Capítulo 1: Aidan Bryrne
El maldito reloj de la pared seguía burlándose de mí con su lento andar. El maldito aroma a incienso seguía burlándose de mí con su nauseabundo olor florar. Y lo más destacable el maldito de mi psiquiatra, mi apreciado y odiado viejo “amigo”, el doctor Héctor Heinz continuaba como era de esperar con su terrible tortura quincenal.
—Aidan, ver sin pestañear mi reloj de pared no hará que esta hora de terapia pase más rápido. Nunca lo ha hecho, lo deberías saber a este punto muchacho — me comenta cruzando sus cortas piernas en su sillón de cuero.
Me obligo a dedicarle una mueca de disgusto y concentro mi atención otra vez en el reloj, porque hacerlo sería más útil que hablar con él. Lo había determinado así después de años de tratamientos para mi problema.
Ese pequeño problema que nunca me dejó ser un hombre funcional o normal. Ese problema que no es más que una carga en mis hombros que algunas noches no me deja dormir en paz, ni vivir en paz.
—No puedes irte de esta consulta sin contarme algo de esta semana que te preocupe — me comenta con una de sus sonrisas tranquilas, esas que me estresaban más que calmarme — me explicas cómo te sientes sobre ello y te daré opciones para resolverlo.
—Bien. Me molesta este diván en el que estoy acostado. ¿Cuándo lo cambiarás? — le cumplo la petición que me hizo para que me deje en libertad. Él vuelve a mostrar su maldita sonrisa arrugada.
—Soy un viejo de tradiciones que se rehúsa a decirle adiós a sus muebles clásicos de cuero. Busquemos una solución realista a esa petición tuya. Como-
—Para de hablar Héctor — le pido poniéndome de pie y buscando la chaqueta de mi traje que deje cerca — es inútil todo esto. Estoy cansado, prescindiré de tus servicios. No los necesito más. Me encuentro bien.
Me colocó la chaqueta y estoy dispuesto a marcharme, pero el viejo Héctor tenía más herramientas que su condenada sonrisa para sedar a sus pacientes.
—Tú tío no lo cree de esa manera Aidan. Debemos recordar cómo si dejas de venir a mi consulta, se comprometió a exigir tu renuncia — me recrimina jugando con su bolígrafo dorado, ese que usa para tomar notas — en tal caso de no gustarte como profesional, puedo redirigirte a uno que sea de tu agrado.
Otro maldito del que debemos hablar, mi tío Armando Bryrne. Cabeza inminente de Bryrne Holdings Co. empresa aseguradora que se había encargado de absorber y mutilar a cuanta empresa pequeña que se atreviese a sacarle competencia se encargaba. Billones de dólares en ingreso, un legado fundado por mi bisabuelo Aidan Bryrne, inspiración de mi propio nombre, Aidan Bryrne.
Nuestra competencia dirá que el legado Bryrne está construido a base de sangre y sacrificio, explotación y corrupción. Acaso ¿no todas las grandes dinastías eran así? Pero donde se acusaba o envidiaba del poder del dinero, les tenía una noticia que les haría descansar por las noches.
La familia Bryrne era solo la fachada de una mansión podrida en sus cimientos y llena de termitas en sus paredes. Un sótano lleno de cadáveres, y pisos y pisos de esplendidas personalidades. Para muestra la joya que era, o mejor la joya que era el maldito, no, doblemente maldito de mi tío materno, Armando.
Este era el Director Ejecutivo, posición prometida cuando se retirase, y que por los momentos me encontraba siendo preparado a mis 28 años para suplir. Estaba asignado en el presente a la posición de Director Gerente, Jefe de Finanzas y Economía de la compañía, y no era muy impactante imaginar que era un adicto al trabajo.
¿Cómo no serlo cuando ni me soportaba a mí mismo algunas veces? El trabajo me daba una razón de ser, una razón de distraerme, una meta que cumplir. Desde niño me han inculcado que debo llegar a la cima de Bryrne Holdings Co., es todo lo que sé, todo lo que importa.
