Capítulo 3. Una situación loca e inesperada

1751 Words
Milena revuelve su pequeña cartera una y otra vez, revisa su celular, envía unos mensajes y los vuelve a dejar en su sitio. Ha dado vueltas alrededor del sofá como diez veces en estas dos horas que llevan esperando que el servicio técnico del edificio venga a rescatarlos del encierro. Luzio, sin embargo, permanece sereno, observándola ir y venir de un lugar a otro con sus pies descalzos mientras acaricia a Susi acostada a su lado. De pronto una sonrisa pícara se le escapa cuando recuerda algo y Milena no duda ni un solo segundo en mostrarle lo que tiene en la cabeza. —¡Esto no es jocoso! —dice ella colocando sus brazos en forma de jarra para mirarlo. A Luzio le parece adorable la manera en que sus cejas se fruncen cuando le habla—. A esta hora ya debería estar en mi cama, viendo una película, relajada, mientras espero el día más feliz de mi vida. No es justo, han pasado ciento veinte minutos y absolutamente nadie ha venido. Es solo una puerta, ¿qué tanto puede llevarles desbloquearla? A Luzio se le vino a la mente cuando su madre entró al armario de su padre, tal como había pasado ahora con Milena. Claro, aquello terminó, según su padre, en la mejor follada entre ellos y es muy seguro que él sea producto de esa hora de desenfreno. No puede evitar sonreír por lo parecido de la situación, aunque entre ellos no termine de la misma forma. —¿Por qué no te relajas aquí tal como lo harías si estuvieras en tu departamento? —responde Luzio molestando aún más a la mujer—. Podemos ver si hay algo de cenar en mi refrigerador, abrimos una botella de vino y… —No puedo tomar alcohol —Lo interrumpe ella mientras se despeina con los dedos—, creo que ya sabes el motivo. En eso suena el celular de Luzio y ella se acerca esperanzada de que sea Tomy o alguno de los otros guardias del edificio, pero no. Luzio se levanta del sofá y camina hacia la cocina mientras habla quién sabe con quién, sin importar lo que ella pueda estar sintiendo. Sonríe, coquetea, habla suave, luego vuelve a sonreír. ¿Estará hablando con su novia? ¡Por supuesto que sí! Es San Valentín y todo el mundo está celebrando a esta hora, menos ellos dos. Se siente realmente patética. En esos siete años nunca le había importado este día, muchos menos lo que hacen los demás, pero, ¿por qué ahora piensa en eso? En eso, Luzio se voltea mientras continúa hablando por teléfono y sus ojos se encuentran con los suyos. La mira con una intensidad que ella no ha visto en estas horas que llevan solos. Esto se siente muy parecido al coqueteo y un poco como un juego previo para algo que ella hace mucho no siente. Ella aparta su mirada inmediatamente, intimidada por ese efecto extraño que él está causando dentro de su estómago. —¿Te gusta la pasta? —Luzio pregunta desde dónde se encuentra luego de colgar su llamada. Ella asiente tímidamente. Al poco rato un olor a comida casera se empieza a esparcir por todo el departamento. Milena lo observa moverse de aquí para allá mientras va manipulando sus ingredientes. No puede negarlo, se ve muy atractivo con esa camisa celeste, sus mangas remangadas hasta los codos y ese porte de hombre maduro, despreocupado y a la vez imponente. Unos minutos después, se levanta del sofá y va junto a él para ver más de cerca lo que está haciendo. Se nota que sabe desempeñarse muy bien en esto. Mientras él termina con su parte, ella pone la mesa y a pesar de que anteriormente había dicho que no quería alcohol, termina tomando una copa de vino tinto para acompañar el pescado y la pasta que Luzio cocinó. Susi observa tranquila desde el sofá el interactuar de esos dos que al final terminan cenando entre risas y mucho más relajados que antes. A Milena se le pasan las horas sin que se dé cuenta y se sorprende lo casual que se siente estar atrapada con Luzio hablando de cosas triviales. Ya no está pensando en su cita de mañana o en su película favorita “500 días juntos” que siempre ve en esta fecha a solas metida en su cama, o en ese pote de helado de dulce de leche que dejó en la encimera de la cocina que la ayuda a olvidar sus penas. Ya no siente prisa por salir. —¿Te gustó? —La voz de Luzio sale más grave ahora, más ronca y sigue mirándola de una manera intensa. —Deliciosa —Milena se limpia la garganta al sentirse cohibida por su mirada y la pregunta, que desde su boca parece tener un doble sentido—, no pensé que fueras tan buen cocinero. —Bueno, no lo soy. Esto es lo único que sé cocinar —ríe—. Cuando fui a estudiar a Alemania aprendí a cocinar mi propia comida para no morir de hambre. Nada de lo que hacían allí me gustaba. —¿Qué estudiaste allí? —Arquitectura, entre otras cosas —Luzio parece incómodo al contestar aquello—. ¿Y