—Sallam Allaikum —saludó el conductor.
—Allaikum Sallam —respondió Gorila. Una vez realizadas las formalidades, se concentraron en los negocios.
—¿Sabes a dónde va?
Gorila asintió. Había leído los reportes y conocía la ruta por haber estudiado un mapa local.
El objetivo tenía una pequeña oficina ubicada en una tranquila esquina de la Rue Jeanne D’Arc y Gorila había llamado esa misma mañana para programar una “reunión de negocios” con el objetivo, utilizando el ardid de que era un inversor francés que quería contratar los servicios del objetivo a través de su negocio de importación y exportación. Gorila había insinuado que tenía una carga ilegal que debía movilizar y esperaba haber azuzado la curiosidad y avaricia del objetivo. Al menos de esa manera, el objetivo estaría solo y exactamente donde lo quería Gorila.
—¿El paquete?
—Debajo del asiento. Es lo mejor que pude conseguir con tan poco tiempo, pero creo que será suficiente.
Gorila buscó debajo del asiento del conductor y sacó un pequeño bolso. Dentro, cubierto con un cuadrado de muselina, se encontraba su herramienta de trabajo para este día: una Beretta M1951, completa con silenciador. Vieja pero confiable, no era su arma favorita, pero dados los limitados recursos disponibles, ciertamente era aceptable.
Rápidamente probó el resorte del cargador, revisó el mecanismo del arma, le adaptó el silenciador, ajustó el cargador y dejó que la corredera se deslizara hacia adelante. Una rápida revisión de la cámara para asegurarse de que la bala se encontraba adecuadamente asentada y entonces colocó el seguro.
Su único equipo adicional era un ramo de claveles. Para el observador casual parecería un hombre de camino a encontrarse con su novia o amante, pero el ramo ocultaría la Beretta con el silenciador en una funda entre las flores. Gorila ocultó el arma dentro del ramo y lo colocó en el doblez del codo de su brazo izquierdo.
El objetivo era un agente por contrato nacido en el Líbano, que respondía al nombre de Abu Qassam, quien había estado jugando para ambos bandos en el norte de África francés, operando para los británicos pero traicionando sus operaciones con el ELN, el Ejército de Liberación Nacional.
Las cosas llegaron a un punto crítico cuando se descubrió que había formado parte personalmente en la tortura y asesinato de un activo clave de Inteligencia británica en la región. Al darse cuenta de que había abusado de su suerte, había huido a su Beirut natal donde, erróneamente, había supuesto que podría ocultarse y que, años después, estaría a salvo.
Los británicos podrían perdonarle su traición… hasta cierto punto. Pero el asesinato de uno de los suyos… ¡jamás! Se dedicaron a planificar su venganza. Organizaron un equipo de rastreo, cobraron favores en la comunidad de Inteligencia, presionaron a algunas fuentes… hasta que consiguieron su nuevo nombre. Luego, consiguieron su dirección. Luego, tuvieron una hora y una fecha. Y fue en ese momento cuando ese pequeño hombre con el ligero traje de verano, Gorila, fue llamado.
La especialidad de su unidad era tratar con agentes enemigos, traidores, extremistas… y esa era su operación de novato para ellos. Un “golpe” le habían dicho; entrada rápida, salida rápida. “Hazlo bien y subirás un escalón en la escalera, quizás incluso un traslado permanente”. En verdad, Gorila sabía muy poco sobre los antecedentes del caso, solo lo mínimo, y para ser sinceros, eso era demasiado de todas formas. Para ese tipo de operación, la única información que requería era la hora, ubicación y descripción; en su opinión, todo lo demás era presunción del oficial del caso que dirigía el espectáculo. Su única prioridad era ejecutar el trabajo y alejarse sin problemas.
—Esperaré aquí —anunció el Escudero—. Puedo darle cinco minutos como máximo, después de eso estará por su cuenta.
Gorila asintió.
—Cinco minutos es más que suficiente; no estoy planeando sostener una conversación con él. Mantenga el motor encendido.
Observó la calle rápidamente y salió del auto, llevando su regalo fatal con cierta indiferencia.
