto para solventar su vida un poco más, hasta que el indicado llegara. -¿Muñeca, te gustaría ir a un lugar más tranquilo?- Preguntó acercando su gran cuerpo a la joven. Carolina sabía que darles lo que buscan tan pronto era un gran riesgo de acortar seriamente el interés del cliente, aún había mucho para poder tentarlo. -Aun es muy temprano, muñeco.- Le dijo seductoramente para que la negativa no lo molestara. El senador rio de forma torpe, mostrando sus amarillos dientes. -No me refería a eso, conozco un lugar mucho más tranquilo, donde podamos hablar un poco mejor. La idea le agradó a Carolina y aceptó. Salieron del antro, el senador caminaba seguro, sujetando fuertemente la cadera danzante de la joven como un trofeo. A fuera su chofer lo esperaba, con la puerta de su BMW abierta. -Al Jazz-in, Manuel- Le dijo el Senador al chofer antes de subir. Durante el viaje el senador se abalanzó sobre la joven y la beso, primero el cuello, luego en el rostro y finalmente sus labios, Carolina lo permitió para evitar que se sintiera frustrado. La mano del senador recorrió la pierna de la joven, pero Carolina lo detuvo cuando estaba apunto de entrar bajo el vestido, en compensación lo besó con mucha más pasión, fue un trato justo para el senador. Llegaron al bar, era muy diferente al antro en donde estaban, el edificio era viejo y la música no llegaba a escucharse hasta la calle, cálidas luces rojas iluminaban las pocas ventanas que daban al exterior, pero solo esa tenue luz podía cruzar, la vista era cubierta por suaves pero gruesas cortinas blancas que evitaban poder ver hacia el interior. Sobre la puerta un pequeño letrero de luz neón roja que apenas resplandecía decía “Jazz-in”. El senador la guió adentro, no había cadenero. El lugar era espléndido, nada de luces estroboscópicas, ni música ruidosa, solo unas cuantas lámparas con luces rojas que apenas iluminaban el lugar, frente a ellos había un pequeño escenario donde un grupo de Jazz compuesto solamente por un pianista, un bajista, un trompetista y un saxofonista, tocaban una pieza suave que tranquilizaba el alma. Frente al escenario había pequeñas mesas redondas rodeadas por pequeños bancos. Al lado derecho de Carolina había una barra y detrás de ella habían botellas de todos los tamaños y con todo tipo de bebidas, pero lo que más le llamó la atención fueron los gabinetes que se encontraban por las orillas de todo el lugar, pequeños gabinetes redondos, con asientos de cuero que rodeaban una mesa circular en donde solo había una pequeña lámpara con luz roja y un cenicero, cada gabinete estaba separado de otro por una delgada pared y frente a cada gabinete había una gruesa cortina de terciopelo rojo, que más parecía un telón. En algunos gabinetes habían personas sentadas y en pocos gabinetes la cortina que te permite ver al interior estaban corridas. Mientras Carolina examinaba el lugar, el senador fue con el bartender y volvió con un par de tragos. -¿Qué te parece?- Preguntó a la joven que veía anonadada el lugar. -Es increíble, nunca había visto un lugar así. El senador acercó su rostro al oído de Carolina, como un sediento hocico a un charco de agua y dijo: -Y eso que no has visto la mejor parte. Tomó a Carolina del brazo y la llevó al gabinete más cercano, pero Carolina opuso resistencia. -Espera, hay que escuchar un poco a la banda.- Se excusó la joven. La respuesta molestó al Senador, eso se ganó Carolina por anteponer sus deseos, tan pronto, sobre los del cliente. El hombre se acercó a la chica y en un tono firme le dijo: -Yo no vine aquí a escuchar a ninguna jodida banda, yo vine aquí a coger, así que mueve tu lindo culo. Nuevamente sujeto a la joven, pero esta vez con mucha más firmeza, sintió los gordos y pequeños dedos de su mano enterrarse en su suave piel, y la jalo con decisión. No tendría de otra, pensó la joven, ya había metido la pata una vez y si no quería perder a su presa tendría que ceder, al menos solo un poco, pero por primera vez en muchos años la idea le resultó sumamente desagradable. Dio unos dudosos pasos hacia su destino cuando una voz resonó sobre la banda. -Me parece que ella no quiere ir contigo. Ambos voltearon a buscar quien había intercedido, la voz venía de uno de los gabinetes abiertos. Vieron la silueta de un hombre, que fumaba un cigarrillo, el humo contrastaba gracias a la luz frente a él. Se levantó y se aproximó hacia ellos, entonces lo pudieron ver bien. Era un hombre, tal vez en sus treintas, era delgado, pero fornido. Vestía un traje sencillo de color café grisáceo, estaba muy viejo y percudido, se podían ver un par de remendados. Usaba unas botas negras con las puntas sumamente rayadas por el uso y su sombrero era grande, la sombra que generaba hacía que su rostro sea prácticamente irreconocible. -Déjala en paz, cerdo.- Dijo el hombre con voz firme y segura. -¿Cómo me llamaste? ¿Acaso sabes quien soy? ¿Sabes lo que puedo hacer contigo?- Dijo el sanador, soltando a Carolina del brazo. -Me muero por saberlo- Dijo el hombre, levantado el rostro, la sombra subió lo suficiente como para mostrar una gran sonrisa, formada por dientes blancos y dos largos colmillos sobresalen del resto. -No te metas en lo que no te importa, idiota- Le dijo Carolina a aquel misterioso hombre. -Así se habla, bombón- Dijo el senador, estirando su mano y tocando el trasero de la joven. Carolina estaba harto de él, la idea de pasar la noche o otro minuto con ese cerdo le parecía intolerable, así que le quitó la mano con un fuerte empujón y le dijo: -Y tú no me dices que hacer, yo hago lo que quiero con quien quiero. El senador la vio sorprendido y rabioso, no estaba acostumbrado a recibir un “no” de respuesta, pasó su mano por su grasoso cabello, dando ruidosos resoplidos. -Pues al diablo con los dos.- dijo, caminó a la salida, dando un leve empujón al hombre- Puta.- Exclamó antes de salir. El extraño hombre no le quitó la mirada de encima hasta que se fue, luego volteó a ver a Carolina, estaba furiosa con él. -¿Quien diablos te pidió ayuda? -le reclamó Carolina. El hombre la examinó por un segundo, dio media vuelta y salió. La noche de Carolina no había salido como ella esperaba, pero no todo había salido mal, encontró un bar que la había cautivado e hipnotizado con su atmósfera, quería regresar, solo para descubrir qué más le podía brindar ese lugar.

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