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Si Ella Corriera (Un Misterio Kate Wise—Libro 3)

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“Una obra maestra de misterio y suspenso. Blake Pierce ha hecho un magnífico trabajo desarrollando personajes con un mundo psicológico tan bien descrito que es como un acceso directo al interior de sus mentes, para seguirlos en sus temores y aplaudirlos en sus triunfos. Lleno de giros, este libro le mantendrá despierto hasta la última página".

--Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (re: Una Vez Ido)

SI ELLA CORRIERA (Un Misterio Kate Wise) es el libro #3 en una nueva serie de suspenso psicológico del exitoso autor Blake Pierce, cuyo bestseller #1 Una Vez Ido (Libro #1) (descarga gratis) ha recibido más de 1000 reseñas de cinco estrellas.

Kate Wise, agente del FBI ya retirada, de 55 años de edad, es llamada de nuevo cuando un marido, residente de un opulento suburbio, es hallado muerto por disparos en su camino a casa. Es la segunda vez que sucede. ¿Puede ser una coincidencia?

Hay un caso que ha perseguido a Kate durante toda su carrera, ese que no pudo resolver.

Ahora, 10 años después, un segundo marido --perteneciente a la misma, exclusiva comunidad-- es asesinado de la misma manera.

¿Cuál es la conexión?

¿Y podrá Kate redimirse, y resolverlo antes de que se enfríe de nuevo?

Una historia de suspenso y acción que acelera el corazón, SI ELLA CORRIERA es el libro #3 en una nueva y trepidante serie que te pondrá a leer hasta bien entrada la noche.

El libro #4 de la SERIE DE MISTERIOS KATE WISE ya está disponible para ordenar por adelantado.

