CAPÍTULO 1: UNA PROPUESTA.
Artem observó a Vittorio Moretti con una mezcla de desdén y cautela. Los Moretti eran una de las familias más poderosas de Italia, su influencia extendiéndose desde Sicilia hasta Nueva York. Sin embargo, la sola idea de tratar con un italiano le revolvía el estómago. Sus pensamientos lo llevaron inevitablemente a Santino D' Luca, y la desconfianza en sus ojos se profundizó.
—Supongamos que estoy de humor para escuchar tu propuesta, Vittorio. Así que date prisa. Me estoy aburriendo.
Artem no se molestó en sentarse. En lugar de eso, giró para fijar su mirada en un antiguo retrato, su mente alejada de la presencia del anciano. Pero Vittorio, apoyándose en su bastón, se puso de pie con esfuerzo, con el rostro marcado por el paso de los años y la culpa que lo corroía por dentro.
—Me estoy muriendo, Artem... —empezó, pero la risa seca de Artem lo interrumpió.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo? —preguntó con una frialdad que cortaba—. ¿Quieres que te diga que lo siento, Vittorio? No está en mi naturaleza. Que tengas un buen viaje al infierno.
Vittorio no se inmutó ante la crueldad. Sabía que la merecía.
—Me estoy muriendo —repitió, con un tono más desesperado—, y por eso quiero que te cases con mi hija.
La incredulidad marcó el rostro de Artem, y giró hacia él, los ojos grises centelleando con furia contenida.
—¿De qué mierda estás hablando? —espetó—. ¿Casarme con tu hija?
Vittorio asintió, su rostro tenso por el esfuerzo de mantener la calma.
—Este maldito cáncer me está devorando por dentro. No quiero irme sin asegurarme de que mi hija estará a salvo.
Artem soltó una carcajada amarga, un sonido hueco y sin alegría.
—¿A salvo? ¿Conmigo? ¿Te has vuelto loco? —dio un paso adelante, acercándose a Vittorio con una amenaza palpable—. Deja de joder, Vittorio. No me interesa tu puta propuesta.
Estaba a punto de marcharse cuando la voz de Vittorio, cargada de una desesperación que no podía ocultar, lo detuvo en seco.
—Te dejaré la organización. Serás el nuevo capo. Pero a cambio, debes cuidar de Liana. Es mi única hija y legítima heredera. Sabes cómo es este mundo, Artem. La buscarán, la cazarán y la harán su perra... Liana no está preparada. Ninguna mujer lo está.
Artem apretó los labios. El peso de las palabras de Vittorio empezó a calar en su mente, a pesar de su intento por mantener su corazón endurecido.
—Dejarla conmigo es como dejarla con un monstruo. —Su voz era baja, peligrosa—. Además, no soy niñera, y por si no lo has notado, estoy en una maldita prisión. Peleo por satisfacción, Vittorio. ¿De verdad crees que seré un buen marido?
El miedo en los ojos de Vittorio se volvió casi tangible, pero también lo fue su resolución.
—No tienes que amarla, Artem. Solo debes protegerla. Es todo lo que pido. Sabes que tu padre está iniciando una guerra. Grigori Petrova murió, y Mijaíl se quedó con sus rutas. ¿Eso es lo que quieres? ¿Dejar que consiga lo que quiere?
El nombre de Mijaíl encendió una furia oscura en Artem. Sentía la rabia hervir en su interior, un fuego que había alimentado durante años. Mijaíl Vasiliev le había robado todo: su infancia, su madre, su vida. Verlo muerto era su única meta. Pero, ¿valía la pena el precio?
Miró a Vittorio de nuevo, buscando la verdad en sus ojos hundidos por la culpa y el miedo.
—¿Qué es lo que realmente quieres, Vittorio? —su voz era un susurro helado—. No me trago que me estés ofreciendo el poder sin más.
Vittorio apretó los labios, consciente de que estaba perdiendo terreno.
—Cuando muera, ella correrá un gran peligro —admitió, su voz temblando levemente—. Desde que nació, su destino fue sellado por un acuerdo entre nuestra familia y los Rossi. Un acuerdo de sangre. —Hizo una pausa, dejando que el peso de esas palabras cayera sobre Artem.
El temblor en las manos de Vittorio, no pasó desapercibido para Artem, quien sintió un nudo en el estómago al notar la fragilidad del hombre.
