V

1773 Words
  Anastasia.   Aquellos ojos azules mar no salían de mi cabeza, su pelo perfectamente peinado y su resplandeciente barba... sus manos muy cuidadas, su traje, su voz, su nombre.   Mi día marchaba muy normal como siempre que tengo turno en la tarde, pasé por el café por un capuchino y había mucha gente la verdad, es que parecía como si era algo gratis que daban en el local de la fila tan larga en la que por mi vicio con esa bebida me metí. Nunca había visto tantas caras en un día, ni siquiera en el hospital.   Todo mundo luego que compraba se desesperaba para salir y entre tantos "permiso" un imbécil no optó por decir esa palabra con educación, si no que me empujó provocándome chocar con ese cuerpo musculoso completamente trajeado, sin una sola arruga. Por un momento pude llegar a creer que estaba molesto, pues sus facciones estaban muy contraídas pero fijándome bien, es su aspecto al parecer.   Para mi desgracia uno de mis tacones se rompió y fue el quien me prestó unas sandalias muy bonitas de su supuesta cuñada. Se comportó muy amable conmigo, robándome el aliento por completo ante su forma de hablar y sus gestos. Es que yo nunca había visto un hombre como él después de mi padre, yo pienso que ahora todos son unos desconsiderados que no tienen delicadeza con la mujer, pero él sin conocerme me ofreció su ayuda y se agachó a quitarme los tacones y colocarme las sandalias, pues había tanta gente allí que ni siquiera había una silla desocupada como para yo sentarme y hacerme el cambio de zapatos por mi cuenta propia.   Y yo pensando, ¿quién en estos tiempos hace eso por una mujer a quien no conoce? Es decir, hay tantos hombres que a sus esposas no quieren ni subirle el cierre de sus vestidos y viven entre casa, son supuestamente marido y mujer. Pero yo era una desconocida para él, sin embargo, se agachó entre la multitud y como el príncipe a la cenicienta le colocó la zapatilla, así mismo hizo conmigo.   Yo con la piel completamente erizada lo miré en todo momento... es que nunca me había sentido tan... hipnotizada por otros ojos. Jamás.   Lo mejor no fue eso, si no que me fui de aquel café con el deseo de quedarme, pero emocionada porque al otro día lo vería para devolverle las sandalias de su cuñada y por Dios, no entendía por qué mi emoción si era un desconocido... uno jodidamente sexy, pero rayos, yo no era así, soy muy difícil y me hago la desinteresada, pero no pude evitar actuar como una tonta ante tanta ternura. Me sacó no sé cuántas sonrisas y ni se diga del calor que invadió mi cuerpo.   No quería sentir eso, pero no podía controlar mi sistema nervioso.   De todas formas, cuando llegué al hospital traté de hacer mi labor atendiendo a mis pacientes como de costumbre, pero su sonrisa se grabó en mi cabeza. Fue como si mi memoria le tiró una foto y la colocó de fondo de pantalla, porque aún no estaba frente a mí y se me quería salir la baba. Pasé desde las tres de la tarde hasta las doce pensando en él, y como me molestaba, yo no era así.   Para rematar, llegó un paciente muy herido, con golpes en la mayoría de las partes de su cuerpo, con su rostro herido, su estómago golpeado con moretones y una pierna rasgada. Lo más lejos que tenía era que ese joven era empleado de Adriano, el hombre deslumbrante del café... y ahí volvía a poner mi mundo de cabezas, volvía a hacerme sentir nada ante sus palabras pausadas, pues tenía una forma de hablar que enamoraba. Era calmado y muy bien hablado, sus labios me harían pecar, y me temía de perder el control, tanto que yo misma me dije que actuaba como una puta, pero rayos! Él comenzó a decirme que no se sentía del todo bien y yo le brindé atención médica con la piel como una gallina. Y era malo, muy malo porque a propósito me ponía nerviosa.   Algo me decía que estaba muy bien, pero yo quería tocarlo, comprobar con mi tacto si en realidad estaba caliente, y no fue así, más bien la que se estaba poniendo caliente era yo y no por fiebre.   Me sorprendió cuando todavía seguía siendo caballeroso conmigo y me llevó a mi casa, estando lloviendo me salvó la campana cubriéndome con un paraguas. Me ayudó a bajarme de esa camioneta tan alta colocando su mano en mi cintura y....Por Dios....santo cielos. Tenía el tacto de un ángel, que manos, que delicadeza... que macho.   Me invitó a un helado y claro que acepté, para no verme tan desesperada le llevé la contraria que mejor un café pero se negó, como me gustó que eligiera por mí.   — ¿Y por qué tan bonita a estas horas? — escuché a mi mamá preguntarme apoyándose en el marco de mi habitación.   Yo dejé de ponerme rubor en las mejillas y la miré. Le sonreí muy ampliamente agitando mi cabello ondulado.   —Voy a salir, mamá — le dije mirándola asentir.   