—¡Gracias!— contestó Zena. Cuando lleguemos a París me oscureceré las pestañas, pero no puedo hacerlo en el tren porque se me podría meter la pintura en los ojos y me arderían. Se sentó frente a él y continuó diciendo: —Ahora dime adónde vamos y quiénes seremos. —Ante todo— dijo Kendrick en tono dramático—, permíteme presentarte al Vizconde de Villerny. Zena lo miró. —¡Pero... él es una persona... real! —Sí, lo sé— reconoció Kendrick—, y por eso creo que será mejor que yo tome su personalidad. —Yo sé muy bien que el Vizconde anda ahora por el oriente— apuró Zena—, pero, ¿qué sucederá si alguien lo conoce? —Lo creo muy improbable— contestó Kendrick—. Tú sabes tan bien como yo lo terriblemente snobs que son los franceses. Se saben de memoria todos los títulos de nobleza de Europa ent