—Víctor Rossi... —el nombre salió de los labios de Vittorio como una maldición—, es un sádico, un monstruo peor que yo. No puedo permitir que mi hija caiga en sus garras, aun si romper este pacto significa desatar una guerra. La escondí, la saqué de Chicago. Pero los Rossi son pacientes. He logrado contenerlos, pero mis fuerzas se están agotando.
La mirada suplicante de Vittorio perforó a Artem, quien sintió una extraña mezcla de desprecio y compasión.
—No tengo tiempo, Artem. Te pido que aceptes proteger a mi hija. No es solo un matrimonio; es salvarla de un destino peor que la muerte.
Vittorio dio un paso hacia él, la desesperación evidente en cada línea de su rostro.
—Te sacaré de esta prisión. Te daré la oportunidad de destruir a tu padre, de vengarte, pero a cambio, debes proteger a Liana como si fuera tu propia vida. —Su voz bajó hasta un murmullo tembloroso—. Porque si no lo haces... no podré salvarla, y mi alma se condenará para siempre.
Artem permaneció en silencio, luchando contra la ira que amenazaba con desbordarse. Sabía que aceptar una alianza con los Moretti era arriesgado, pero la posibilidad de vengarse de Mijaíl era demasiado tentadora. La decisión no era fácil, pero la necesidad hacía extraños aliados.
—¿Dónde está tu hija? —preguntó con frialdad—. ¿Sabe ella de esto?
Vittorio suspiró, su voz quebrándose.
—Ella no sabe nada sobre la boda. Ha estado lejos de todo.
Artem frunció el ceño, su curiosidad mezclada con desconfianza.
—No me gusta cómo suena esto. No voy a forzar a nadie. Si la chica no quiere, será mejor que... —se detuvo al notar el silencio de Vittorio, percibiendo que había más en juego—. ¿Qué me estás ocultando, Vittorio?
Con un movimiento rápido, Artem lo agarró por el cuello, la ira reflejada en cada músculo de su cuerpo.
—Porque... ella ha estado en un convento.
Los ojos de Artem se abrieron de par en par, el shock desplazando momentáneamente su furia.
—¡¿Qué?! ¿Un convento?
Vittorio asintió lentamente, su mirada cargada de dolor y arrepentimiento.
—La envié allí para protegerla.
Artem lo soltó, retrocediendo mientras trataba de procesar la revelación.
—¿Quieres que me case con una monja? ¡Ella está casada con Dios!
—No es una monja todavía; no ha hecho sus votos.
—Sigue siendo una monja —gruñó Artem, su ira ardiendo de nuevo.
Vittorio negó con la cabeza, su voz cargada de culpa.
—Es una novicia, no una monja.
—¡Eso no hace ninguna puta diferencia, Vittorio! —gritó Artem—. Aunque soy un monstruo, aún considero sagradas algunas cosas.
—No debes preocuparte por eso, Artem. Ella te respetará, te obedecerá. Mi hija... —la voz de Vittorio tembló— es de carácter débil. ¡Solo acepta el trato y déjame morir en paz!
Artem lo miró con una mezcla de odio y determinación. La tentación de torcerle el cuello era fuerte, pero el deseo de venganza lo era aún más. Podría finalmente ir tras su padre, hacerle pagar por cada gota de sangre que había derramado.
—Está bien —dijo al fin, sus palabras cortantes como un cuchillo—. Acepto tu propuesta. Me casaré con tu hija.
Los ojos de Vittorio brillaron con un alivio palpable, pero también con el peso de la culpa.
—Has tomado la decisión correcta, Artem. Liana será una buena esposa... te dará hijos y...
—¡Ey, ey! —lo interrumpió Artem, levantando una mano—. Vamos a dejar algo claro. No estoy cogiendo a tu hija, Vittorio. Si me caso con ella, es solo para protegerla. Le daré el estatus de esposa, nada más. No voy a desflorar a una monja.
Vittorio asintió, satisfecho. Lo que quería lo había conseguido. Cómo sería el matrimonio de su hija y Artem, solo Dios y la Virgen lo sabrían; él ya estaría muerto para descubrirlo. Lo importante es que Liana estaría segura en manos de Artem.
―Bien, entonces prepararé tu salida. Que disfrutes tu última noche aquí, Artem. Serás un hombre libre mañana. ―dicho esto, el viejo caminó hacia la puerta y salió.
Cuando esta se cerró, Artem se mesó el cabello con frustración.
―¡Joder! ¡Me voy a casar con una monja!