Entre a la hermosa habitación, a ese cuarto le llamaban: “Los aposentos de la duquesa”, su recinto siempre estaba medianamente iluminado, suaves luces ocres, olores a licor, perfumes de alta gama y una decoración bastante presuntuosa. La mullida alfombra amortiguaba el sonido de mis mocasines negros. –¿Me buscaba, mi señora? –cuestioné con un tono seductor y cordial. Siempre debíamos tener ese tipo de trato hacia ella. Me levanté la careta, se tenía la costumbre de saludar con un beso en los labios a nuestra ama, era una regla muy singular de este lugar. Colocó una mano al frente de mí y ladeó la mirada, evitándome. –¿Hice algo que le molestara? –cuestioné con esa ronca voz que tanto me caracteriza. La hermosa dama que rondaba arriba del medio siglo de edad, sacó su abanico de m
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