Emiliana
Decidí volver a autoexiliarme en la habitación que se me dio.
Mi mente repetía constantemente el beso que Angelo me robó en el comedor la noche anterior, pese a que trataba de borrarlo con todas mis fuerzas. Era ridículo negar que me sentí atraída hacía él las dos primeras veces que lo vi, aunque me hacía sentir mejor el tener en cuenta que en ese entonces no conocía sus intenciones detrás o siquiera imaginaba que era un secuestrador.
Lo que me torturaba era el hecho de que me hubiese gustado tanto un beso que me espantó en igual proporción. La situación en sí ya era caótica como para mezclar una rara fascinación por mi captor, que bien podía interpretarse como Síndrome de Estocolmo.
La puerta se abrió sin previo anuncio, tras la madera apareció Sofía, quien quizá por
