Huyendo.

1944 Words
La veo marcharse triste y, me siento miserable. No soy ese tipo de hombre, no tengo esos malos hábitos de hacer llorar a las mujeres. No fue así como me criaron mis padres. Carajo, pero es complicado, es muy complicado estar en este lugar. Yo no debí acostarme con ella, debía rechazarla, sin embargo, no pude, fue imposible hacerlo. Tenía tanto tiempo sin intimar, sobre todo, sin desear de la forma en que la desee en ese momento. Ahora me arrepentía, deseaba regresar el tiempo, no haberlo hecho, pero lo hecho, hecho está y, no puedo cambiar lo que hice, solo puedo arreglar esta incomodidad hablando, haciéndole frente a lo que pasó y, no hacer de cuentas que nada sucedió. Era su primera vez, recuerdo claramente al momento de hundirme lo estrecha que estaba, como la hice mujer. No podía ignorar aquello, tampoco sabía qué hacer. —No tiene que sentirse responsable —empezó ella—, porque fue mi decisión, yo pude detenerlo, pero no quise. Y no quise porque desde el primer momento en que mis ojos lo vieron, lo desearon —era valiente, aguerrida para decir lo que sentía—. Usted me gusta, me gusta tanto que, la noche en que me entregué a usted fue la noche más feliz de mi vida —mi saliva se hace un nudo. La confesión de sus sentimientos me deja en trance. Lo sospechaba, sí que sospechaba por su forma de mirarme, sonreírme, hablarme y halagarme, pero no pensé que tendría los ovarios para decirme a la cara como me lo estaba diciendo ahora. Suspiro y la miro—. Eylin, agradezco tu sinceridad y los sentimientos que tienes hacia mí, pero sabes que entre nosotros no puede ni podrá existir nada. Son muchos los motivos, el primordial es que, trabajamos en el mismo hospital, soy el ex de tu cuñada, nuestra familia tiene algunos inconvenientes, y el más importante, no tengo sentimientos por ti —sí, lo sé, estaba siendo muy duro con ella, pero tenía que decir lo que sentía como ella lo estaba haciendo. No podía dejar que se hiciera ilusiones conmigo porque yo, no saldría con alguien cercano al esposo de mi ex—. Lo siento —digo al ver su rostro triste. —No se preocupe. Yo sabía que no sentía nada, que entre los miles de mujeres que existen, sería la última en la que se fijaría —se levanta— Por favor, pida mi cambio, ponga alguna queja o algo por el estilo para que me envíen a otra área, porque creo que después de esta situación, no podremos continuar compartiendo el mismo espacio. —No te preocupes, tomaré mis vacaciones y, dejaré un reemplazo, será con esa persona con la que compartirás este espacio —asiente, se gira para irse, pero mi voz vuelve a detenerla— ¡Perdón! —digo con un nudo en la garganta. Sé cómo se siente estar en su lugar. Sé cuánto duele, y puedo decir que duele demasiado— ¡Perdón por haberme ido de esa forma, haberte ignorado y, perdón por lo que te hice! —Ella no me mira, solo asiente y se va. Ya solo me froto las sienes intentando aliviar el punzante dolor de cabeza que me atormenta. No puedo dejar de pensar en lo que he hecho, en la terrible equivocación que cometí. ¿Cómo pude dejarme llevar de esa manera? Maldigo entre dientes mientras recuerdos de esa noche invaden mi mente. Eylin siempre me ha parecido una chica encantadora, brillante e increíblemente dedicada a su profesión. Pero nada más que eso, porque esa noche, aunque sentí el deseo más grande de hacerla mía, no significó nada más que solo eso, deseo. Quizás fue el cansancio, o tal vez el licor que habíamos compartido. Aún puedo sentir sus labios sobre los míos, la suavidad de su piel bajo mis dedos. Recuerdo la forma en que su cuerpo tembló cuando la toqué, la forma en que susurraba mi nombre entre gemidos. Fue una experiencia embriagadora, adictiva, que nubló por completo mi juicio. Pero ahora, la realidad me golpea con toda su crudeza. Eylin es una mujer joven, inexperta que se entregó a mí porque su corazón está lleno de amor por mí. Y yo, como un maldito imbécil me he aprovechado de eso. La he usado para satisfacer mis propios deseos egoístas, sin pensar en las consecuencias ni el dolor que le he causado. Carajo, como fui tan miserable, como puedo ser un imbécil en hacerla sufrir. ¿Cómo voy a mirarla a los ojos ahora? Después de lo que pasó, sé que ella me ha entregado su corazón. Y yo, en mi estupidez, lo he roto en mil pedazos. Soy un maldito canalla, un ser despreciable que no merece siquiera ser llamado médico. Me recuesto en mi silla, cubriendo mi rostro con las manos. Las imágenes de esa noche siguen acosándome, atormentándome sin descanso. Pude ver su mirada llena de adoración, su sonrisa tímida mientras se acercaba a mí. Y luego, la forma en que su rostro se desfiguró en una expresión de dolor y decepción cuando le confesé que no podía corresponder a sus sentimientos. ¿Cómo pude dejarme llevar de esa manera, sabiendo que ella era virgen, que para ella significaba todo? Soy un monstruo, un maldito depredador que ha destrozado la ilusión de una joven inocente. Me levanto de mi silla, incapaz de permanecer quieto. Camino de un lado a otro, maldiciéndome una y otra vez. Debí haberme detenido, debí haber sido más fuerte, más responsable. Pero en lugar de eso, me dejé arrastrar por el deseo, por la lujuria, olvidándome por completo de las consecuencias. Me detengo frente a la ventana, observando la lluvia que cae incesante sobre la ciudad. Es como