Fernanda sintió como un zumbido la invadía en los oídos ¿qué estaba pasando? ¿por qué el departamento se encontraba vacío y nadie le había notificado de ello? Caminó hacia dentro. Revisó cada una de las habitaciones de la casa sin encontrar rastro ni siquiera de su ropa. Solo habían sido unos cuantos días de ausencia y le habían robado.
¿Qué clase de pesadilla estaba viviendo en ese momento? Los labios le temblaban por la impotencia, pues nada era lo que le quedaba. Solo recuerdos vacíos, sin fotografías o algún indicio de haber estado casada alguna vez con el amor de su vida.
El corazón le golpeaba el pecho como un gorila enfurecido. No pudo evitar desmoronarse en llanto. Se sentía emocionalmente derrotada. Cayó al suelo de rodillas llevando ambas manos a la cara. Sentía impotencia por las circunstancias que la rodeaban y aun en aquellas paredes solitarias, se tapaba su rostro por la vergüenza que sentía al pensar en su esposo y no haberlo encontrado en todo ese tiempo. Con la angustia clavada en el pecho como una enorme estaca al no saber si se encontraba vivo o muerto. Era una realidad que tenía que afrontar.
Una vez que estuvo tranquila, la chica sacó su teléfono de su bolsa de mano para marcar a su casero. Fernanda contenía la respiración a cada timbrazo que el aparato daba. Se mordía el labio inferior a causa del nerviosismo que le provocaba gritos ahogados en el pecho. Cada segundo que pasaba se le hacía eterno.
— Señor Ramiro ¿cómo está? Habla Fernanda Martín del departamento 7C —saludó la chica mordiéndose una uña.
— Fernanda buen día estaba esperando tu llamada.
— Algo grave me acaba de pasar. Verá, decidí pasar unos días en casa de mi madre a raíz de la desaparición de mi esposo. Solo han sido tres días y ahora que vengo a mi departamento me encuentro con que me han robado. Está completamente vacío —la voz de Fernanda se quebró al teléfono, pues estaba recibiendo los peores golpes que había tenido en su vida.
— Fernanda perdona que te contradiga pero fue el mismo Diego quien me contactó ayer para decirme que desocuparían el departamento. De hecho me ha dicho que tú te pondrías en contacto conmigo en éstos días para liquidar los tres meses de renta que tienen atrasados.
Fernanda sintió como la presión sanguínea de su cuerpo comenzó a descender. Las palabras del señor Ramiro no tenían sentido ¿qué demonios estaba pasando? Su respiración se hizo tan pesada como sus pensamientos que habían paralizado su cuerpo. Su cuerpo era una tormenta eléctrica que por más esfuerzo hacía por darle a sus extremidades la orden de moverse, éstas habían perdido la voluntad de hacerlo.
— ¿Qué está diciendo señor Ramiro? —Fue lo único que pudo decir con apenas un susurro. No daba crédito a lo que el arrendador decía, tanto era su afán por no reconocerlo que los oídos se protegieron con un fuerte zumbido que la aturdió aún más.
— Fernanda no sé lo que esté pasando entre tú y Diego pero tengo prueba de haber hablado con él ayer con los registros…—dijo Ramiro al otro lado del teléfono, pero fue inútil Fernanda había terminado la llamada.
La muchacha se llevó las manos a la cabeza tratando de calmar la ansiedad que la acechaba desde que dejó de ver a Diego. Con el dolor punzante en el pecho y un corazón desenfrenado en agonía, se mordió los labios hasta sangrar en un intento por contener el llanto. Quería que todo eso se tratara de una pesadilla, un mal sueño del cual podía despertar en cualquier momento. Tenía el alma destrozada y lo único que quería era desaparecer de esos momentos.
Se limpió las lágrimas al perder sus ojos en la batalla contra ellas. Salió del departamento dando un último vistazo, rascando el aire con la mirada tratando de encontrar respuestas en su departamento vacío, el departamento que alguna vez compartió con el amor de su vida.
Llegó al ministerio público media hora más tarde. Estaba de nuevo sentada frente al detective con el rostro demacrado a causa de pelear con el llanto en su interior.
— Señora Martín ¿a qué debo su visita el día de hoy? Aún no tenemos pista de su esposo desafortunadamente.
— Pero yo sí detective, desafortunadamente yo sí —la mirada grisácea vidriosa de Fernanda se posaron en la autoridad pública que tenía frente a ella.
Con los labios temblorosos la muchacha le contó lo que había pasado al ir al departamento esa mañana al ir a buscar sus cosas. El detective la observaba sin pestañear mientras escuchaba la declaración de Fernanda que pausaba cada vez que el llanto quebraba su voz.
— Señora Martín entiendo la situación por la que está pasando y temo decirle que la investigación ha tenido un giro inesperado. Para llegar a esa conclusión necesito que de nuevo revise la cuenta bancaria de su esposo.
Fernanda tragó saliva con dolor. Se levantó de su asiento como un robot que recibe órdenes para ir a la computadora del detective donde accedió a la cuenta bancaria de Diego. Su vista se volvió borrosa y la taquicardia invadió su corazón al ver que la cuenta estaba en ceros. La muchacha cayó de rodillas al suelo al recibir un shock mental que sacudió su cuerpo.
El detective auxilió a Fernanda sentándola en su silla de nueva cuenta y ofreciéndole un poco de agua. La dejó unos momentos sin aturdirla con preguntas que la pudieran alterar.
