2. La vida y sus vueltas (Parte 1)

1159 Words
Dentro del restaurante, Stefanía y yo buscamos una mesa más privada. Tenía que hablar con ella, decirle muchas cosas. El mesero se acercó a nuestra mesa, pedimos dos platos de parrilla, con ensalada cesar y papas fritas, una Coca-Cola de 2 litros, y para llevar una ración adicional de papas fritas. Una vez que el muchacho tomó el pedido, se alejó. Ese instante lo aproveché para hablar con mi novia. Ella me preguntó si yo me sentía bien, le aseguré que había algunos detalles que me incomodaban. —Bueno adelante, te escucho. —Asentí. Tomé aire y comencé a hablar. —Lo primero... Bueno... Antes que nada, necesito me prometas algo, amor. —Nuestros ojos se encontraron cuando ella alzó su mirada hacia mí—. Stefanía, prométeme que no desconfiarás de mi palabra. Que no harás caso a mensajes malintencionados ni nada por el estilo, ¿ok? —Suspiró con cierta pesadez—. Sé qué los recibirás, solo ignóralos. —Te lo prometo. —respondió ella sin titubeos—. Por cierto, sé que no debería tocar el tema, sin embargo, me da curiosidad saber algo —añadió, mordiéndose los labios. Ya me hacía una idea de lo que me iba a preguntar. Y tal como lo supuse, ella agregó—: ¿Qué harás con respecto a Mandy? No la odio, por si acaso. Solo qué, me da cosa que de la noche a la mañana la ignores, sin razón alguna. —¿Sin razón? ¡Stefanía, por Dios, no la defiendas! —exclamé, un poco airado—. Ella me traicionó de la peor forma, tú lo has visto. —Ella negó con la cabeza. —José Miguel, por favor, piensa con la cabeza fría, chico. —repuso ella, con total calma. —Tú eres mi novia, deberías estar de mi lado, Stefanía. —recalqué. Stefanía me tomó la mano y la apretó con fuerza. —Y lo estoy, José Miguel. —aseguró. Tuvimos que hacer una pausa dado que el mesonero llegó a la mesa con los refrescos. Lo serví en ambos vasos, mientras él anunció que en pocos minutos nos traerían el almuerzo. Le agradecimos. Una vez se retiró, Stefanía continuó—: Mira, yo sé que es frustrante toda esta situación. Aun así, debes estar consciente de que no sabemos si la tienen presionada, amenazada, ¡hay que considerar todas las posibilidades! —Y según tú, ¿quién podría estar detrás de todo? ¿Quién crees que la esté presionando? —indagué. La verdad, tenía mucho sentido lo que planteaba—. ¿Hay algún nombre o algo parecido? —Nuestras pesadillas tienen nombre y apellido, José Miguel. —Froté mi rostro con ambas manos. Estaba desesperado, no sabía qué hacer—. El único que se me ocurre es Rómulo Andrade. Sabemos que es un psicópata, y que es capaz de muchas cosas. ¿No crees que tenga sentido? él sabe más que nosotros mismos, siempre está un paso adelante. Lo siguiente que le dije la dejó helada. Pero ella más que nadie debía estar consciente de ello. La verdad, hasta a mí me sorprendió la profundidad de aquellas palabras, pero fue un juramento que me hice antes de pedirle su mano. Entonces recordé aquellas viejas conversaciones con mi padre, cuando él me contaba sus experiencias durante el noviazgo con mi madre. —Papá, ¿cómo te sentiste cuando le pediste la mano a mi mamá? —inquirí. Ambos estábamos sentados en el patio trasero de la casa. Yo tenía once años y desde los siete, mi padre me contaba sus historias. De él, aprendí la importancia de la fidelidad y el respeto a la pareja. Papá siempre fue mi ejemplo a seguir, pese a todos sus errores. —Presta atención a lo que te diré porque no lo voy a repetir. —dijo él. Mis ojos y oídos estaban a su entera disposición. Papá, aunque tenía casi cincuenta años, era de rudo carácter, cosa que también heredé de él—. El mismo día que le pedí la mano a tu madre. me juré que jamás le fallaría, que nunca le sería infiel. Y el día que eso llegara a pasar, desaparecería de su vida para siempre. —La sorpresa invadió mi rostro. Era claro que a esa edad no comprendería ciertos asuntos, y él pareció adivinar el rumbo de mis pensamientos—. Cuando estés más grande, y tengas a tu pareja, entenderás muchas cosas, José Miguel. —¿Y no te pusiste nervioso? Yo en tu lugar, me habría asustado mucho. — comenté. Papá solo me dedicó una sonrisa cálida. —¡Claro que estaba nervioso! —Rió—. ¿Cómo no estarlo? Ese día se definiría el rumbo del resto de mis días en la tierra. —Oír hablar a papá sobre el amor que le tenía a mi madre era de las mejores cosas que me gustaba hacer. Aprendía mucho a su lado, no solo por las experiencias sino por los consejos que él me daba. —¿Qué edad tenías cuando te casaste con mamá? —pregunté. Mi inocencia le causaba gracia, pero él, así como yo, disfrutaba pasar tiempo conmigo. —Yo tenía 25 y ella 16 cuando le pedí la mano, y nos casamos luego de su graduación de bachiller. Ella recién cumplió los dieciocho y yo 27. Lo hicimos así porque sus padres no aceptaron que nos casáramos siendo ella menor de edad. Debo admitir que su respuesta me sorprendió. Nunca esperé que la diferencia de edad entre ambos fuera tan grande. Sin embargo, ellos nunca le dieron importancia al asunto. Se entendían a la perfección. Me aconsejó que, cuando encontrara al amor de mi vida, fuese contemporánea conmigo, de ese modo me evitaría problemas. Y por supuesto que le hice caso. Como dicen por ahí, quien no oye consejos, no llega a viejo. —José Miguel, ¿estás aquí? —Alguien chasqueó sus dedos frente a mí—. Hey, Tierra llamando a José Miguel. —Sacudí la cabeza, al reaccionar. Los recuerdos y la nostalgia por no tener a mi padre con vida me consumieron. Lo extrañaba. Stefanía tomó una de mis manos, y la otra la posó en mi mejilla—. ¿Qué tienes? Estás demasiado pálido. —El recuerdo... Últimamente he tenido varios flashbacks de mi infancia, el tiempo que pasaba con mi papá. —Ella torció el gesto—. A veces la culpa me carcome. —Acaba de pasar, es normal que te sientas así. Lo que no acepto es que te sientas culpable por su muerte, amor. Nadie se esperaba que sucediera tan pronto. —Jugaba con mis dedos y la miraba de vez en cuando—. Quizá ya era el momento, y perdona que hable así, sé que te afecta. Pero debes estar consciente de que tu padre no era un muchachito. Ya los años le estaban pasando factura, mi amor.
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