Me puse de pie del banco de mi tocador y me miré en el espejo. Llevaba un vestido de escote corazón ajustado hasta la cintura y luego la falda abucheada con un largo de seis dedos más arriba de las rodillas, unas balerinas en los pies y unas que otras pulseras en mis manos con mi Apple Watch.   —¿A dónde sí se puede saber? — me preguntó   —Ayer se me rompió el tacón en plena calle y un joven muy apuesto me prestó estas sandalias para que no le regresara descalza a la clínica. Hoy hemos quedado para yo devolvérselas —   Mi madre me observó por unos segundos.   —Luces como si fuera una cita. Estas vestida como la primera vez que asististe al parque a tu primera cita con aquel chico de la secundaria— ella es tan crítica.   Torcí la boca y rodeé los ojos. Mi mamá vive conmigo, se divorció de mi padre hace unos diez años, pero casi nunca está porque es enfermera en Génova. Sin embargo, cuando si está lo quiere saber todo y cree que sigo teniendo 15 años.   —Nunca ha sido una opción para mi salir desarreglada. Incluso ni para ir a la bodega. Y no es una cita —   —Ajá, ya mencionaste que es guapo. Bueno tu dijiste que "muy". Yo sé que eres loca pero no como para ya estar ilusionada con un hombre que conociste ayer —   Respiré profundo y miré la hora en mi reloj, 2:56 pm.   —Mamá no tengo 15 años, y no estoy ilusionada. No sé a qué horas volveré, por si acaso — le avisé.   —Entregarle esas sandalias no te demora ni dos minutos. ¿Como que no sabes a qué hora regresas? —   Mi móvil sonó, por ende no contesté esa pregunta de mi mamá.   —Hola? —Hable el móvil.   —Ya estoy debajo, señorita Anastasia — de tan solo escuchar su voz me puse muy nerviosa, como si fuera a vomitar.   —Ya bajo, no tardo — colgué sin evitar esbozar una sonrisa.   Mamá me miraba negando con la cabeza.   —Sabes los desquiciados que hay en esa ciudad? — me preguntó   —Chao mamá, te quiero — besé su mejilla antes de marcharme.   —Yo te voy a bajar, claro que sí. Quiero ver con quien vas a salir — no puedo creerlo.   —Tengo 26 años. ¿Qué va a pensar? — le pregunté mirándola salir por la puerta conmigo.   —No me importa, eres mi única hija — bajó conmigo las escaleras.   Sin rechistar porque no valía la pena, no había nada ni nadie que le llevara la contraria bajamos al parqueo en donde lo vi al lado de esta vez un BM. ¿Acaso ayer en el café no iba en un Porsche, después en la noche en una Ford y ahora un BM?   Iba vestido para chuparse los dedos.   Caminé hacia el sintiendo a mi madre detrás.   Me dedicó una linda sonrisa desde ya.   —Adriano, ella es mi madre, Susan. Quiere ver con quien iré a comer helado — me sentí avergonzada por un momento pero me relajé al verlo regalarle una sonrisa placida y estrecharle su mano.   Miré la cara de mi madre quien ahora también esbozaba media sonrisa.   —Ella solo cuida un tesoro. Mucho gusto señora, Adriano. Y no se preocupe, yo cuidaré de ella —   Esas cosas me volvían loca, pues yo desde niña he soñado que el novio que tenga me represente y responda por mí. Que no tenga vergüenza ante mi familia, que no sea tímido. Y Adriano se muestra relajado y completamente placido. Sin incomodidad alguna.   ¿Por Dios que acabo de decir? ¿Dije novio? Si apenas sé su nombre...   Mamá estrechó su mano.   —Un placer, Adriano. Yo soy la madre de esta jovencita. Es que ella no me dijo nada que me diera confianza de con quien saldría. Tan solo me dijo que con un hombre muy guapo, que ahora compruebo por qué tan ilusionada y contenta se mostraba hoy — me quise morir en ese momento.  ¿Ustedes tienen madres como la mía? Porque esta es de bocona, que no creo que haya lengua más suelta y ligera que la suya.   Adriano río a carcajadas... estaba riendo, mientras yo sentía mis mejillas arder como un horno.  Tan solo suspiré.   —No se preocupe, ya ella le contará de mi otras cualidades que la harán sentirse segura de que su hija conmigo está en buenas manos — le contestó.   Mi mamá le sonrió ampliamente.   —De ser así los dejo tranquilos, espero que disfruten solo el helado y no de otra cosa. Que yo también fui joven, y no soy tan vieja aún. Si te gusta tráelo a comer a casa, que alguien tiene que quitarte lo amargada, Ana — papá Dios, ¿que he hecho yo para merecer que sea tan libre a la hora de expresarse?   Adriano volvió a reír y me abrió la puerta de su coche para que subiera.   —Si es amarga la volveré dulce, ya verá. Y no se preocupe, hoy solo disfrutaremos un helado — se despidió de mi madre, que yo ni la miraría. Esa señora lo miraba con una gran sonrisa mientras a mí me dejaba avergonzada.   Gracias a Dios y no le dije que Adriano me parecía caliente, si no seguro que también se lo hubiera dicho.
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