— Señora Martín me temo que la investigación se ha tornado de una denuncia por desaparición a una denuncia por estafa ¿qué es lo que usted quiere hacer? —preguntó el detective.
Fernanda, devastada, al sentir la traición de Diego en el corazón, subió la mirada limpiándose las lágrimas con violencia con la palma de su mano.
— Proceda con la demanda. No muestre piedad por esa basura de hombre —se mordió el labio inferior para evitar llorar más, aunque el cuerpo le temblaba por el tormentoso desfile de emociones que la invadieron como atacantes en un guerra interna.
— Entonces procedamos a levantar el resto de su declaración. Tomará probablemente todo el día así que le pido que sea paciente.
Las horas pasaron para Fernanda como agua a un río, pues había perdido la noción del tiempo y la voluntad propia. Dentro de su mente por más que intentaba aclarar todas las dudas, la conmoción de las vivencias que había tenido los últimos días pensaba le habían mostrado la peor de las traiciones. Una pesadilla era una gentileza frente al infierno que estaba viviendo en ese momento. La traición del hombre que amaba con toda su alma la había destrozado.
Luego de una larga tarde de declaraciones y papeleos el detective por fin se había acercado con Fernanda con un primer informe en mano.
— Señora Martín —el detective se plantó frente a ella con una carpeta que contenía dentro un primer informe oficial de su caso— tengo un primer informe sobre su caso —el hombre se aclaró garganta— no sé cómo decirlo…
— Dígalo sin rodeos detective —Fernanda lo vio a los ojos con un espectro de llanto furioso reflejado en sus ojos— a esta altura del día qué más da escuchar otra atrocidad.
— Señora Martín o debo decir señorita Martín.
Fernanda arrugó la frente al no entender al detective el porqué el detective la estaba llamando “señorita” ¿qué demonios estaba pasando? ¿Es que acaso había más cosas que Diego había hecho que la estaban tomando por sorpresa a ella?
El miedo la embargaba. Cada palabra nueva que el detective le decía era una nueva faceta que Diego tenía por mostrarle quien era en realidad con su ausencia. Era duro enfrentarse ante una nueva realidad, una realidad que siempre estuvo oculta con mentiras. Se había enamorado de una mentira y a esa altura del día y de su vida no sabía quién era en realidad Diego Valencia, su esposo.
— ¿Por qué me llama señorita? Detective —preguntó Fernanda sin poder evitar mover las piernas impulsadas por el nerviosismo.
— Escucha Fernanda, las nuevas investigaciones arrojan que tu matrimonio con Diego Valencia nunca ha existido ante la ley. Me temo que te han engañado haciéndote creer que eras la señora Valencia. Estamos ante un caso de estafa mayor.
Fernanda se limpió las lágrimas que brotaban sin parar sobre sus mejillas. Le dolía el cuerpo entero y el alma la traición de Diego. La muchacha sintió como la noticia le había hecho polvo su futuro. Un tumulto de emociones tormentosas le golpearon el pecho y el abdomen dejándola sin aire por un momento.
Toda esa situación tenía que parar. Había llorado por un imbécil que no había hecho más que darle la peor humillación de su vida. Era víctima del engaño más cruel y despiadado que pudo experimentar en su existencia. Se limpió las lágrimas con brusquedad con la palma de la mano al mismo tiempo que aclaraba su garganta.
— Detective, haga todo lo que esté en sus manos por encontrarlo. Quiero que ese imbécil se pudra en la cárcel —dijo Fernanda con los labios temblando por un esfuerzo de no llorar más por la basura de hombre que había conocido. No lo merecía.
Se levantó de su lugar abandonando la comisaría. Algo había cambiado dentro de ella. No se dejaría pisotear nunca más por alguien como lo había hecho Diego con ella. No se cansaría de buscarlo hasta dar con su paradero y hacerlo pagar por todo lo que le hizo. Aunque tendría que pagar las consecuencias del error que había cometido al confiar en aquel hombre y tratar de salvar la casa de su madre que había quedado como hipoteca en el banco. El único patrimonio que su adorada mamá tenía y le había confiado para formar un futuro que nunca existió.
La vida de Fernanda esa noche cambió drásticamente. La muchacha le explicó la situación a su madre quien la apoyó en todo momento. Había conseguido un mejor trabajo en una de las empresas más grandes de la moda a nivel internacional como una de las tres asistentes del presidente de la compañía. Se entregó a ello, cumpliendo horas extras en la oficina y trabajando incluso los fines de semana, para que el dinero a final de mes pudiera alcanzar para pagar la hipoteca de la casa de su madre.
El aspecto de Fernanda se fue descuidando poco a poco debido a la falta de tiempo y las compras rápidas de ropa que en general hacía por internet, su cabello siempre estaba recogido en un chongo mal hecho y por lo general su ropa la hacía aparentar más edad de la que en realidad tenía.
La muchacha tenía la mentalidad de que entre más trabajara más se acercaba a salvar la casa de su madre. Así pasaron dos años de intenso trabajo, en los que no hubo otra cosa en su rutina diaria salvo trabajar, comer, y dormir. Sin embargo; una serie de eventos que estaban por pasar cierta noche le cambiarían a Fernanda la vida por completo.
Una confusión a menudo se define como la falta de capacidad para pensar de manera clara y tomar una decisión correcta. Una confusión puede ser un acto desafortunado en ciertas situaciones de vida o muerte. Una confusión puede desenterrar oportunidades que nunca hubieras imaginado. Una confusión puede ser un parteaguas que puede cambiar la vida de Fernanda.