Capítulo 4: Un peligro controlado

1335 Words
Mi calmada y relajante mañana parecía ser una nueva relajante y calmada mañana más, hasta que no lo fue, por culpa de una llamada desde Berlín de Armando. Sabía mejor que nadie cómo detestaba que interrumpiese mi horario mañanero, porque si se comenzaba con los retrasos en la mañana, lo hacían por el resto del día. Trabajo en su mayor parte, y un intento de charla “amena” entre tío y sobrino que volví a rechazar, había terminado de gastar mi tiempo ese hombre. Al ver el reloj marcar las 8:15 AM y no haber iniciado con mi reunión general con mi secretario y asistente, el cuello me comenzó a palpitar. Pero debía seguir con esta reunión atrasada y, ah sí, llamar a Recursos Humanos para despedir a Elle Fernández. —Acá está el informe que solicitó jefe — me entrega Federico una carpeta que procedo a leer, y cuya primera página se parece curiosamente a la que me entrego esa mujer anoche. Sin decir nada sacó esa e inició a analizarlas con detenimiento. Curioso. Es el mismo informe. El sonido de mi teléfono de escritorio suena y doy al alta voz para escucharle. —Aidan acá está la señorita Elle Fernández, comentó que usted le pidió que viniese al departamento. Sin embargo, no sé el motivo, ni ella al parecer  — me comunica Lorena encargada de esa área. Se suponía que le diría a Lorena que la despidiese y le diera la bendita carta de recomendación, pero mi tío arruinó mis tiempos. Y lo que era peor, hizo volcar mi curiosidad entre quién en realidad redactó este informe. —Dile a Elle que venga a mi oficina Lorena — cuelgo, y sigo comparando ambas carpetas. —¿Para qué necesita hablar con Elle jefe? Pensé que estaría bajo nuestras indicaciones ¿o la necesita para algo más? — me cuestiona tragando con profundidad Federico. Ambos hombres están sentados frente a mí y no me gusta su apariencia. —¿Debo darte explicaciones de todo lo que haga Federico? — planteo. —No, no, ni más faltaba — menciona. Poco después llega Elle Fernández con otra de sus terribles camisas arrugadas, pero esta vez aunque sea peinada. Diría que trataba de sonar alegre con su saludo, no obstante, su rostro se apagó inmediatamente al ver a Federico y Robert. Interesante.  —Buenos días señor Bryrne, Federico, Robert — saluda políticamente — ¿para qué me llamaba? La cuestión es que había atemorizado, intimidado y silenciado a más empleados de los que puedo recordar desde que trabajo en esta compañía. Por lo que diría que los ojos de Elle Fernández parecían ser los de ese tipo. Aunque no le haya dedicado mis gritos o amenazas, solo mi indiferencia. —¿Por qué me entregaron el mismo informe de Lawrence Co.? — pregunto — ¿quién se encargó de hacerlo en realidad? Nadie me responde. Federico está desconcertado, Elle por igual. —Les hice dos preguntas — vuelvo a presionar — respondan. —Yo fui quien lo redactó jefe. Me lo pidió a mí, es solo que le había pedido a Elle que lo imprimiese y ordenase. Y se me había olvidado que le pedí el favor ¿no Elle? — sonríe con simpatía Federico a la joven. ¿Por qué parecía a punto de llorar? Detestaba ver a la gente llorando, me molestaba y fastidiaba. Debía terminar con esto ya. —¿Es así Elle? —... Sí, señor Bryrne — me afirma con una seguridad que no sé de dónde se sacó. Toda esta situación me hizo pensar que probablemente Elle Fernández fuese del tipo de despedidos que lloraban a montón. Y algo que no calculé se me atropeyó al rostro, si ya de por sí tenía fama de machista, la primera mujer contratada bajo mi mando es despedida al mes y con un posible caso de robo de créditos a su trabajo. Me duele la cabeza. No estábamos en la escuela para estos dramas o dilemas, e igual, no es como si me fuesen a decir la verdad. Algo era inminente aquí, ¿era que esta mujer tuvo que ver con la eficiencia de estos dos? ¿o es que le estoy dando mucho crédito? Sea como fuese, creo que la llegada de los 30 está ablandando mi corazón porque hago algo que hasta a mí me deja consternado. —Delimitaré las asignaciones de cada uno de los tres a partir de mañana. Las reuniones inician a las 7:00 AM en punto Elle. Retírense — les aclaro. No me molesto en ver sus expresiones o indagar más en la dinámica de los tres. No era mi problema. Ya suficiente había hecho con darle otra oportunidad a la tal Elle. ........ El avanzar de más semanas me terminó confirmando una pesadilla agobiante, pesada y capaz de hacerme frustrar a más no poder. Elle Fernández tenía talento. Elle Fernández aprendía rápido. Elle Fernández era aplicada. Además no tenía hijos que le impidiesen faltar al trabajo, no tenía peros nunca con respecto a las asignaciones, y lo más espantoso, su voz aguda no me molestaba. En realidad pocas cosas me molestaban de esa mujer. Cumplía las obligaciones que le mandaba con destreza, no se quejaba y no usaba esos perfumes florales que tantas náuseas me causaba. Diría que no usaba perfume o casi maquillaje, e incluso sus camisas arrugadas me generaban simpatía. Esto era un peligro. Pero un peligro controlado, tan solo debía tenerla contenida y alejada de mí. El problema es que la veía todas las mañanas y con un record impecable, esa mujer probablemente tenía el mejor rendimiento de inauguración. ¿Es que era porque estaba acostumbrada a la presión? ¿Es que lo del papá la hizo más fuerte? No podía despedirla. No sin una excusa que no me hiciese sonar como lo que todos pensaban de mí. Aunque he de admitir que esa vez que usó un vestido de señora, floral, Dios, flores y uso todo ese maquillaje. Casi la despido. Lo hago, lo juro pero Elle me respondió algo que me dejó pensando. Me dijo: “¿No está cansado de despedir a gente bajo los estándares más objetivos del país?”, para después sonreírme como una vendedora. Sonreírme dejando leer entre líneas que era un desquiciado pero que no podría con ella. Cuando salió de la oficina solté una breve risa involuntaria. Una que no se sintió bien. Así que básicamente, había dicho que la presionaría hasta que quisiera huir; no lo hice, la ignoré. También dije que no la despediría porque haría un drama de lágrimas; pero casi lo hago, y su sarcasmo no dejó ver rastro de humedad. Elle estaba haciendo un lío de mi rol como jefe, y lo que era peor estaba endureciéndose con respecto al paso del tiempo. —¿Aidan? — me pide atención Erich. Él era uno de los directivos de la sede europea de Bryrne Holdings Co., con quien estaba en un almuerzo de negocios — ¿estás en la Tierra? —¿Dónde más voy a estar? — le comento siguiendo con mi filete. Este se ríe estruendosamente. —Es que te noto perdido. ¿No tendrá eso que ver con una mujer? — intenta hacer un chiste. Un chiste que no me da risa. —No lo es — tomo de mi copa de vino. —¿Si? He escuchado que tienes una favorita finalmente. Una linda secretaria rubia, esas también son mi debilidad aquí entre nos, no se lo digas a mi esposa — más risas estruendosas. Secretaria y rubia, uno más uno, Elle. Lo cual es bastante irónico porque si supieran que lo que encuentro más atractivo de ella es su disciplina, quizás también eso lo sexualizarian. No le respondo y sigo comiendo esperando que cambie de tema a uno real, no ficitico. No tendría una aventura nunca con Elle, ni con ninguna otra mujer, ya estaba lo suficientemente harto de compartir un mismo mundo con ellas.
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