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CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO Sus nervios estaban al límite y se sentía como si fuera a enfermarse en cualquier momento. En sus manos, los guantes de boxeo se sentían extraños y el protector de cabeza la sofocaba. Ninguna de estas cosas era nueva para Kate Wise —había estado entrenando durante unos dos meses—, pero era su primera vez practicando con una contrincante. Aunque consciente de que todo era por diversión y como parte del régimen de ejercicios, no por ello dejaba de sentirse nerviosa. Estaría lanzando golpes de verdad al cuerpo de alguien y eso no era cosa que alguna vez se hubiera tomado a la ligera. Miró al otro lado del cuadrilátero a su compañera de prácticas, una mujer más joven a la que se esforzaba en no ver como una oponente. Era otro m*****o del pequeño gimnasio que, al igual que ella, había estado siguiendo el programa de boxeo. El nombre de la mujer era Margo Dunn y estaba tomando el curso por la misma razón que Kate; era un gran ejercicio que involucraba todo el cuerpo, y en esencia, no requería demasiada carrera ni levantamiento de pesas. Margo le sonrió a Kate en tanto su entrenador le ajustaba el protector bucal. Kate asintió en respuesta mientras su entrenador le colocaba a su vez el suyo. En cuanto calzó a la perfección alrededor de sus dientes, Kate sintió como si un interruptor hubiera sido pasado. Ahora estaba en modo boxeo. Sí, los nervios seguían allí, y ella se sentía incómoda con toda la situación, pero era el momento de avanzar, el momento de actuar. Solo había siete espectadores —los entrenadores y dos otros miembros del gimnasio que simplemente eran curiosos. A un costado del cuadrilátero, alguien hizo sonar la pequeña campana para indicar el comienzo de la pelea. Kate avanzó a la mitad del ring, al encuentro con Margo. Entrechocaron los guantes y dieron dos respetuosos pasos hacia atrás. Y entonces comenzó. Kate se movió un poco trazando un círculo, encontrando el ritmo con sus pies, el cual le habían enseñado a recordar como si fuera una danza. Dio un paso hacia adelante y lanzó su primer jab. Margo lo bloqueó con facilidad, pero fue bueno para ir calentando. Kate golpeó de nuevo, un pequeño puñetazo en la nuca con su mano izquierda. Margo bloqueó este y respondió con un izquierdazo que alcanzó a Kate de lleno en un costado de la cabeza. El puñetazo fue intencionadamente suave —esto era, después de todo, solo un encuentro para practicar— y aterrizó de lleno en el relleno del protector de cabeza. Con todo, fue suficiente para hacer que Kate se estremeciera un poco. Tienes cincuenta y seis, se dijo mentalmente a sí misma. ¿Qué diablos estabas pensando? Sopesaba la pregunta cuando Margo lanzó un gancho de derecha. Kate dio un paso al costado para evadirse. Esquivarlo con tanta facilidad le dio más confianza. Bloquear sin esfuerzo el jab de Margo que vino a continuación, avivó la necesidad de superarla. Sabes porqué estás haciendo esto, pensó. Nueve semanas aquí y has perdido nueve kilos además de tener el mejor tono muscular de toda tu vida. Te sientes como veinte años más joven y sé sincera… ¿alguna vez te has sentido así de fuerte? No, nunca. Y aunque no estaba ni así de cerca de dominar el arte del boxeo, sabía que había asimilado las habilidades básicas. Con esta firme creencia, avanzó con un empuje casi agresivo, amagó un izquierdazo, y dio un gancho de derecha. En cuanto este aterrizó justo en la barbilla de Margo, Kate lanzó un jab de izquierda… y luego otro. Ambos dieron de lleno, sacudiendo un poco a Margo. Sus ojos brillaron de sorpresa mientras retrocedía con estupefacción hacia el ensogado. Sonrió, sin embargo. Al igual que Kate, ella sabía que esto era solo una práctica y acababa de aprender una lección: estar atenta todo el tiempo a los amagos. Margo respondió con dos jabs al cuerpo, uno de los cuales conectó con las costillas de Kate. En un instante esta se quedó sin aire, y para cuando recuperó el aliento, vio venir por su izquierda un tremendo gancho de derecha. Intentó moverse pero no lo había captado a tiempo. Azotó un costado de su protegida cabeza y la sacudió hacia atrás. Se mareó por un momento. Su visión se volvió borrosa y sintió algo débiles sus rodillas. Pensó en dejarse caer, solo para recuperar el aliento. Sí… demasiado vieja para esto. Pero entonces la respuesta a eso fue: ¿Conoces otras mujeres mayores de cincuenta que al recibir este puñetazo puedan permanecer de pie? Kate respondió con dos jabs y un golpe dirigidos al cuerpo. Solo uno de los jabs aterrizó pero el impacto en el cuerpo lo sacudió. Margo se fue de nuevo contra las cuerdas, con un