Capítulo 1

1344 Words
26 de julio de 2016. Sacudí mi cabeza con fuerza para concentrarme en la voz de mi amiga. Ella no paraba de hablar, pero dejé de oírla por un momento por estar pensando en Harvey, el guapísimo rubio que conocí dos meses atrás en una de mis tantas salidas de chicas con Gabrielle, y con quien comencé a salir hace cuatro semanas atrás. Él era divorciado y tenía dos hijos pequeños. Toda mi vida estuve reacia a tener algo con un hombre con hijos, pues mi política siempre fue: Si puedo comprar un auto nuevo, ¿para qué comprar uno usado? Este pensamiento se arraigó en mí, a raíz de mi convivencia con mi madrastra. No es que nuestra relación fuese mala, pero recuerdo que un par de veces traté de hacerle la vida cuadritos, solo por diversión. Temía que la justicia divina me cobrara esos años de rebeldía y dolores de cabeza ocasionados a Valerie. Pero había algo en Harvey que me atraía muchísimo. Era muy directo y frontal. Cuando se acercó a mí, no lo hizo con las típicas frases clichés que todos los hombres usan para acercarse a una mujer. No elogió mi aspecto ni dijo que era la mujer más hermosa que sus ojos vieron. ¡Dios! Cuanto odio cuando la primera frase que usan para acercarse a una es: Hola preciosa, eres muy bella y no he dejado de mirarte desde que entraste por la puerta. ¿En serio? ¿Acaso los hombres no entienden que las mujeres odiamos esa manera tan genérica de abordarnos? Harvey no fue así. Él se acercó a mi mesa, puso una cerveza frente a mí, arrimó una silla, se sentó y dijo: —¿Por qué estás molesta? Yo lo miré con el ceño fruncido. —No estoy molesta —le respondí de sopetón. —¿No? Yo creo que sí —comentó él—. Tengo rato observándote y no has sonreído ni una sola vez. —No suelo sonreír mucho —dije de mal humor—. Soy amargada por naturaleza —solté mis palabras con la esperanza de que el hombre se levantara y se marchara, pero no lo hizo. Eso me sorprendió mucho. —No eres eso. Solo eres alguien que decidió levantar una enorme muralla para impedir que alguien le haga daño —dijo y me guiñó el ojo. —¡Ah caramba! Tenemos un psicólogo —dije entre dientes, con notable sarcasmo. Él negó con la cabeza. —No. No soy psicólogo, pero no es necesario serlo para darme cuenta que envías todas las señales de no querer que nadie se te acerque. —¿Y si captó el mensaje, porque se acercó? —rodé los ojos con fastidio. A esas alturas de mi vida me importaba un bledo si causaba buena o mala impresión frente a un hombre. Estaba cansada de mis malas experiencias con ellos y prefería ahuyentarlos. Mejor sola que mal acompañada. Ese era mi lema. —Soy Harvey —extendió su mano en dirección a mí y yo la miré de soslayo. No la tomé—. Vale —él asintió con la cabeza y retiró su mano—. ¿Podría invitarte a una copa? —No —fue mi mordaz respuesta. Él se echó a reír. Yo lo miré con dureza. —¿De qué se ríe? —solté las palabras con violencia. —Lo siento. No quise ofenderte, pero es que, tu actitud es la típica de una adolescente que cree que el mundo está en su contra. —¿No quiso ofenderme? ¿Qué cree que está haciendo ahora, al llamarme infantil? —Yo no dije eso. —¿Ah no? —De acuerdo —levantó las manos en señal de rendición—, empezamos con el pie equivocado, pero es que no soy muy bueno abordando a mujeres que parecen que quieren asesinarme. No pude evitar partirme de risa. Me carcajeé tan fuerte que tuve que taparme la boca para ahogar mi estruendosa risa. Él sonrió. —¡Wow! Tienes una sonrisa hermosa —expresó. Me sonrojé como una idiota y todas mis defensas se desplomaron. No me di cuenta, pero en cuestión de minutos estábamos charlando de manera amena, acerca de él y de mí. Me contó que se acababa de divorciar y que tenía dos niños: una niña de ocho años y un niño de doce. Era de Texas y tenía una granja ganadera que administraba junto a su hermana mayor. Tenía treinta y seis años de edad. Nada mal para una mujer de casi treinta, como yo. Luego de un rato más de charla, Harvey me invitó a bailar. Yo accedí sin chistar, pues amo bailar. —¿Si te digo que me gustas mucho, me golpearás? —indagó él, mientras bailábamos. Reí y me separé un poco de él para poder verlo a la cara. —Me agradas, Harvey, pero en este momento no quiero nada serio con nadie. He tenido muy malas experiencias y… —Entiendo —me interrumpió, antes que comenzara con mi discurso—. Yo acabo de salir de un matrimonio de doce años y tampoco ando buscando alguien con quien pasar el resto de mi vida. Solo quiero una mujer con quien pasar el rato, sentirme cómodo, salir a bailar un rato, tener buen sexo, sin complicaciones… —Eres un hombre que va directo al grano —fue mi turno de interrumpirlo—. Eso me agrada. —No me gusta engañar a las mujeres con un montón de palabrerías cursis. Me gusta hablar claro y que sean ustedes las que decidan sí, darme la oportunidad o no. —El hombre propone y la mujer dispone —cité uno de los refranes más usados por mi madre. —Exacto —concordó él, guiñándome el ojo. Harvey intentó acercarse para darme un beso en los labios, pero giré mi rostro a un lado. —No arruines el momento —musité, apoyando mi mentón en su hombro. Supe que él reía porque las pequeñas sacudidas de su cuerpo lo delataron. Al día siguiente me llamó para invitarme a almorzar. Lo normal hubiera sido que le dijera que no y me inventara alguna tonta excusa, pero no lo hice. Accedí ir a almorzar con él. Esa invitación a comer, se convirtió en una salida al cine al final de la tarde y luego fuimos a tomarnos un par de copas en un lindo lugar donde presentaban música en vivo. Para el final de la noche nos encontrábamos en la habitación de un hotel, besándonos con pasión y con muchas ganas de tener sexo salvaje, sin importarnos que apenas lleváramos un día conociéndonos. Fuimos precavidos, por supuesto. No soy una loca que se acuesta con un recién conocido sin usar protección. El sexo fue fabuloso. Harvey posee una maestría en artes amatorias. Supo qué lugar tocar y cómo hacerlo. Fue rudo cuando lo ameritaba y sutil cuando debía. Y sus besos… ¡Dios! Sus besos eran fuera de serie. Con él puse en práctica todo lo aprendido hasta el momento. No es que sea una veterana, pero soy autodidacta y de vez en cuando, ver películas para adultos, ayudan a ampliar los conocimientos. Decidí seguir con mi vida como si nada hubiese sucedido. Pensé que al tener lo que quería, él se olvidaría de mí y pretendería que yo no existía. Es lo normal que un hombre hace con una mujer que apenas acaba de conocer; se la lleva a la cama y adiós. Yo estaba muy clara y en ningún momento me inventé una historia cursi, donde implicara la estúpida frase: “felices por siempre”. Sin embargo, Harvey se empeñó en sorprenderme de todas las maneras posibles. Tan solo pasaron ocho horas desde que nos despedimos con un corto beso en los labios a bordo de su carro, cuando mi móvil sonó. Al mirar la pantalla y ver su nombre en él, me sentí muy contrariada. ¿Qué se suponía que le diría al revolcón de la noche anterior?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD