A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas de mi despacho, pero yo ya estaba en la oficina. La noche había sido interminable. Entre llamadas a mi abogado y a mi equipo de relaciones públicas, había diseñado un plan para enfrentar esta situación. Sabía que el primer paso era encontrar a Luisa. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ahora. Cuando la puerta se abrió, Luisa entró con una expresión de falsa tranquilidad. Estaba impecable como siempre, con su vestido ajustado y su cabello perfectamente peinado. Pero detrás de su sonrisa, podía ver la astucia, el cálculo. —Dimitri —dijo con su tono habitual, fingiendo sorpresa—. Me llamaste temprano. ¿Sucede algo? —Siéntate —ordené con frialdad, señalando la silla frente a mi escritorio. Ella pareció vacilar