poco de pasmo. Regresó del ensogado y lanzó con impaciencia un gancho. No buscaba pegar. Solo era para hacer que Kate alzara sus brazos para bloquearlo, de manera que Margo pudiera entonces conectar unos jabs al indefenso tronco. Pero Kate vio la ligera vacilación en la maniobra, sabiendo cuál era el propósito que había detrás. En lugar de bloquear el golpe, violentamente dio un paso a la derecha, no interrumpió la trayectoria en arco del puñetazo, y entonces lanzó un jab de derecha que conectó con el costado de la cabeza de Margo. Margo se fue abajo de inmediato. Cayó sobre su estómago y rodó con rapidez. Se deslizó hasta su esquina y expulsó su protector bucal. Sonrió a Kate y sacudió su cabeza en señal de.incredulidad. —Lo siento —dijo Kate, arrodillándose delante de Margo. —No hay porqué —dijo Margo—. Honestamente es inconcebible como logras ser así de rápida. Siento que necesito disculparme. Porque por tu edad, supuse que serías… más lenta. El entrenador de Kate, un sexagenario de pelo entrecano y larga barba blanca, pasó por entre las cuerdas, riendo suavemente, —Yo cometí el mismo error —dijo—. Tuve un ojo morado por cerca de una semana a causa de ello. Recibí el mismísimo puñetazo que te tumbó. —No tienes de qué excusarte —dijo Kate—. El que aterrizó en mi cabeza fue tremendo. Casi me acaba. —Debería haber sido así —dijo el entrenador—. Honestamente, fue un poco más fuerte de lo que me gusta ver en estos pequeños encuentros de práctica —miró entonces a Margo—. Depende de ti. ¿Quieres continuar? Margo asintió y se puso de pie. De nuevo, su entrenador le colocó el protector dental. Ambas mujeres retornaron a sus respectivas esquinas y aguardaron la campana. Pero no fue la campana lo que Kate escuchó. En su lugar, escuchó sonar su teléfono. Y era el timbre que había asignado para las llamadas que venían del Buró. Empujó el protector de su boca y extendió sus manos enguantadas a su entrenador. —Lo siento —dijo—. Tengo que atender esa. Su entrenador sabía acerca de su trabajo de medio tiempo como agente especial. Pensaba que era una dura (en sus palabras, no las de ellas) cuando rehusaba a retirarse del todo de ese trabajo. Así que cuando desató sus guantes, lo hizo tan rápido como fue posible. Kate se deslizó por entre las sogas y corrió hasta su bolso de gimnasio, que se hallaba recostado de la pared. Siempre lo mantenía afuera y no en los casilleros, por si acaso recibía una llamada. Tomó el teléfono y su corazón se aceleró llevado a un tiempo por la emoción y el desespero cuando vio en la pantalla el nombre del Director Adjunto Durán. —Habla la Agente Wise —dijo. —Wise, soy yo, Durán. ¿Tienes un segundo? —Lo tengo —dijo, mirando hacia al cuadrilatero con ganas de volver allí. El entrenador de Margo estaba trabajando con ella en cómo evitar las fintas—. ¿Qué puedo hacer por ti? —Esperaba que te incorporaras a un caso. Es efectivo en este momento, y necesitaría que tú y DeMarco tomaran un vuelo esta noche. —No sé —dijo. Y esa era la verdad. Era muy repentino y ella le había hablado a Melissa, su hija, varias veces en las últimas semanas, acerca de no estar tan disponible para trabajos de ultimo minuto. Había estado pasando mucho más tiempo con Melissa y Michelle, su nieta, por algo más de un mes y finalmente tenían algo bueno que marchaba, algo como una rutina. Algo como una familia. —Aprecio que pienses en mí —dijo Kate—. Pero no sé si puedo incorporarme a este. Es muy de ultimo minuto. Y tomar un vuelo… eso lo hace ver como que es bastante lejos. No sé si estoy preparada para un largo viaje. ¿Dónde es, en todo caso? —Nueva York. Kate… Estoy casi seguro de que tiene relación con el caso Nobilini. El nombre le produjo escalofríos. Su cabeza comenzó a vibrar, y no por el golpe que Margo le había dado hacía unos instantes. Destellos de un caso de hacía casi ocho años surgieron en su mente cual cascada —provocadores, incitantes. —¿Kate? —Estoy aquí —dijo. Miró entonces hacia el ring. Margo se estaba estirando y trotaba con suavidad en su sitio, lista para el próximo asalto. Era una pena que no volviera a subirse. Porque tan pronto como Kate escuchó el nombre, supo que tomaría el caso. Tenía que hacerlo. El caso Nobilini se le había escapado hacía ocho años —una de las auténticas derrotas que había tenido en su carrera. Esta era su oportunidad de cerrarlo —de echarle el cerrojo al único caso que la había superado. —¿Cuándo es el vuelo? —preguntó a Durán. —Dulles a JFK, sale en cuatro horas. Pensó en Melissa y Michelle con un peso en el corazón. Melissa no lo comprendería, pero Kate no podía rechazar esta oportunidad. —Allí estaré —dijo.

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