Había matado a otros anteriormente durante su época en el ejército, algunos en situaciones no muy diferentes a esa, pero nunca a un blanco seleccionado tan fríamente, de una forma tan despiadada. Sabía que era más que capaz de realizar la tarea que el coronel le había asignado; ¿por qué otra razón habría sido seleccionado? Gorila tenía una colección especial de habilidades que lo hacían útil para trabajos como ese. Lo sabía, el coronel lo sabía y la jerarquía en Broadway lo sabía.
Se deslizó por la calle, buscando desde detrás de los lentes oscuros a personas que se interesaran en él, pero no encontró a nadie. Se movía como un fantasma. Ese era uno de los talentos de Gorila: la habilidad casi intuitiva para pasar desapercibido. Uno de sus instructores le había comentado en una ocasión que podría perderse en una m******d de dos personas.
Mientras se desviaba hacia calle lateral vacía, vio la ubicación del objetivo adelante: una pequeña puerta con una placa de bronce que decía: “Importación/Exportación”, a la cual se accedía por una escalera de doce escalones. Subió al oscuro corredor, contando lentamente los escalones en su cabeza mientras avanzaba. Colocó las flores más cómodamente en su mano derecha y subió los últimos escalones hasta la pesada puerta de madera con una ventana de vidrio, que daba a la oficina de la compañía Al Saud de importación y exportación. Hizo girar el picaporte con su mano izquierda, entró y cerró la puerta suavemente detrás de él.
De inmediato evaluó el diseño de la oficina y sus contenidos: las sombras del salón con cortinas, los gabinetes ornamentados y los cuadros que adornaban la pared, la lánguida figura reclinada en una silla detrás de un escritorio. El hombre estaba fumando Gauloises franceses y un pequeño vaso de Arak estaba medio vacío ante él, sobre el escritorio. No había nadie más presente. Bien.
La evaluación tomó una fracción de segundo.
Entonces, Gorila avanzó, buscando dominar la oficina. Le tomó tres pasos llegar al escritorio. El hombre comenzó a levantarse, extendiendo una mano para saludarlo, sonriendo.
—Monsieur Canon, ¿cómo…? —comenzó a decir, pero Gorila había alcanzado el escritorio y rápidamente, pero sin prisa, levantó el ramo de flores con ambas manos hasta la altura del pecho. El movimiento era engañosamente casual.
Una expresión de confusión recorrió el rostro del objetivo. ¿Por qué ese cliente acercaba un ramo de flores a su rostro? ¿Era acaso alguna extraña costumbre francesa? A medida que el objetivo alcanzaba toda su altura, tal vez comprendió, tardíamente, lo que estaba sucediendo. Gorila acercó los delicados pétalos a la frente del hombre, acariciando su piel con delicadeza, y en rápida sucesión presionó dos veces el gatillo oculto dentro del ramo letal: ¡piu, piu!
El sonido fue apenas perceptible, nada más fuerte que una tos vigorosa; ciertamente, no fue nada que atrajera la atención de nadie en el exterior. Con el primer disparo, el hombre miró a Gorila como si lo hubiera golpeado en la frente con un bate de críquet. Su cabeza cayó hacia atrás, y debido a su propio ímpetu, comenzó a volver hacia adelante justo a tiempo para que el segundo disparo lo alcanzara, a pocos centímetros de la primera bala. Esa vez, sin embargo, la bala no hizo que el blanco se balanceara más, sino que sus piernas cedieron y cayó como una marioneta a la que le habían cortado los hilos. Quedó encogido detrás del escritorio, con documentos y facturas dispersas encima de él. Lo que había sido blanco estaba rojo.
Gorila rodeó el escritorio y disparó dos veces más a la cabeza del objetivo desde el ya deteriorado ramo de flores. Solo para estar seguro… pero sabía por experiencia que no eran necesarios. Toda la operación había tomado no más de quince segundos. Un poco lento. Odiaba los disparos de mala calidad, especialmente hechos por él. Nada elaborado, sin largos discursos, solo ¡PUM! y el objetivo caía al piso.
Había silencio luego del acto de extrema violencia; el único sonido ambiental era el sss, sss, sss de un viejo ventilador en el rincón de la oficina.
