Capítulo 1
Día 1: Volviendo al principio.
Narra Melu:
Tener que hacer la maleta para irme de lo que hasta ese momento fue mi hogar es de las cosas más difíciles que habia hecho en toda mi vida. Acababa de firmar los papeles del divorcio, sóla, mientras veia a mi alrededor la casa donde intenté crear una familia y terminó explotandome la ilusión en la cara. Martín envió a su abogado muy temprano ese día, llevabamos mes y medio separados y claramente no viviamos en el mismo lugar, pero si queria conservar mi trabajo tenia que abandonar mi casa. Su amenaza habia calado dentro de mi un gran temor, eran una familia con el poder suficiente para eliminarme de la faz de la tierra, como habia sucedido con la princesa Diana, o esas son las especulaciones. La cuestión era que no habia ni una gota de tonto en su ser, me iba a dar más de la mitad de lo que me correspondía sólo por él quedarse con la casa. Pero me negué, no necesitaba su lastima ni su limosna. Prefería conseguir mis cosas con trabajo, asi que me quedé con la mitad que me correspondía y la usaria lo mejor que pudiera.
Tenia la impresión de que Martín me era infiel, nunca descubrí nada ya que ni a su celular me podia acercar, pero no fue lo que me terminó separando de él. Una lágrima recorre mi mejilla izquierda, la quito con cierto rencor y mucho dolor en mi corazón al recordar esa noche de hace dos meses. Llegó tarde del trabajo cómo de costumbre, nos encontrabamos solos pues ese era el dia libre de la mucama. Le atendí, cómo cada vez que ella no estaba, calenté su comida y la coloqué en la mesa, sabia que se encontraba un poco tomado por lo que preferí mantener la distancia y la boca cerrada, pero eso no me salvó. Hace tres años el hombre que creia perfecto se cayó del pedestal donde lo tenia, comenzó a golpearme y al siguiente dia se disculpaba, prometiendo que no lo haria nunca más y jurando que estaba arrepentido, una cruel mentira que se repitió una y otra y otra vez. Ese día no fue diferente. Después del primer bocado, lanzó hacia mi su plato, que al tocar el piso se rompió en mil pedazos, como mi corazón. El miedo ilumino mi cara, pánico y terror de ver ese monstruo que al dia siguiente se disculpaba con rosas. Su puño derecho voló hacia mi mejilla, enrojeciendola al contacto, un punzado fuerte se desbordó por todo mi ser. Caí deslizándome por la isla de granito de la cocina y perdí la conciencia sin poder escuchar sus reclamos ni su voz.
Pasé dos semanas en la clínica, él pagaba mis cuidados y pagaba muy bien a los doctores para dejar las preguntas fuera. Después de una larga recuperación y no hablaba de la física, tomé la decisión de dejar esta vida y metí el divorcio. Para mi sorpresa, él lo habia hecho primero. Era mejor para su figura pública decir que él me boto a mi y nadie preguntaría más allá. No hablé con sus padres, ni con su hermano. Cuando llegué a nuestra casa todo estaba en orden, pero también en silencio. Esa noche no volvió, ni las siguientes. Nuestra separación era una realidad. Lloré desconsolada en el hombro de Ludwika, mi mejor amiga, creí que habia perdido mi trabajo, lo que no fue así. Martín lo habia pensado todo, habló con mi jefe para darme unos dias libres por problemas personales, o ese fue el correo que recibí aunque sabia mejor que nadie que seguramente Martín influenció la decisión con dinero, cómo todo lo que hacía.
Volviendo a mi realidad, mi auto me esperaba con las maletas en el baúl y mi corazón roto en el asiento de atrás. Recorrí las calles que me alejaban de la vida que un día conocí y regresé a unas que me vieron crecer, sonreir y ser libre. Estacioné en mi ya conocido puesto, a-26 se leia en el asfalto. Bajé las maletas y la fui subiendo una por una hasta que por fin todo estaba en el apartamento. Antes de cerrar la puerta, una voz llamó mi atención. Era la de un hombre discutiendo por teléfono, pero antes de escuchar detrás de una puerta, con todos los problemas que ya cargaba encima, decidí hacer oidos sordos y cerrar.
Unas horas más tarde.
