Capítulo II: Debiste morir.

1903 Words
―Sabes que me debes miles de explicaciones ―le dijo a brazos cruzados, el secretario a Jeremy, mientras observaban que el doctor llevaba buen tiempo atendiendo a la joven. ―Lo sé, te lo contaré todo en casa. Pero te pediré algo, dijiste una vez que me debías un favor. Por eso, quiero que esto quede entre los dos. No quiero que mi padre se entere. Él me mataría, así que, toma todo esto como si nuestra deuda, ya quedó saldada. ―¿Ahora sabes hacer tratos? ―Clarck arqueó la ceja―. Me sorprendes, es claro que cada vez asemejas la inteligencia de tu padre. ―Al menos algo debo tener en común ―contestó el pelirrojo, sin ninguna gracia. Él odiaba que lo compararan con su padre. Se podría decir que no tenían una buena relación. El señor Clarck, se le quedó viendo con atención por unos segundos, como si estuviera pensando cuidadosamente lo que le debería decir. Luego, expulsando un resoplido, le dijo: ―Está bien, no diré nada. Pero quiero que me prometas que no seguirás viniendo a esta parte de la ciudad, ni mucho menos deambularás en este horrible lugar. ―Pero… ―Hazle caso al secretario Clarck ―interfirió Jackson, con mirada punzante―. De verdad, últimamente me traes muchos problemas. ―Eso también va para ti, Jackson ―acató el hombre―. Justamente hoy veré a tus padres en una cena que tendrán con el Señor Giralf. ―¿Con mi padre? ―replicó, Jeremy. ―... así que no estoy completamente seguro, si podré quedarme callado, con lo que he descubierto hoy. ―¡Secretario Clarck! ―gritó el rubio sintiéndose amenazado. Jackson, con ira, apretó los puños. Si sus padres se enteraban de que él estaba haciendo las cosas a su antojo, lo mandarían de inmediato a un reformatorio en otro país, como ya le habían amenazado mucho antes. El secretario se cruzó de brazos, ni siquiera no se intimidó un poco y solo se encogió de hombros. Mientras se daban miradas asesinas, el doctor, retirándose los guantes, se aproximó a ellos. ―Hemos terminado. La joven ya está fuera de peligro, necesita descansar y seguir tomando estas medicinas ―explicó, entregándole una lista al secretario que, previamente, su enfermera había anotado―. Déjenme decirles que ella realmente se encontraba muy delicada, y me apena aclarar de que aquello que le ha sucedido es algo atroz e innombrable. ―¿Por qué? ―cuestionó Jackson sin tener conciencia de lo que le había sucedido. El doctor prosigue: ―Bien, esta chica, al parecer cuando estaba dando a luz… ―¿A luz? ―interrumpió de nuevo el rubio, pero se silenció de inmediato para terminar de entender la explicación. ―Sí, al parecer ni bien terminó el proceso parto, la dejaron con los restos de placenta y el umbilical aún intacto. No le hicieron ningún tipo de tratamiento, por eso su organismo había reaccionado con una infección. ―No puede ser… ―replicó Jeremy, afligido por el desgarrador recuento. ―Esta jovencita me ha dejado con un agrio sabor en la boca ―comentó el doctor―, aparte de haber tenido un mal cuidado sanitario, parece que ha sido ultrajada y golpeada hasta dejarla en aquel estado. Los tres personajes en frente del doctor, en silencio, se sobresaltaron inmersos en un escalofrío. ―…, la pobre tiene moretones por todo el cuerpo y una abertura en la cabeza que, por suerte, no es profunda. ―Esto no tiene nombre ―replicó Jeremy, demasiado chocado con las palabras del anciano. ―¿De dónde apareció esta pobre niña? ―cuestionó incrédulo el secretario Clarck, que nunca se había sentido tan afectado con algún caso, en su vida. Él era un hombre que había visto todo tipo de cosas, pero era la primera vez que se cruzaba con algo así―. Esta chica no debe pasar más de los 19. ―Sí, intuyo que tiene esa edad, o tal vez menos. Sin embargo, lo importante es que ya está fuera de peligro. Recomiendo que deben atenderla cuidadosamente por unos días. Físicamente, se recuperará rápido, pero no aseguro que suceda lo mismo psicológicamente. ―No... no sé qué decir ―comentó Jeremy, mirando a la chica con nostalgia. ―¿Estás llorando, Jeremy? ―le cuestionó de inmediato el Secretario, al ver su reacción. Este, arrugando la frente, añadió con decepción: ―Sigues siendo débil. Por otro lado, Jackson desde lo lejos solo permaneció fijando atentamente el perfil inmóvil, de la muchacha durmiendo. Luego, con frialdad, sin ningún tacto de empatía, se cruzó de brazos, y pensó: «Debiste morir» ―Opino que deberían reportarla ―aconsejó el doctor. ―Doctor Haensen ―le respondió, Clarck con arrogancia en su voz―, usted en este momento está siendo un poco entrometido. ―Yo… yo lo lamento. ―El hombre agachó la mirada con temor. ―Nosotros no podemos correr el riesgo por una persona que no conocemos. Lo único que debemos hacer, es esperar que despierte y cuente su verdad, para ver como podríamos ayudarla con mucho sigilo. ―Ti-tiene razón ―tartamudeó el anciano con miedo a la mirada del hombre. ―Parece que tendremos de todas formas, una conversación demasiado seria, Jeremy ―aclaró Clarck, con semblante sombrío. El secretario Clarck, era el hombre que siempre resolvía los problemas de la familia Giralf, y debido a la circunstancia, temía que esta mujer, sea algo que pueda ser como una piedra en los zapatos del joven amo. ―Lo haremos, Clarck ―contestó, Jeremy, sin temor alguno―. Pero déjame