Angelo La belleza de Emiliana nunca terminaría de asombrarme. Mientras caminaba hacía el altar portando aquel vestido blanco largo que dejaba al descubierto sus hombros, no pude evitar pensar que aquella imagen perfecta era justamente su principal arma para volver loco a los hombres a su alrededor. Esa fue la única estrategia que usó contra Santino y para su mala suerte, logró doblegarlo. La obsesión de mi enemigo por la mujer que se obligaba a ser mi esposa era tan comprensible como contagiosa. Verla sujetar aquellas flores y llevar aquel velo con soberbia me hizo desearla hasta con la última célula del cuerpo. Extendió una de sus delicadas manos hacia mí lanzándome una mirada cargada de odio. El gesto de desprecio fue tan sensual que me provocó todo lo contrario al rechazo. Nos c