Ludwika acababa de llegar, vestia unos jeans desgastados y rotos en las rodillas, una camisa de cuadros y unos botines negros de tacón. Me saludó con dos besos, uno en cada mejilla y levantó una botella de vino.
-Cariño, vine a celebrar que finalmente eres libre- dijo entre broma y reproche, ella no podia entender cómo habia aguantado tanto-. Así que súbele a la música porque esta noche vamos a embriagarnos.
-¡Estas loca! -exclame-. Acabo de volver y ya voy a estar molestando a los vecinos. Ellos no tienen la culpa de que mi matrimonio haya fracasado.
-Por favor, hasta tus vecinos estarian felices por ti si supieran de la basura que te libraste -refuto ella -. Además, quizás alguno de ellos este bonito y terminas esta noche diferente- Ludwika subió las cejas en señal de insinuación, yo bufé moviendo la cabeza en señal negativa-. Vamos Melu, ¿Desde cuando no tienes sexo?
Mi cara se enrojeció, asi de directa era mi amiga pero yo prefería guarda mi intimidad para mi misma. Realmente mi cerebro respondía: hace más de seis meses. Sin embargo, respondí alzando los hombros y me alejé de ella por la verguenza.
Continuamos la noche sin más percances o preguntas incómodas hacia mi persona, unas horas después llegó Julián mi otro mejor amigo y terminé cómo de costumbre, llorando en el hombro de él y Ludwika.
El primer mes después de la separación me concentré en el trabajo, siendo absorbida por el. Llegaba a altas horas de la noche y me iba muy temprano en la mañana. Perdí peso por no estar pendiente de las horas de comida, las ojeras comenzaron a aparecer tan marcadas que ya ni el maquillaje me las tapaban. Eran las ocho y diez de la mañana, me encontraba en la oficina cómo de costumbre y mi teléfono sonó anunciando un mensaje, mi piel se erizó al leer el remitente: mi madre.
Mantuve a mis padres alejados de mi por mucho tiempo, ellos creían que era feliz con Martín y mi madre estaba orgullosa que su única hija fuese esposa de un hombre tan poderoso y rico "mantener el estatus" decía, por lo que mantuve en secreto los golpes, problemas y sobre todo el divorcio, hasta ese momento.
Melissa, te espero al final de la tarde para tomar un café en casa. Tenemos muchas cosas de que hablar, cómo de tu divorcio. No acepto un no por respuesta. Tu madre.
-Señora Renaldi, ¿Está aqui? -. Mi jefe me espantó, haciéndome por poco caer de la silla del escritorio.
Armando Graterol era otro joven magnate de los negocios, dueño de una de las empresas asociadas a la multinacional de la familia de Martín. Un hombre bastante atractivo, sin embargo su caracter demandante me hacia recordar a su amigo y socio, lo que lo volvía un repelente para mi.
-Disculpe, atendía un asunto familiar- expliqué.
-Durante el trabajo- dijo, más para él que para mi, mientras negaba con la cabeza.
-Si, ultimamente mi vida es el trabajo señor Graterol- respondí un poco frustrada-. Le pido disculpas por este momento, pero también le agradezco que deje de llamarme con el apellido de mi exesposo.
Sus ojos se iluminaron con sorpresa, primera vez desde que estoy trabajando que no soy sumisa ante sus reproches y quizás estaba atentando contra mi trabajo, pero no queria repetir el circulo vicioso de mi vida personal en el laboral también.
-Esta bien, señorita Melissa-, era la primera vez que decia mi nombre en los cinco años que llevaba trabajando para él -. Queria pedirle que cancelara todas mis reuniones de la tarde, voy a salir de viaje.
-No me lo habia informado antes- reproché, no queria volver a la soledad de mi departamento.
-Si, estaré afuera una semana- confirmó-. Tómelo cómo el complemento de sus vacaciones. Y sin decir más, se fue.
Bendito día, y aun me faltaba irme a reunir con mamá.
Narra Pablo:
Hace un mes que vivía sólo en mi departamento de soltero, hace un mes que entendí que mi matrimonio se habia terminado y que por lo pronto no veria a mini Pablos o mini Sabrinas por allí andando. Poco a poco Sabrina y yo dejamos de entendernos, los desacuerdos comenzaron después de intentar por segunda vez tener un bebé y todo se fue en picada. Peleas, berrinches de su parte y el último aborto espontaneo que tuvo fue la cereza el pastel.