tú? Dijiste que tienes un negocio, ¿a qué te dedicas? —Hago postres de todo tipo, pasteles, tratas, galletas. Mi negocio es “Sweet Temptation”, la confitería que se encuentra a cuatro calles de aquí. La fundé hace seis años, un año después de la muerte de mi novio. Era un proyecto que teníamos juntos y para el que habíamos ahorrado mucho tiempo, el tiempo que llevábamos de novios. Milena no se explica por qué le está contando todo esto a un desconocido. Supone que quizás el encierro la está haciendo salir de sus cabales. —¿Por qué tomaste esta decisión? —Mile sabe a lo que se refiere—. Digo, cualquier mujer querría tener a alguien a su lado para eso, una contención, un apoyo. —Porque me siento bien así y no necesito nada de eso que se supone, puede darte una pareja. No quiero ni tengo tiempo para un compromiso con nadie, dar explicaciones o pedir atenciones. Me siento capacitada para hacerlo sola. —Me gusta cómo piensas —Luzio sirve un poco más de vino en la copa de Milena, también en el suyo—, yo pienso igual. Creo que sobrevaloran el matrimonio y el hecho de que formar una familia es lo que hace a una persona completamente realizada. Yo me siento bien solo, entre mis planes más próximos no está el casarme y mucho menos tener hijos. No porque no me gusten los niños —Levanta la mano mientras sonríe—, porque tengo cuatro hermanos y cinco sobrinos a quienes adoro, sino porque lo siento innecesario para mi vida. Milena encuentra que Luzio tiene una manera de ser fácil que la hace sentir cómoda. No tiene que recurrir a silencios incómodos ni guardarse sus opiniones sobre algún tema, porque él tampoco las hace. Mientras terminan de tomar su copa de vino, Luzio le comenta que tiene treinta y seis años, un año menos que ella, que es hijo de un reconocido empresario hotelero de apellido Wilson, que su madre es una pediatra oncóloga y que tres de sus hermanos optaron también por la medicina, mientras que una de ellas, la menor estudia marketing, y que su mejor amigo es un abogado. Para ella es difícil entender que un hombre como él no esté casado y tenga un par de hijos para su edad. Por un tiempo se centran en disfrutar de la deliciosa cena y ese vino que parece un néctar de los dioses, manteniendo la conversación ligera. Sus codos se rozan de vez en cuando, al igual que sus rodillas debajo de la mesa pequeña. Su conversación va naturalmente de discutir sobre cuál es la comida más deliciosa para ambos, a comparar sus gustos sobre las películas o géneros de música. De repente, Milena se da cuenta de que la está pasando muy bien, en realidad, un tiempo fabuloso. Ya casi se había olvidado de lo agradable que puede ser cenar con un hombre como si fuera una cita. La sonrisa y la forma de hablar de Luzio es contagiosa. —Me gustaría saber cómo es que sigues soltera —Luzio apoya la barbilla en su mano mientras sus ojos verdes la examinan profundamente—. Dudo que no hayas tenido pretendientes en este tiempo. Eres una mujer bellísima. Milena casi se atraganta con su vino. Ella también se ha preguntado exactamente lo mismo sobre él en las últimas horas. —Esa es una muy buena pregunta —dice ella buscando las palabras adecuadas para dar su respuesta—, y… Como si el universo estuviera esperando el momento justo, la puerta hace un ruido estrepitoso y finalmente se abre. Un equipo de reparación se disculpa al interrumpir la cena. Luzio y Milena se quedan mirándose por unos segundos eternos. —Bien, creo que ya llegó la hora de irme —dice ella mirando su reloj. Ya casi es media noche—. Disculpa las molestias que te hemos causado. Te pagaré la factura de la reparación de los retratos y cualquier otra cosa que se deba abonar. Muchas gracias por la cena, realmente estaba deliciosa. Se levanta de la mesa avergonzada de ser la culpable de toda esta debacle que ha hecho que Luzio haya perdido su cita y ella se haya retrasado en sus inyecciones. Puede que no sea totalmente su culpa, pero Susi es su responsabilidad y desde ahora se asegurará de tenerla más controlada. Antes de caminar hacia el sofá y tomar a su traviesa gata en brazos, se intercambia el número de celular con Luzio. —Que te vaya bien mañana, Milena —dice él justo antes de que ella salga, Milena asiente y se separan luego de casi cinco horas. Ella va hasta su departamento y él se queda en el suyo. Ni la ducha larga hace olvidar a Milena el momento pasado y mientras se aplica su última dosis antes de su procedimiento de la mañana, vuelve a pensar en él. Esa noche, para ambos, es imposible conciliar el sueño pensando en la situación tan loca e inesperada que acaban de pasar. Ninguno logra concentrarse lo suficiente sin terminar pensando en el otro.

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