Capítulo 2: Entre Risas y Tierra

1030 Words
Melani creció rodeada de una familia amorosa y numerosa. Sus primeros años estuvieron llenos de risas y juegos junto a sus hermanos, Oscar, Luis, Mercedes, y María. Sus cachetes, a menudo sucios de tierra, eran testigos de sus aventuras diarias mientras corría tras los animales y jugaba con sus hermanos en el amplio terreno de la familia. Los días comenzaban temprano, con el canto de los gallos anunciando la llegada del sol. Melani y sus hermanos se despertaban con una energía contagiosa, listos para explorar el mundo que se desplegaba ante ellos. El amplio terreno de la familia González era un verdadero paraíso para los niños. Melani pasaba horas corriendo tras los animales, riendo a carcajadas mientras intentaba atrapar a los pollitos que correteaban por el corral. Los caballos eran sus favoritos; admiraba su elegancia y soñaba con el día en que pudiera montarlos como su padre y sus hermanos mayores. Luis, siempre el más travieso, organizaba carreras y competiciones de trepar árboles, mientras Mercedes y María creaban mundos imaginarios en los que las aventuras eran infinitas. La llegada de nuevos hermanos, cuatro más a lo largo de su infancia, llenó aún más de vida y alegría la casa de los González. Faustino fue el sexto en nacer, seguido por Mirna, la séptima, y Rosa, la octava. Finalmente, el noveno en llegar fue Roberto. Cada nuevo nacimiento era celebrado con amor y con la promesa de nuevas aventuras compartidas. Los pequeños bebés traían consigo una renovación del espíritu familiar. Melani asumía el rol de hermana mayor con naturalidad, cuidando a los más pequeños y ayudando a su madre en todo lo que podía. La casa estaba siempre llena de actividad, con risas infantiles y el bullicio de una familia en constante crecimiento. El hogar de Melani era un lugar de constante actividad y bullicio, pero también de seguridad y amor. Ella sabía que podía confiar en su familia y en su comunidad, que siempre estaban allí para apoyarse mutuamente. Las travesuras eran parte del día a día. Una vez, Oscar y Luis decidieron construir una balsa con trozos de madera y navegar en el pequeño estanque del terreno. Aunque su ingenio no fue suficiente para mantener la balsa a flote, la risa de todos, incluida la de su madre Sonia, al ver a los dos empapados, hizo que el esfuerzo valiera la pena. Sonia y Octavio eran pilares de amor y protección. Sonia, con su paciencia infinita, siempre encontraba tiempo para atender a cada uno de sus hijos. Sus manos siempre ocupadas, ya fuera cocinando, tejiendo o consolando a un niño lloroso, nunca escatimaban en caricias y palabras dulces. Octavio, por su parte, era la figura de autoridad y ejemplo a seguir. Sus hijos lo admiraban y respetaban profundamente, y aunque su trabajo en el campo era arduo, siempre encontraba tiempo para jugar con ellos y enseñarles valiosas lecciones de vida. Los domingos eran especialmente significativos, con asados de cordero o chanchito que reunían a toda la familia alrededor de la mesa. Las comidas eran abundantes y deliciosas, y nada se desperdiciaba. Lo que no se consumía el domingo se guardaba para preparar empanadas, chicharrones, guisos y tortas fritas durante la semana. Los huesos, que no eran útiles para las comidas, se daban a los perros, asegurando que todos, incluidos los animales, fueran bien cuidados. Estos días no solo eran un festín para el paladar, sino también un festín para el alma. Las historias contadas alrededor del fuego, las canciones entonadas en aros aros, y las miradas cómplices que cruzaban la mesa reforzaban los lazos familiares y creaban recuerdos imborrables. Melani se sentía especialmente segura y feliz durante estos encuentros familiares. Recordaba con cariño las palabras de su padre, quien siempre decía que un hogar sin risas y sin amor no era un hogar verdadero. Cada domingo, al ver a su familia reunida, comprendía la profundidad de esas palabras. La sensación de protección que le brindaban sus padres y hermanos era inquebrantable. Nunca temía a nada mientras estaba en su hogar, pues sabía que allí, rodeada de su familia, era donde pertenecía. A pesar de las travesuras y los regaños ocasionales, el ambiente en la casa de los González era siempre cálido y acogedor. Los regaños, aunque firmes, siempre venían acompañados de explicaciones y abrazos. Sonia y Octavio se aseguraban de que sus hijos entendieran la importancia de la responsabilidad y el respeto, pero también de que nunca dudaran del amor incondicional que les tenían. Cada lección aprendida, cada lágrima secada y cada sonrisa compartida fortalecían los lazos familiares y preparaban a Melani y a sus hermanos para enfrentar el mundo con confianza y valor. La vida en el campo también les enseñó a valorar la simplicidad y la belleza de las pequeñas cosas. Melani adoraba los atardeceres, cuando el cielo se pintaba de tonos naranjas y rosados, y el sol se escondía tras las montañas. Era en esos momentos cuando sentía una profunda conexión con la tierra y con su familia, y comprendía la grandeza de la naturaleza que la rodeaba. Las noches eran igualmente mágicas, con el cielo estrellado sirviendo de manto sobre el pequeño pueblo. Las historias de su padre sobre las constelaciones y los misterios del universo la hacían soñar con un mundo lleno de posibilidades. La solidaridad y camaradería del pueblo reforzaban aún más ese sentimiento de pertenencia. Los vecinos siempre estaban dispuestos a ayudar y a compartir lo poco o mucho que tenían. Las festividades locales, los bailes y las reuniones en la plaza central eran ocasiones para celebrar juntos, estrechar lazos y crear nuevos recuerdos. Melani aprendió desde muy pequeña el valor de la comunidad y la importancia de cuidarse unos a otros. Melani creció sintiéndose segura y querida, rodeada de la calidez de su hogar y la protección de su familia. Cada día era una nueva aventura, una nueva oportunidad para descubrir el mundo y forjar su carácter. La niña de cachetes rosados, que tantas veces se ensuciaron de tierra en sus travesuras, estaba destinada a convertirse en una joven fuerte y valiente, lista para enfrentar los desafíos de la vida con la misma determinación y alegría que mostraba en su infancia.
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