No me habia podido llevar todas mis cosas al departamento, por lo que volvi esa mañana a la que un día fue mi casa y ahora solo vivía ella, por decisión propia elegí dejársela. Y la admiré desde la cera. Mi antigua residencia quedaba sumamente cerca y sólo necesitaba una maleta más por llevar, asi que dejé el auto y vine andando, queria conectarme con la naturaleza y respirar aire fresco.
Tampoco tuve que tocar el timbre, seguía manteniendo mi llave. Al ingresar la familiaridad y nostalgia me chocan, sin embargo, no permito que me consuman. Sabrina debia estar trabajando, lo que me daba la libertad de estar allí el tiempo que quisiera antes de que vuelva. Camino hacia la cocina por un poco de agua, la cámara de la cochera me hace fruncir el ceño, ya que el auto de mi exesposa seguía en la casa.
-¿Se fue en bus?- me pregunté. Con el vaso de agua en la mano, subi las escaleras.
Los sonidos saliendo de la habitación principal se intensificaban con cada escalón que subía, mi cerebro queria pensar algo coherente pero no llegaba a nada. Abrí la puerta de la habitación por impulso, encontrandome con una escena que hubiese preferido evitar.
-Pablo, ¿Qué haces aquí? -. Sabrina intentaba taparse con las sábanas cómo si yo fuese un extraño que jamás vió ni probó su cuerpo. A su lado se hallaba un hombre, el cual reconocí de inmediato, nuestro vecino.
-Disculpen- susurré, estabamos separados, el que sobraba era yo, pero también era tremendamente dificil pensar en que ella ya me habia reemplazado -. Vine por una maleta- le explique -. Lamento molestar, la proxima vez aviso primero.
Con un nudo en la garganta salí de mi antigua habitación, busque la maleta y me fuí, esperando en mi subconciente que Sabrina viniera detras de mi, que me pidiera que no me fuese y que todo era un mal entendido, pero eso nunca pasó.
Al llegar al departamento llamé a Camila y Jesús, eran esposos pero también eran mis amigos. Unas horas más tarde me encontraba contándoles toda la historia. Se tardaron por llevar a sus dos hijos con los abuelos, para pasar la noche escuchando mis penas. Me daría verguenza si fuesen otras personas, sin embargo estos dos conocian toda mi vida mejor que nadie.
-Es una p...- chilló Camila.
-No lo es, en cualquier caso ya nos habiamos dejado - la defendí.
-Si y que poquito le duró el luto, que ya metió a otro en tu casa y en tu cama- se quejó ella.
-Amigo, tienes que seguir adelante, como lo hizo ella- dijo esta vez Jesús-. No te permitas echarte a llorar por una mujer que demostró que no valia la pena. Allí en el mundo vas a encontrar a una que sea para ti, que te ame y te respete-. Camila vió con orgullo a su esposo, como si fuese un consejo muy sabio y por un segundo sentí envidia de ellos, de su amor y de que lo mio se haya terminado.
-Hoy podemos salir- propuso Camila, intentando animarme.
-No, prefiero quedarme aqui.
-¿En esta pocilga? No amigo, aqui ni las ratas quieren estar- bufó Jesús. Y la verdad aun estaba todo muy desordenado por el poco tiempo que he tenido en el trabajo para encargarme de estas cosas.
-Lo lamento, esta vez no quiero salir - dije manteniendo mi postura firme. Mis amigos entendieron y después de unas copas de vino, me despedí de ellos en la puerta del departamento.
Antes de cerrar, una silueta familiar llamó mi atención. Hace un tiempo que no la veía, tampoco tenia una relación muy cercana a mi hermano, pero la reconocería en cualquier lugar.
-¿Melissa?- interrogue, llamando su atención. Sus ojos se abrieron con sorpresa, se veia más delgada que la última vez y también un poco pálida.
-Pablo, ¿Qué haces aqui?- en su voz habia algo oculto, sumado al reproche, ella no estaba feliz de verme y no sabia porque...