"Maldita sea, Andrew. Ya no aguanto más a esta molestia. Tengo que deshacernos de ella antes de que me vuelva loco y termine ahorcándola".
El aludido miró el mensaje y puso los ojos en blanco, cansado de tener que ser el mediador entre esos dos, quienes parecían más unos chiquillos con tantas peleas casi a diario.
—No otra vez —se quejó, pensando si más bien debería tirar la toalla.
Necesitaba una solución a toda esa situación, ya que seguía pensando que Madison era una buena chica para su hermano, sólo que el muy tarado ni siquiera se daba cuenta. Tenía que pensar en algo drástico que a ambos le abriera los ojos y se dieran cuenta que estaban hechos el uno para el otro.
Su mente viajó un año atrás, donde apenas llegaba de viaje a Londres, había dado de frente con la pequeña Madison, quien tenía un problema difícil entre manos.
~*~
Un castaño con el pelo recogido en una pequeña coleta y ojeras marcadas debajo de sus ojos negros –que le hacían aún más atractivo–, atravesaba el enorme aeropuerto de Inglaterra. Llevaba consigo una pequeña maleta, ya que no tenía previsto quedarse mucho tiempo allí.
Antes de salir del aeropuerto, su celular comenzó a sonar.
—¿Hola, Hola? Aquí Andrew —habló, atravesando la puerta de salida.
—¿Hola?, soy yo cariño —contestó una suave voz al otro lado del teléfono.
—¡Keyla! Te iba a llamar ahora mismo. Acabo de llegar —dijo feliz, haciendo señas a un taxi que se acercaba.
—¿Sí? Pues será por el cambio de horario, porque me ha parecido que ya estabas tardando mucho —dijo entre divertida y preocupada.
—Jajaja, tranquila. He llegado sano y salvo —dijo sonriendo, mientras metía la maleta en el maletero del taxi—. Por cierto, ¿qué haces todavía despierta? Allí serán las once de la noche —dijo un poco preocupado.
—Nuestro pequeño parece tener hambre a todas horas —dijo riéndose.
—¿Otra vez? ¿No te parece que come demasiado? —dijo entrando y dándole la dirección en un papel al conductor.
—¡Mira quién lo dice! ¡El que se come dos bolsas de patatas fritas en media hora! —dijo Keyla reprimiéndole.
Andrew empezó a reírse.
—Es verdad, es verdad… No quiero pensar en lo que va a pasar cuando nazca. ¡Tendremos que comprar el supermercado entero! —dijo divertido, mientras miraba el paisaje urbano de su ciudad natal.
Hacía bastante tiempo que no iba a Londres Cuando fue trasladado a New York para hacerse cargo allí de la empresa familiar, conoció a Keyla, una valiente agente del FBI americana, aunque inglesa por parte de madre, rubia con unos bonitos ojos avellana, que le robó el corazón en los primeros meses de estancia en aquella ciudad metropolitana.
Seguía en contacto con su familia y a veces hacían pequeños viajes al país europeo, cómo éste, que en vez de venir con Keyla (ya que estaba embarazada de 3 meses y no era recomendable que viajara en avión), había venido por unos pocos días para ver cómo estaba su familia y arreglar unos pequeños asuntos poco importantes de la empresa, que llevaban su hermano pequeño y él.
—Puf, recemos para que cuando nazca no tenga el apetito insaciable que tiene ahora, jajaja —rió Keyla—. Ahhhh… Bueno, parece que me voy a ir a la cama.
—Claro, cariño, buenas noches. Si pasa algo no dudes en llamarme, ¿de acuerdo? Te amo —dijo despidiéndose Andrew.
—Sí, no te preocupes. Yo también te amo. ¡Cuídate! ¡Y dales recuerdos a todos de mi parte! Bye bye. ¡Te estaremos esperando, papá! —dijo ella, mandándole un beso.
Colgó y Andrew sonrió ante la emoción de Keyla por ser mamá. Cuando él se enteró, casi se sube por las paredes, llevaban más de un año casados y ambos querían tener un bebé.
La noticia llegó como un milagro para toda la familia.
Pronto llegó al hotel donde se iba a hospedar y dejó su equipaje en su suite, ya que era m*****o VIP de aquella cadena de hoteles de 5 estrellas. Luego decidió ir a visitar a sus padres, y en vez de coger otro taxi, agarró el metro.
Mucha gente le señalaba por la calle, a sabiendas de que él era el hijo mayor de la familia Rogers, una de las familias más ricas y poderosas del país. Él y su hermano Carter ya estaban acostumbrados a que le trataran cómo personas famosas.
Después de media hora viajando en metro bajo tierra, llegó al barrio donde vivían sus padres. Aquel barrio, por supuesto, era el más rico de la ciudad, donde había todo tipo de mansiones y grandes casas, provistas por perfectos y coloridos jardines exteriores e interiores.
Sus padres vivían en la gran mansión del final de la calle principal, cerca de la de la familia Kensington (los padres de Chris) y la familia Atwood.
