CAPÍTULO 67: UN RAMO DE ROSAS. —¿Tu guardaespaldas? —Artem no podía creer lo que estaba escuchando. La incredulidad se reflejaba en su rostro mientras la miraba, esperando que todo aquello fuera una broma de mal gusto. Liana se cruzó de brazos; su mirada era dura y altiva. —Sí, ¿qué esperabas? —dijo con voz afilada—. ¿Que te dejara como mi falso esposo? No, Artem. Es eso o te largas. Decide. Artem apretó los puños con fuerza; la tensión era palpable en cada músculo de su cuerpo. No era que le molestara ser su guardaespaldas, no. Pero sabía perfectamente lo que significaba para ella. Lo estaba degradando, humillándolo, y eso le quitaba autoridad, lo convertía en nada más que una sombra tras la mujer que tanto temían. Sin embargo, su orgullo herido no podía compararse con la determinaci