Dos veranos atrás
Lo mejor de vivir en Miami, esos calurosos veranos que paso en la playa desde que era una pequeña. Primero, dedicándome a jugar con mis dos hermanos mayores al realizar competencias sobre quién hacía el mejor castillo de arena; después, al pasar al pasar a la secundaria, pasaba mis vacaciones trabajando en un local de batidos, guardando el dinero de mis propinas y el poco salario que me ganaba, para cuando me correspondiera irme a la universidad.
Mi gran sueño, llegar a estudiar periodismo en Yale. Un sueño que veía mucho más cercano de cumplir; me estaba esforzando en trabajar duro, sacar buenas calificaciones y prepararme desde ya para presentar mi examen de admisión y ganar una de las pocas becas que ofrecía la universidad. Para eso aún faltaban dos años, pero, solo quería sentirme segura y lista para cuando eso aconteciera.
—¡Kendall! — Ashley se acerca a la barra del local, luciendo uno de aquellos diminutos trajes de baño de dos piezas que tanto amaba utilizar en todos los días durante el verano. Hago una mueca justo cuando se impulsa a través de la barra para besar mis dos mejillas.
Finjo sonreír ante su peculiar muestra de cariño, pues a pesar de que aquella alta y hermosa pelinegra era mi compañera de secundaria y se decía ser mi amiga, no terminaba por agradarme para considerarla como una de las mejores. La sentía plástica y muy materialista, completamente lo opuesto a lo que yo podía ser.
—Pero apenas comienzan las vacaciones y ya estás trabajando, mujer — dice al chasquear la lengua — ¿Qué no piensas en querer divertirte, aunque sea un poco?
Niego con la cabeza y camino hacia la mujer mayor que me ha solicitado un batido de mora con leche.
—Enseguida se lo preparo — le digo a la vieja mujer mientras me dedico a sonreírle — sabes que debo de aprovechar el tiempo, Ashley — me dirijo a mi amiga al mirarla sobre mi hombro — no tengo tu suerte al haber nacido en una cuna de oro.
—Aún faltan dos años, Kendall. Y ni siquiera sabes si lograrás ingresar a Yale — expresa la chica en son de burla — al rato y terminas estudiando aquí mismo, en la West Florida — escuchar su burla me hace poner los ojos en blanco de forma inmediata, esa falsedad y el creerse la reina del mundo, era lo que más odiaba de ella, motivo que me llevaba a no quererla tan cerca en mi círculo social.
—Claro, como tú ya tienes tu futuro asegurado en Harvard — señalo al aguantarme la necesidad de querer soltarle una grosería — si no tienes nada mejor que hacer, además de estar burlándote de mi pobre futuro, déjame trabajar y ve a insinuártele a más de algún turista, a como siempre lo haces — le sonrío manteniendo mis labios apretados, lo que la hace poner los ojos en blanco.
—Hoy habrá fiesta en la playa, por si al final decides venir — termina diciendo.
La observo alejarse mientras se dedica a contonear las caderas a la vez que les sonríe a todos los chicos que se encuentra a su paso, lo que me hace negar con la cabeza. Ashley y yo tan solo teníamos diecisiete años, aun así, ya llegaba a hacerme a la idea de que esa chica ya había estado en la cama de varios chicos.
—Esa chica es una insolente — farfulle la anciana justo cuando le entrego el batido — tú no le hagas caso, jovencita, tampoco te dejes vencer, si deseas ir a Yale, lucha por ello y consíguelo — me guiña un ojo mientras saca un billete de cincuenta dólares y lo deja sobre la barra — conserva el cambio, querida.
—Se lo agradezco, señora — digo con sinceridad al tomar el billete.
(…)
—Kendall, ¿Qué haces aquí? — cruzo las piernas bajo mi cuerpo y llevo un puñado de palomitas a mi boca, mientras me dedico a observar a mi hermano Kenneth.
—Creo que aquí vivo — respondo, como si aquello fuese lo más obvio.
El alto y guapo rubio niega con la cabeza y se sienta a mi lado, a la vez que me arrebata el tazón de palomitas para dejarlo sobre la mesa de centro. Kenneth tan solo me llevaba dos años, justo estaba esperando su fiesta de graduación para volar lejos de la familia, gracias a su gran afinidad hacia los deportes, había ganado una beca completa en la Universidad de San Francisco, lo que nos llenaba a todos de alegría, a la vez de que nos invadía la nostalgia al perder al primero de los Morgan, después de él, sería Kevin, quien se esforzaba por seguir los pasos de su hermano mayor al querer incluso terminar en la misma universidad, y, para variar, la menor de la familia también deseaba volar lejos del nudo, dejando a una madre y un padre desolados al pensar en que perderían a sus tres retoños.