Armando lo sabe y lo usa como chantaje para que no desista de estas inútiles terapias. ¿Busca ayudarme? Es demasiado tarde para eso.
—Solo dame una de tus asignaciones innovadoras — le pido acomodando las mangas de mi chaqueta — la cumplo y la próxima vez discutimos como no sirvió de nada.
Héctor juguetea de nuevo con su bolígrafo y un mal presentimiento me recorre la columna vertebral.
—“Empoderamiento femenino: una lucha que debe unir a hombres y mujeres” — me recita alegremente — ese es el tema del proyecto social que mi nieta está haciendo para graduarse.
—¿Qué me importa lo que haga o deje de hacer tu nieta Héctor? — cuestionó aburrido.
—Que... por lo comentado tu equipo de trabajo netamente masculino necesita crear puentes con el género femenino de manera estable.
En mi piso no trabajaban mujeres. Estaban vetadas a pesar de que en otros departamentos eran admitidas. Pero en mi piso no. Era algo deliberado de lo que me había encargado de manera personal, Héctor conocía mis razones mejor que nadie, y me proponía este disparate.
—No lo haré. Busca otra propuesta — me impongo y cuando lo hago, nada ni nadie me lo impide — O quizás sea mejor cambiar de psiquiatra después de todo.
Mi doctor sabe que no estoy jugando, no puede perderme como paciente. ¿Cómo? Si aquí tiene un paciente potencial hasta el día de su retiro.
—Aidan, podré darte propuestas y propuestas de acción, pero ninguna funcionará si no colocas de tu parte. Ten en mente lo que te he dicho. No tiene que ser hoy o mañana, no te estoy apresurando. Tenemos tiempo de sobra. Espero que no te saltes la siguiente sesión — me indica terminando por hoy.
—No te prometo nada Héctor — me despido sin resultados, como de costumbre de una de las tantas terapias de mi vida.
.....
Al salir del consultorio me dirijo a uno de mis autos, ese en el que Julio, mi chófer de toda la vida me estaba esperando. Le pido que me lleve a Bryrne Holdings Co. y en el camino me encargo de revisar estadísticas en mi tableta. El camino se hace largo por el embotellamiento, lo que hacer rondar y rondar esa petición caprichosa de Héctor en mi cabeza.
Contratar a una mujer.
No había manera. Era imposible. No las quería en mi piso. Primero el Sahara se inundaba y los polos se derretían. Deseo volver a mis estadísticas, sin embargo, al llegar al estacionamiento subterráneo de la empresa noto mucho ajetreo. Más del usual.
—¿Por qué hay tanto movimiento en el estacionamiento? ¿Me perdí de algún evento? — trato de seguir el hilo en la pantalla.
—Es temporada de reclutamientos. ¿No recuerdas? — me responde Julio.
¿Temporada de reclutamientos? No puede ser. Eso significaba solo una cosa: ascensores abarrotados. Posibilidad de contacto físico y llamadas del departamento de Recursos Humanos pidiendo más flexibilidad con mis requisitos de admisión a mi piso.
Bajo del auto y en lugar de tomar el ascensor, soy más práctico. Uso las escaleras de emergencia para evitar lo anterior, o en su mayor parte. No debo subir mucho realmente, mi oficina estaba en el quinto piso, y como había esperado, esos pasillos estaban solitarios.
Excepto que no lo estaban del todo en el área del segundo piso, porque allí encorvada sollozando en posición de descanso estaba lo que tanto traté de evitar: una mujer.
.....
¡Lectoras he vuelto con este proyecto especial! Señor Bryrne es una PRECUELA desde la perspectiva de Aidan de QUIERO MATAR A MI JEFE. Por lo que es el libro 1.5 de esta saga. Créanme que todavía hay mucho por conocer del Cuervo.