si el cielo llorara por mí, por mi pecado imperdonable. Cierro los ojos, intentando bloquear los recuerdos, pero es inútil. Siguen atormentándome, recordándome una y otra vez lo que he hecho. ¿Cómo voy a poder seguir viviendo con esto? ¿Cómo voy a poder mirarme al espejo sin sentir asco y desprecio por mí mismo? He roto su corazón sin ninguna consideración. Y ahora, no puedo más que lamentarme y arrepentirme, sabiendo que nada de lo que haga podrá deshacer el daño que he causado. Aprieto los puños con fuerza, sintiendo cómo las uñas se clavan en la palma de mi mano. El dolor físico es nada comparado con el tormento que me consume por dentro. Suspiro profundamente, intentando encontrar algo de paz en medio de esta marea de emociones turbulentas. Pero es inútil. Sé que no habrá descanso para mí, no hasta que logre encontrar una forma de redimirme, de enmendar mi error. Aunque tal vez eso sea imposible. Quizás he cruzado una línea que no tiene vuelta atrás. La puerta de mi consultorio se abre, no regreso a ver pensando que es ella, solo espero que sea lo que sea por lo que haya venido, que lo diga o agarre pronto y se vaya. —Rolan, cariño —es mi madre. Suspiro profundo y la miro— ¿Qué tienes? —Nada —digo regresando a la silla. —¿Volviste a discutir con tu padre? —niego. —Tomaré mis vacaciones —digo al mirarla—. Tengo más de dos años que no las he recibido así que, es momento de tomarla. —¿Cuánto tiempo estarás fuera del hospital? —No sé, un mes, dos meses, quizás tres, la verdad es que necesito alejarme un tiempo. —¿Es por esa mujer? ¿Te sigue doliendo? Cariño, porque no empiezas a salir con alguien más, mira, hay muchas chicas hermosas esperando que dirijas la mirada hacia ellas —sí, y una de esas es la hermana de Dylan Mancini. Suspiro—, Dorita, la hija de tu madrina ha regresado, podrías invitarla a salir, que se yo, viajar juntos… —Te agradezco tus consejos, mamá, pero no es eso lo que necesito. Quiero estar solo, absolutamente solo. Incluso ahora quiero estar solo, por eso me iré a casa. Me despido dándole un beso en la cabeza y salgo—. Los esperaré para cenar, mañana salgo temprano —dicho eso me voy. Salgo apresurado del hospital porque no quiero detenerme a hablar con nadie de aquí, lo que necesito es salir porque si me quedo un segundo más terminaré ahogándome en mi propia sofocación. En la madrugada estoy de pie en mi habitación, observando con ojos cansados la maleta abierta sobre la cama. Es casi la una de la madrugada y dentro de pocas horas debo estar en el aeropuerto para tomar mi vuelo. Aún me cuesta creer que esté haciendo esto, que esté huyendo como un cobarde. Con un suspiro, comienzo a recoger algunas prendas, doblándolas con cuidado y colocándolas en la maleta. Necesito llevar lo esencial, nada que me ate a este lugar. Quiero dejar todo atrás, olvidar los horribles errores que he cometido. Cada vez que recuerdo la mirada de Eylin, llena de dolor y decepción, siento como si me clavaran un puñal en el corazón. No puedo seguir viviendo con eso, con la culpa que me consume por dentro. Por eso he decidido huir, escapar de todo esto, aunque sea solo por un tiempo. Termino de empacar y cierro la maleta con firmeza. Doy una última mirada a mi alrededor, a la habitación que ha sido testigo de tantos momentos de mi vida, y siento una extraña mezcla de alivio y arrepentimiento. Sé que lo que estoy haciendo no es la solución, pero en este momento es lo único que puedo hacer. Con pasos lentos salgo de mi casa y me dirijo al aeropuerto. Las calles están desiertas a esta hora, y el silencio me envuelve como un manto. Siento que, de alguna manera la ciudad también está llorando por mí, por este dolor que me atraviesa. Llegó al aeropuerto y me dirijo a la zona de embarque. Hay pocas personas a esta hora, pero aun así me siento abrumado por la sensación de estar huyendo. Me siento en una de las sillas, mirando fijamente mi boleto de avión. Es mi boleto de salida, mi oportunidad de escapar de todo esto. Cuando finalmente abren las puertas de embarque, me levanto con un nudo en la garganta. Avanzo por el pasillo, sintiendo cómo cada paso me aleja más de la vida que he conocido. Es una sensación agridulce. Una vez a bordo del avión, me acomodo en mi asiento, observando por la ventanilla cómo las luces de la ciudad se van perdiendo en la distancia. Cierro los ojos, intentando encontrar algo de paz en medio de este torbellino de emociones. Sé que no será fácil, que tendré que enfrentar mis demonios tarde o temprano, pero por ahora, este es el único refugio que tengo. Cuando el avión despega, siento una extraña sensación de liberación. Es como si pudiera dejar atrás todo el peso que cargaba sobre mis hombros. Llegó al hotel y me instalo en la habitación. Es un lugar impersonal, falto de calidez, pero en este momento es justo lo que necesito. Me dejo caer sobre la cama, sintiendo cómo el cansancio se apodera de mí. Con un suspiro, me levanto y me acerco a la ventana. Observo la ciudad que se extiende ante mí, tan ajena y distante. Pero a pesar de todo, siento que este viaje, esta huida, es lo que necesitaba. Tal vez aquí, lejos de todo, pueda encontrar la fortaleza para redimirme y volver a ser el hombre que alguna vez fui. Aunque no sé si eso será posible, al menos debo intentarlo.
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