—Vamos, hermanita. No me tendrás mucho tiempo aquí — dice él al tomar mi mano para obligarme a levantar — ve a cambiarte, Kevin nos espera en la playa.
Entre reniegos, obedezco, pues en realidad tan solo deseaba pasar mi noche viendo un maratón de Lucifer, para terminar por irme a la cama en horas de la madrugada. Mamá y papá no estaban en casa, así que tampoco la tenía a ella para que pudiese rescatarme de mis locos hermanos mayores.
—¡Date prisa, Kendall! — me grita Kenneth al casi botar la puerta de mi habitación al aporrearla con ambos puños.
—Si no te detienes, te voy a meter el tacón por el culo — le advierto al abrir la puerta con uno de mis adorados tacones en mi mano.
Los ojos azules de mi hermano mayor me enfocan de forma divertida, sonríe y pasa por mi lado para luego tirarse a mi cama.
—No me digas que irás con tacones a la playa.
—Claro que no, bobo. Solo era para amenazarte — me rio al tirar el zapato a la caja para luego tomar un par de sandalias de tiras altas, las cuales lucían perfectas con el minishort y el crop top n***o que había decidido usar — estoy lista — digo al final.
(…)
La playa estaba decorada con luces amarillas y faroles alrededor de la carpa que habían levantado para la fiesta que siempre se organiza para dar la bienvenida a la época de verano y a las vacaciones escolares. Chicos se encuentran en aquel lugar, bailando, tomando bebidas alcohólicas que definitivamente a su corta edad, no deberían de ingerir, e incluso, muchas chicas o chicos mezclándose con apuestos turistas. No es que no me gustaran las fiestas, me divertía en ellas, amaba bailar y reír con los demás, únicamente que no solía ser fan de compartir saliva con extraños.
—Así que al final lograste sacarla de la casa — Kevin se acerca a nosotros con tres latas en sus manos, repartiéndonos una a cada uno.
—Kevin, aún tengo diecisiete, no voy a hacer cosas ilegales en público, me metería en problemas si alguien me acusa, eso me perjudicaría a la hora que trate de ganar mi beca en Yale — digo al rechazarle su cerveza.
—No seas aguafiestas, Kendall — Kevin pone los ojos en blanco al obligarme a tomarla — mamá y papá no están en casa, nosotros vamos a cuidarte — me guiña un ojo y luego cuelga su brazo sobre mis hombros — diviértete, hermanita.
—Son insoportables, ¿Lo sabían? — me quejo al apretar la lata de cerveza para abrirla y llevarla a mis labios.
Cuatro latas de cervezas más tarde, ya me encontraba bailando con cuanto chico conocido me invitara a bailar, las rolas de Wisin y Yandel resonaban en los parlantes, provocando que hubiese muchos cuerpos frotándose entre sí, acompañados de gritos de euforia a causa del alcohol en nuestro sistema, lo que nos provocaba aquella alegría espontánea que, a pesar del cansancio nos hacía continuar.
Me consideraba una chica bastante atractiva, lo que agradecía enormemente a mi parte latina por parte de mi abuela materna, cintura delgada, caderas anchas, además de unas largas y esbeltas piernas, que consideraba uno de mis mejores atributos, en conjunto con mis ojos verdes y mi lindo cabello rubio. Debía de admitir que adoraba sentir cómo algunos de los chicos de mi instituto me miraban de forma cautelosa, sin siquiera atreverse a acercarse a mí a causa de mis dos hermanos mayores, a los cuales siempre les guardaban un especial respeto, así que, cuando me gustaba alguno, debía de correr con la pena de tener que besuquearme a escondidas.
Me encontraba bailando con Malcom, uno de los mejores amigos de Kevin, cuando lo miré por primera vez. Un alto chico de cabello castaño me veía fijamente, con tanta intensidad que incluso me hizo detener mi baile para poder mirarlo. Me es inevitable no perderme en aquellos ojos color tormenta, que provoca que mi cuerpo se acalore a como nunca lo ha hecho.
—¿Estás bien? — escucho la voz de Malcom tras de mí, siento sus manos colocarse sobre mis hombros, mientras continúo viendo la forma en que una enorme sonrisa se dibuja en los labios del chico ojos color tormenta.
