—¡¿Ya no tengo un hijo?! —La voz del otro lado del teléfono de Ragnar le reprocha al momento—. ¿Pasaste dos meses fuera del país y ni siquiera tienes ganas de ver a tu familia? ¿Por qué no viniste a casa, Ragnar? Octavio me dijo que ya llegaste y habías ido directo a tu departamento. —Hola, madre —responde Ragnar—. Sí, vine a cambiarme. Tengo una reunión dentro de exactamente treinta minutos, no tenía tiempo de ir hasta la mansión y volver. —Acabas de llegar, Ragnar. ¿No puedes dejar de trabajar al menos unas horas para estar con nosotras? Somos tu familia. Ragnar masajea el puente de la nariz, mientras entra dentro de la camioneta. —Cuando termine por aquí iré, madre —responde y corta la llamada. Ya tendrá tiempo de hablar con ella con más calma cuando se sienta con ánimos. Ahora se