CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO UNO
El avión le estaba llevando de vuelta a Nebraska.
Mackenzie pestañeó, incapaz de sacudirse el pensamiento de la mente.
En general, no tenía problema para quedarse dormida en un avión, aunque este vuelo era diferente. Le daba la impresión de que hubiera algo al oeste que estuviera literalmente tirando del avión hacia sí como si se tratara de un imán. Y no iba a regresar a Washington DC hasta que hubiera resuelto un caso actual que estaba vinculado con asuntos que pasaron hace casi veinte años—apuntando a la muerte de su padre.
Se trataba de un caso que llevaba años esperándola. Había hecho lo imposible para probarse a sí misma, y por fin McGrath le estaba dejando que se encargara de ello. Ya no se trataba solamente del asesinato de su padre hacía diecisiete años; ahora estaban teniendo lugar asesinatos similares, todos ellos conectados por una misteriosa pista que nadie había descifrado todavía. Tarjetas de visita presentando a un negocio que no existía con el nombre de Antigüedades Barker.
Mackenzie pensaba en esas tarjetas de visita mientras miraba por la ventanilla. El cielo de la tarde estaba despejado. Más allá de un conjunto disperso de nubes blancas y esponjosas, apenas podía divisar la estructura de aspecto venoso de las carreteras que labraban el Medio Oeste que tenía por debajo. Nebraska ya estaba cerca, sus maizales y sus largas llanuras empezarían a asomarse en unos cuarenta y cinco minutos más.
“¿Todo bien?”
Mackenzie pestañeó y desvió la mirada de la ventanilla, girándose hacia su derecha. Ellington ocupaba el asiento junto al suyo. Ella sabía que él también estaba nervioso. Ellington sabía lo que este caso significaba para ella y se estaba presionando de manera innecesaria. Incluso ahora, estaba rompiendo pedacitos de la tapa de la taza de cartón de la que había bebido un ginger ale hacía diez minutos.
“Sí, todo bien,” dijo ella. “Si te soy sincera, estoy deseando empezar.”
“¿Tienes algún plan en mente?” le preguntó él.
“Así es,” dijo ella.
A medida que Mackenzie esbozaba su plan de ataque, se daba cuenta de que esta era una de las razones por las que se había enamorado de él. Ellington podía percibir que ella necesitaba hablar a corazón abierto de todo ello pero que se bloquearía si se lo preguntaba directamente. Así que, en vez de preguntarle por su estado emocional, utilizaba la fachada del trabajo para indagar. Ella se daba cuenta del truco, pero le parecía bien. Él sabía cómo operar alrededor de sus defensas de una manera que resultaba encantadora y cariñosa.
Así que Mackenzie le explicó su plan de ataque. Todo empezaba por reunirse con la policía local y con el pequeño equipo de agentes del FBI que había estado trabajando en el caso. Mackenzie también tenía pensado implicar a Kirk Peterson, el detective privado que había trabajado en el caso durante un tiempo, centrándose en ello. A pesar de que se encontraba en un estado penoso la última vez que lo había visto, tenía más ideas que ofrecer que nadie.
A partir de ahí, quería encontrar y hablar con un hombre llamado Dennis Parks. Habían encontrado sus huellas dactilares en Gabriel Hambry, un hombre al que habían utilizado estratégicamente como maniobra de distracción hacía una semana. Era perfectamente consciente de que Parks podría no ser más que otra táctica de distracción, pero el hecho de que Dennis Parks fuera un viejo conocido de su padre lo hacía más interesante. La conexión era débil—tenían un conocido en común ya que Parks había trabajado como agente de policía durante un año antes de dejarlo y meterse en el negocio de los bienes raíces.
Su padre, después de todo, parecía ser la primera víctima en una cadena de asesinatos aparentemente desconectados que se habían extendido a lo largo de casi dos décadas.
Después de reunirse con Dennis Parks, quería reunirse con la familia de un hombre al que habían matado hacía varios meses—un hombre llamado Jimmy Scotts. Scotts había muerto de una manera casi idéntica a la de su padre y había sido el asesinato que había acabado provocando la reapertura del caso de su padre.
Detuvo ahí el relato de sus planes, aunque sabía que había más en todo ello, porque se trataba de algo con lo que todavía no podía enfrentarse—mucho menos verbalizarlo delante de Ellington.
En algún momento, iba a tener que enfrentarse con su pasado. Había estado antes allí, caminando de puntillas por la casa donde pasó su infancia, aunque había sido pasajero. En el momento no se había dado cuenta, pero le había aterrorizado. Era como caminar voluntariamente dentro de una casa donde uno sabe que le van a acosar los fantasmas, encerrarse dentro de ella, y después arrojar la llave muy lejos.
Tendría que enfrentarse con ello en esta ocasión. Ya era bastante duro admitírselo a si misma sin preguntarse lo que podría pensar Ellington al respecto.
Él asintió en todos los momentos correctos mientras Mackenzie le contaba los detalles de su enfoque paso por paso. Habían hablado brevemente de sus respectivos papeles en una reunión con McGrath mientras reservaban su viaje a Nebraska. Un elemento añadido a este caso de múltiples niveles era el asesinato reciente de varios vagabundos. El recuento de cadáveres llegaba ya hasta cuatro, cada uno de ellos con una de esas tarjetas de visita de Antigüedades Barker. Ellington se había ofrecido voluntario para hacer lo que le fuera posible por poner en orden esa parte del caso mientras que Mackenzie se quedaría más cerca del centro del asunto—las muertes de su padre y de Jimmy Scotts, y la muerte más reciente de Gabriel Hambry.
“Sabes una cosa,” le dijo Ellington cuando terminó. “Si podemos solucionar esto, creo que tu carrera en DC puede llegar hasta la estratosfera. Ya eres una de las mejores agentes de campo que tiene el bureau. Espero que te guste manejar todas esas patrañas burocráticas y sentarte detrás de un escritorio, porque eso es lo que te consigue un historial estelar en el bureau.
“¿Es eso cierto?” preguntó ella. “Entonces, ¿por qué no estás tú apostado detrás de un escritorio?”
Ellington le sonrió con sarcasmo. “Eso duele, White.”
Extendió el brazo y tomó su mano. Aunque Mackenzie podía sentir la tensión en su apretón, también estaba allí el grado habitual de consuelo que tenía su tacto.
Ella estaba agradecida de que él estuviera aquí con ella. Aunque en general no tuviera problema en afrontar las cosas por su cuenta, hasta ella debía admitir que iba a necesitar el apoyo moral y emocional que solo Ellington le podía ofrecer si tenía la más mínima esperanza de solucionar este caso.
Se agarró a su mano mientras el Medio Oeste continuaba rodando por debajo de ellos. Nebraska se acercaba cada vez más, y el avión era atraído por ese tirón magnético que el pasado de Mackenzie parecía ejercer sobre ella.