Me giro con rapidez y enrosco mis manos alrededor del cuello del moreno frente a mí, a la vez que asiento con la cabeza.
—Sí, solo hay que seguir bailando — farfullo en respuesta al comenzar a moverme al compás de la música otra vez.
(…)
—Jamás volveré a permitir que me convenzan de tomar — me quejo al abrir los ojos y encontrarme tirada en medio de la sala sobre los cojines de los sofás.
Escucho a Kenneth quejarse de un dolor de espaldas, mientras que Kevin continúa roncando.
—Sí, claro. Se te obligó a hacerlo — murmura mi hermano mayor al echarse a reír.
Abro los ojos, dedicándome a ver como todo comienza a darme vueltas, lo que me hace reír al sentirme en un carrusel. Mi cabeza palpita del dolor, y las náuseas comienzan a invadirme al comenzar a sentir los efectos de la resaca.
—Creo que ya perdí la cuenta de la cantidad de veces que has dicho eso en los últimos meses — se ríe Kevin al soltar un lento bostezo.
—Maldita sea, apenas tengo diecisiete — me quejo al cubrir mi rostro con ambas manos — ahora es cuando desearía tener dos hermanas aburridas con las cuales podría hacer pijamadas, y no dos bastardos que me instan a hacer el mal.
Ambos se echan a reír mientras comienzan a levantarse, me uno a ellos a la vez que niego con la cabeza, el solo saber que pronto comenzaríamos a separarnos, hace que mi corazón se parta a la mitad, amaba tanto a ese par de malditos, que justo ahora no podía imaginar mi vida sin ellos.
—No puede ser — escuchar la voz de mamá al ingresar a la casa, nos hace dar un salto para ponernos de pie — maldita sea, chicos, nos van a denunciar con servicios infantiles por su culpa e irresponsabilidad, ¿Acaso no podían quedarse en casa viendo una película?
Desvío la mirada hacia mi padre, quien trata de aparentar ser serio para apoyar a mamá, pero, que, al ver nuestros rostros de niños borrachos, se echa a reír de forma descontrolada, contagiándonos en el proceso mientras mamá continúa tratando de ser la persona responsable en aquel lugar.
(…)
—Kendall, voy a salir a realizar el depósito, te dejo a cargo — ordena mi jefa al desaparecer del local sin siquiera esperar mi respuesta.
Llevaba al menos tres años de que le ayudaba en su negocio durante todas las vacaciones, motivo que la llevaba a confiar en mí ciegamente, decía que era su empleada de confianza, aunque honestamente eso no lo sentía como un alago al ser su única empleada. Esa mujer era tan tacaña, que, durante todo el resto del año, trabajaba sola de sol a sol, con tal de no pagarle ni un dólar a nadie más.
Faltaban unos minutos para abrir el local, así que aprovecho el tiempo para limpiar las licuadoras y las picadoras de frutas, aún me sentía un tanto desgastada por la borrachera de la noche anterior, por lo que necesitaba ocupar mi tiempo en el trabajo para así tratar de olvidarme de la forma en que mi cabeza palpitaba ante los fuertes rayos del sol.
—¿Crees en el amor a primera vista?
Un grito se escapa de mis labios justo cuando una voz bonita resuena tras de mí, impresión que me hace botar el pichel de la licuadora que mantenía en mis manos, lo que termina haciéndose papilla contra el suelo.
—Demonios, voy a tener que pagar eso — reniego al inclinarme a recoger los trozos de vidrio para echarlos al tarro de la basura.
—Lo lamento, no fue mi intención asustarte, yo pagaré por él — se disculpa el chico, lo que me hace levantarme para mirarlo por primera vez.
Justo cuando mi mirada se cruza con aquellos bonitos ojos color tormenta, comienzo a sentir como mis rodillas flaquean, incluso haciéndome olvidar hasta la forma en la que se debía de hablar. Era él, el chico que estuvo mirándome por largo tiempo durante la fiesta de la noche. Trago saliva con fuerza, a la vez que trato de sonreír, después de todo, jamás podría enojarme con alguien tan perfecto como él.
—Hola — susurra al pasar una mano por su sedoso cabello castaño oscuro — ¿Puedo saber tu nombre?
—K.. — me aclaro la garganta al recordar la advertencia de mi madre al no darle información a los extraños, era obvio que este chico no era de por acá, jamás lo había visto — Kylie — miento al sonreír abiertamente — ¿Tú?
