CAPITULO 28: UN CAMBIO RADICAL. Cuando Liana llegó a su habitación, se quedó frente al espejo, observando su reflejo con detenimiento. Las palabras de la mujer en el estudio resonaban en su mente: «¿Esa simplona? ¿Ella no puede darle lo que usted necesita?» Sus manos se apretaron en puños mientras miraba su ropa, sencilla y sin gracia. De hecho, la mujer tenía razón. El único vestido atractivo que poseía era el que Artem le había regalado la noche anterior; los demás eran los mismos vestidos aburridos que había usado en el convento. Un pensamiento se instaló en su cabeza, y lo murmuró en voz baja: —¿Es por eso, que me ignoras? ¿Porque no soy atractiva? Y en lugar de dejarse llevar por la tristeza, sonrió con determinación. —Bien, eso tiene solución —dijo, decidida—. Es hora de un ca