CAPÍTULO CINCO —Creo que alguien estaba tratando de reclutarme el otro día —comentó Márquez. Deakin lo había recogido afuera del Jardín Botánico, en la vía pública, a quince minutos caminando desde el Intercontinental. Estaba lo bastante agitado para que nadie notara al extranjero que subía rápidamente al asiento de pasajeros en un sedán n***o corriente, que el estadounidense estaba conduciendo. —¿De verdad? ¿Quién? —Dice que es un austríaco, de nombre Franz Donner. Dice que está tratando de establecer un negocio de cámaras fotográficas aquí en Leopoldville, lo que debe ser la peor cubierta que he escuchado jamás. Deakin rio. Había escuchado otras peores en sus tiempos, ciertamente, pero debía aceptar que un negocio de fotografías en el caótico Congo era casi como tratar de vender bal