—Andrew — responde al estirar una mano en mi dirección, mano que tomo enseguida, ganándome que él lleve la mía hasta sus labios para depositar un pequeño beso en mis nudillos, gesto que me hace ruborizar enseguida — que placer conocerte, Kylie. Debo decir que jamás he conocido a una chica tan bella como tú.
—Pues supongo que ha sido porque jamás has venido a Miami — farfullo, lo que lo hace sonreír.
—Tienes razón, jamás he estado en Miami. ¿Quieres mostrármelo?
Muerdo mi labio inferior al no saber que responder. Jamás había sido fan de tener romances de verano con turistas que jamás volvería a ver a como lo hacían algunas chicas, pero, él era tan lindo, que difícilmente iba a lograr resistirme.
—Termino de trabajar a las cuatro, supongo que podré mostrarte algunos lugares.
Lo veo asentir con la cabeza, aquella mirada que mezclaba tonos verdosos y grises continuaba escrutando en la mía, logrando hacerme sentir cosquillas en partes de mi cuerpo que jamás habían sido utilizadas.
—Estaré aquí a las cuatro, no vayas a escaparte de mí — murmura al mover su mano en señal de despedida.
Un lento suspiro abandona mis labios al verlo marchar, ¿Cuántos años podría tener? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve? La verdad, ahora no me importaba, pues estaba segura de que ese chico de ojos color tormenta, me haría pasar el mejor verano de mi vida.
(…)
Al final, no me resultó el mejor verano de mi vida, Andrew solo estuvo una semana en Miami, pues según dijo, volaría a Madrid para iniciar su carrera universitaria. Aún así, me encargué de disfrutar aquella semana entre caminatas, fiestas, largas sesiones de besos e incluso, baños en el mar.
¿Mi error?
Dejarme seducir la noche en que iba a despedirme de él, se suponía que solo sería una larga caminata, pero al final, habíamos terminado enredados entre besos y caricias sobre la arena, caricias que nos llevó a perder el control, terminando por unir nuestros cuerpos en uno solo, de una forma en que jamás lo había hecho con ningún otro chico. Mentiría si digo que no lo disfruté, ¿Lo malo? Jamás volvería a verlo, además, de que ahora sabía que probablemente, ningún otro chico lograría llenar mis expectativas a como lo había hecho aquel chico ojos color tormenta.
Él se había ido, llevándose una parte de mí con él, una parte que estaba segura jamás poder recuperar.
—Entonces… al final sí te cogiste al guapito — murmura Ashley al sentarse a mi lado.
Tuerzo una sonrisa y suspiro con pesadez mientras me dedico a mirar la forma en que el sol comienza a esconderse tras el horizonte.
—Supongo que me equivoqué, al igual a como lo dices tú cada vez que te coges a un nuevo turista.
—Bueno, ¿Qué te diría si te confieso que jamás me he acostado con nadie?
Levanto una ceja y me echo a reír.
—Estás bromeando, ¿Verdad?
—No — mi amiga apoya su cabeza contra mi hombro, echándose a reír — todo ha sido una enorme fantasía producto de mi imaginación. Me gusta ser cool, supongo — dice al encogerse de hombros.
—Maldita sea — me limito a decir tras tirarme de espaldas en la arena.
Ashley suelta una carcajada al imitar mi postura de tirarse a la arena, para después intentar hacer ángeles de arena, lo que sin duda me hace reír.
—¿Qué? — interroga al detenerse — acá no hay nieve, de algo tengo que hacer ángeles.
—Olvida los malditos ángeles y mejor dime si lo que dijiste es real.
—Es verdad, Kendall — arguye con honestidad — sigo siendo virgen, así que mejor, suelta la sopa y cuenta, ¿Cómo es tener sexo con un desconocido? — pregunta al acostarse de lado para mirarme.
—No puedo negarlo, fue asombroso — cierro los ojos y suspiro — fue cuidadoso, dulce, se preocupó por mí, además de que me decía cosas muy bonitas al oído — le comento al recordar la forma en que sus caricias se sentían contra mi piel.
Debía de admitir que ahora, ese extraño chico se había quedado atascado en mi memoria y mi piel, lo que probablemente era algo malo, pues no iba a volverlo a ver.
—¿Por qué no le escribes?
—No intercambiamos números. Los dos sabíamos que era algo pasajero — digo al mirarla — mejor así.
—Al menos dime que se cuidaron.
Arrugo la nariz a la vez que me hecho a reír.
—Es hora de ir a la farmacia, Kendall. No vaya a ser que en unas cuantas semanas vayas a encontrarte con una sorpresa que te impida ir a Yale — me recuerda al comenzar a levantarse.