aclararte de que me haré cargo de cuidarla hasta que se recupere. ―Jeremy, te dije que no volverías ―acató el secretario un poco alterado―. Además, tienes que irte de viaje por una semana con tu padre. ¿Qué le dirás? ¿Qué no irás? Jackson, ante la discusión que tenían ambos, lo pensó, y rápidamente lo utilizó a su conveniencia. ―OK, entonces, yo la cuidaré ―exclamó con naturalidad. Tanto como Clarck y sobre todo Jeremy, se quedaron viéndolo, sorprendidos―. Pero con la condición de que no le dirás nada a mis padres, secretario Clarck. Clarck apretó su entrecejo, estaba un poco indeciso. Pero creyó, al final, que era una mejor idea, antes de involucrar mása Jeremy. ―Ok ―contestó―. Si eso es lo que deseas. ―¿Estás seguro Jackson? ―Jeremy lo miró un poco inseguro. ―Sí, de todos modos, ya me comprometiste. ―Ustedes niños ―interfirió Clarck, negando con la cabeza―, pretenden ser grandes, aunque, en realidad, no tienen la mínima idea de serlo. Clarck, airoso observó a Jackson, y le dijo: ―Tú, debes controlar más, tu vida desenfrenada con estos vagos. Y tú. ―Se giró a Jeremy―. Debes avivar tu vida, pero no de esta forma. ―¿Por qué eres siempre entrometido? ―contestó de mala gana Jackson. Era claro que, no era la primera vez que el secretario le aconsejaba algo para su bienestar. Jeremy y él, eran amigos desde pequeños. Clarck los había visto crecer, por eso se sentía con la atribución de corregirlos. ―Jackson, debes aterrizar. Ponte a estudiar, entiende que, lo que se viene no será fácil. Ya debes saber, muy bien, que tú eres el único heredero de los Ferravi. ―¿Ferravi? ―titubeó el doctor que, intimidado, solo había permanecido en silencio escuchándolos―. ¿U-usted es el hijo de los Ferravi? ―Ya me expusiste ―contestó Jackson con más ira en su tono. ―Es un placer. ―El doctor realizó una reverencia―. Por favor, me brindo a su disposición, puede llamarme a cualquier hora para orientarlo con la señorita. Este es mi tarjeta de presentación. Jackson, sin querer desdoblar sus brazos, lo recibe cuando el doctor pone la pequeña tarjeta en sus manos. El rubio, con antipatía le mostró únicamente desinterés. ―Bueno, creo que todo aquí, quedó resuelto. Es hora de irnos, Jeremy ―indicó Clarck, posando su mano en el hombro del chico. ―Sí, dame un momento, por favor. Jeremy, con un poco de temblor en las piernas, caminó hacia la chica. La examinó por completo con la mirada, y suspiró al verla conectada a la intravenosa. Él, al menos, se sintió más tranquilo. Supuso que la joven se mejoraría mientras estaría ausente por una semana. El pelirrojo, ya desde ese momento, se sentía ansioso por cruzar palabras con ella a su regreso. ―Ya vendré a verte, bonita ―le dijo con dulzura, contemplando su tranquilo rostro―. Tienes que mejorarte. Sonrió, y luego se retiró el collar de su cuello para acomodárselo sutilmente en el cuello de la chica. ―Esto era de mi madre, estoy seguro de que te dará las fuerzas suficientes, para que te recuperes y así poder ayudarte. Jeremy, con el rostro sonrojado, le pasó por última vez, el mechón por detrás de su oreja, y muy preocupado de la falta de irresponsabilidad de su amigo, salió de esa habitación con una angustia en su pecho. Pasaron horas y, por ese día completo, la mujer no se levantó. Jackson solo la fijó una vez en la noche desde la entrada y luego siguió con lo suyo, como si ella no existiera. *** Al día siguiente, a las dos de la tarde; Jackson postrado en un colchón en el suelo, con dos mujeres a cada lado, se levantó con una intensa migraña. El rubio tenía una enorme resaca por haber bebido y fumado hasta altas horas de la noche. Por doquier, del salón de juegos ―cómo así lo nombraron ellos―, se encontraba el resto de sus amigos dispersados, con el alto alcohol aún recorriendo por sus venas. Él, sediento y soñoliento, con solamente un pantalón, mostrando su delgado cuerpo lleno de abdominales, caminó en dirección al almacén, en donde guardaban las botellas de agua. Jackson en su trayecto, cruzó la puerta abierta de la chica enferma como si nada, pero se detuvo en seco al percibir una sombra extraña, al fondo de la habitación. Confundido retrocedió los tres pasos que ya había avanzado, luego giró su rostro hacia la sombra, y detalló con precisión que la joven mujer se encontraba sentada al ras de la cama. Jackson, completamente impactado, tragó saliva con fuerza al cruzar miradas. Esa hermosa mujer de cabellera roja, con hermosos ojos verdes, lo observaba con alta desorientación. Él no había visto hasta el momento, el rostro limpio de la chica. Hasta ese instante él no se había tomado la molestia de acercarse a verla, después de que Jeremy se había ido. ―Disculpa… ―le dijo, la chica con voz suave―. Me siento muy confundida, ¿Me puedes decir que me sucedió? Jackson pestañeó, e inició a acercarse poco a poco. ―No lo sé…, esperábamos a que despiertes para que nos respondas esa pregunta. Ella, sin alejar su vista de los ojos miel del rubio, arrugó el gesto, e imprevistamente se inició a cristalizarse su mirada. ―Cómo… ¿Cómo podría saberlo, si ni siquiera recuerdo cómo me llamo? El joven se detuvo en medio camino, y no demoró en sentir una opresión en su pecho. Ella lo había dejado completamente perplejo.
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