—No, absolutamente no —dijo Lisandro, con los puños apretados. Su mandíbula estaba tensa y su ceño fruncido. A su lado estaba sentada Agustina, su esposa, que lloraba cubriéndose la cara con las manos. —Pero papá, no podés hacerle esto a Cristian. Ya tomó una decisión. Es su vida. Rebeca había alentado a su hermano para que le contara a sus padres que quería empezar el tratamiento para el cambio de sexo y que de ahora en adelante se haría llamar Yelena. Como era previsto, ni Lisandro ni a Agustina les cayó bien la noticia. —Puedo tolerar muchas cosas —dijo Lisandro—. Puedo tolerar que mi hijo ande chupando vergas y que se la metan por el culo, si eso le gusta, no se lo voy a impedir. Hasta puedo soportar que se disfrace de mujer cuando lo hace. ¿Por qué puedo permitir todo esto? Porque