El corazón de Gorila comenzó a latir aceleradamente al golpearlo la descarga de adrenalina. Respiró dos veces, lenta y profundamente, cerró los ojos y comenzó a caminar. Regresó deprisa a la puerta de la oficina, volteó el aviso de la puerta para que mostrara “Reunion en cours”, bajó la persiana y cerró con llave. Dejó las flores sobre el escritorio y se dedicó a revisar el resto de la oficina, yendo rápidamente de una habitación a otra. Avanzaba en silencio, llevando la Beretta con el silenciador como un tribuno letal. Menos de un minuto después, estaba convencido de estar solo.
Misión cumplida. Todo lo que tenía que hacer era marcharse sin tropezar con la maldita señora de la limpieza ni con cualquier otro suceso aleatorio que pudiera atravesarse en ese tipo de operaciones. Pero su preocupación resultó infundada.
Desarmó la Beretta, separándola en sus componentes: silenciador, cargador y corredera. Recogió los casquillos por los disparos realizados, y los guardó dentro de los bolsillos de su chaqueta antes de salir de la oficina. Su presencia no atrajo la menor atención mientras salía de la oficina y se dirigía a la calle Hamra, de regreso al taxi del Escudero. Luego de un momento, Gorila abrió la puerta trasera y se dejó caer en el asiento.
—Está bien. Vámonos. Pero con calma, sin hacer rugir el motor y sin alta velocidad —le pidió al conductor.
El Escudero asintió y comenzó a maniobrar el auto para ingresar al agitado tráfico.
—¿Todo salió bien, amigo? ¿Algún problema?
Gorila colocó las partes de la Beretta en el bolso antes de guardarlo de nuevo debajo del asiento del Escudero.
—Todo salió bien. Entre menos sepa, será mejor.
—Comprendo. ¿Le dirá a su organización que me desempeñé bien?, ¿que fui de ayuda?
Gorila asintió. Ese Escudero se había desempeñado tal como le habían requerido. Buen conductor, buena elección del arma, sin vacilaciones.
—Desde luego. Mi gente no dudará en retribuirlo bien. Estuvo muy bien.
—Inshallah. Gracias, y ¿a dónde vamos ahora, mi amigo?
—Al aeropuerto. Tengo un vuelo que tomar.
Para cuando el cuerpo del objetivo fuera d*********o, Gorila estaría camino a París antes de volver a casa, en Londres. Una ruta enrevesada, eso seguro, pero al menos mantendría sus rastros al mínimo.
Se recostó y observó el sol iluminar la Corniche y las montañas en la distancia con un halo amarillo. Al mirar hacia abajo, observó una única mancha de sangre en la solapa de su chaqueta. Era un testimonio, y de hecho la única prueba, de su primera Edición.
VARSOVIA, POLONIA – OCTUBRE DE 1962La larga vigilancia de Tomasz Bajek comenzó una soleada tarde de sábado y había iniciado unas tres horas más temprano, cuando había tomado el turno de vigilancia.
Curiosamente, la operación era en el zoológico de Varsovia, lo que a Bajek le pareció un extraño lugar para que un grupo de hombres adultos trataran de pasar inadvertidos en un fin de semana cálido. Pero supuso que los agentes extranjeros no contaban con el lujo de trabajar únicamente de lunes a viernes.
El zoológico había sido reconstruido en 1949 luego de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial y, en la actualidad, era una de las principales atracciones de la nueva Polonia. Él ya había completado tres rondas en su sector del zoológico y estaba sentado, balanceando el cochecito que había estado empujando durante las últimas horas. Para el observador casual, sin duda parecía un devoto padre novato a quien su frenética esposa había sacado de la casa el fin de semana para que compartiera algo de tiempo con su progenie. El zoológico representaba una salida relativamente económica.
Sin embargo, no todo era lo que parecía. Bajek no era un padre novato, y el cochecito no tenía más que una muñeca de juguete, envuelta en múltiples capas de cobijas y gorros en caso de que alguien demasiado entusiasta deseara ver al bebé. Lo único visible eran dos brillantes ojos azules. No podía pensar en nada peor que deambular por el zoológico durante horas sin fin. Nunca antes había visitado un zoológico, odiaba los estúpidos zoológicos, y después que terminara esa asignación, nunca más quería visitar uno.