El dolor no ha remitido, pero ya no me quedan lágrimas. Mis ojos siguen rojos e hinchados por la cantidad de horas que llevo anegada en la decepción más profunda e insoportable que jamás haya experimentado. La almohada está mojada de sentimientos irreprimibles, la habitación cargada de angustia y las horas pasan ansiosas, a la espera de que, poco a poco, todo mejore. El sonido de sus nudillos golpeando la madera de la puerta de mi habitación no me sorprende. Lleva unos cinco minutos en casa. Escuché el sonido metálico de la llave introduciéndose en la cerradura y sus pasos inquietos por el salón. —Sé que estás ahí. Tenemos que hablar —dice desde el otro lado de la puerta. Doy media vuelta, dándole la espalda a la puerta. Pongo la almohada sobre mis oídos para amortiguar el sonido de s
Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books