Atravesó el jardín delantero y cuando llegó a la puerta principal tocó el timbre. Escuchó unos pasos apresurándose a la puerta.
Momentos después, una hermosa mujer de pelo y ojos negros, con una sonrisa radiante, y que aparentaba unos 50 años (muy bien llevados, por cierto), se abalanzó sobre él.
—¡Hijo! ¡Cuántas ganas tenía de verte! —dijo la mujer, abrazándolo fuerte.
—Y yo, y yo… Sigues teniendo la misma fuerza de siempre, mamá —dijo abrazándola cariñosamente.
—¡Ja! ¿Qué piensas? ¡He tenido que cuidar a dos hijos! ¡Para eso se necesita ser muy fuerte! —dijo orgullosa, mientras se separaba de su hijo.
—Sophie, cariño, siempre se te olvida que yo también contribuí en el cuidado de nuestros pequeños —dijo un hombre moreno, de pelo y ojos negros al igual que su mujer, que salía de una de las numerosas habitaciones de la mansión y con una sonrisa alegre de ver a su hijo, se acercó a él y le dio un abrazo—. ¿Qué tal estás, hijo?
—Muy bien, papá –dijo correspondiéndole al abrazo—. ¿Ustedes? —preguntó, mirándolos a los dos.
—Pues como siempre… soportando a tu madre y sus arranques de orgullo —dijo abrazándola por los hombros.
Ella le miró de reojo, fingiendo estar molesta.
—Brandon… ¿Por qué siempre tienes que interrumpir mis momentos, amor? —dijo desistiendo ante la sonrisa divertida de padre e hijo.
Suspiró, sonriendo. Después de todo, nunca podía enfadarse en serio con sus tres hombres de la casa.
—Bueno, ¿y qué tal está Keyla? ¿Y nuestro nietito? —dijo agarrándole del brazo a su hijo y concediéndole la entrada al salón.
Aquel iba a ser un día muy largo…
***
Sobre las 12 de la mañana, Andrew se despidió de sus padres y se encaminó a hacer la segunda visita del día.
Sus padres le habían dicho que seguramente su hermano estuviera en la empresa, así que se encaminó hacia allí, esta vez andando, ya que el barrio no estaba muy lejos del centro donde se alzaban las grandes empresas Rogers.
Fue fijándose en los grandes edificios por los que iba pasando, recordando todo aquel tiempo que estuvo recorriendo esas mismas calles cuando era pequeño. Londres tenía un cierto parecido a New York: rascacielos, tiendas por todos lados, grandes avenidas y parques y sobre todo, mucha, mucha, pero mucha gente.
Se paró en una gran plaza, a dos manzanas de la calle donde se encontraba la empresa. Había mucha gente, como de costumbre.
Compró un refresco en una máquina expendedora que estaba al lado de una inmobiliaria que vendía algunos de los edificios edificados por su empresa.
En ese momento, de allí dentro, salía una chica con cara de desánimo…
"¡Buf! ¡Qué mal! No hay ni un solo apartamento, por lo menos de una sola habitación, que no valga menos de 1700$ No puedo permitirme más de eso… Mi familia no se lo puede permitir".
Madison era hija única, a la que sus padres le habían brindado la mejor educación desde preescolar hasta la universidad, para hacer su sueño realidad: llegar a ser una médico especializada profesional y lo estaba a punto de cumplir, si no fuera porque estaba de patitas en la calle.
La habían trasladado al hospital central de Londres, el mejor de todos, para ejercer como médico especialista.
Cuando le dijeron en el hospital de Bristol (la ciudad en la que nació), donde había empezado a trabajar recientemente y en el que había dado todo de sí para ascender al mejor puesto; dada a tener las mejores calificaciones y expectativas académicas y laborales, le habían dado un puesto de entre los mejores plazas en el mejor hospital del país.
No se lo pensó dos veces y les dijo a sus padres que se iba a vivir a Londres.
Ellos, como siempre la apoyaron y así llegó allí, pero no encontraba ni un m*****o apartamento.
Se sentó en uno de los varios bancos que había en la plaza. Dejó caer con cansancio su cabeza sobre mis manos y suspiró profundamente.
"A este paso no voy a encontrar nada antes de la hora de comer…"
Ni siquiera se había dado cuenta que había un hombre frente a ella, vestido de traje y corbata.
—Perdone, ¿le ocurre algo? —preguntó con interés.
Levantó la vista y se encontró con dos ojos negros. Ella lo miró incrédula y él sonrió afable.
—Nada que le pueda importar a nadie —dijo molesta y un poco cohibida.
—Siento ser entrometido, pero aquella inmobiliaria es afiliada de mi empresa… He visto que has salido un poco desanimada y me preguntaba si podría ayudarte —dijo amablemente.
Madison se fijó mejor con quién estaba hablando. Aquel hombre se le hacía parecido a alguien que había visto varias veces en la televisión.
Él debió captar su mirada descriptiva y rió:
—Soy Andrew Rogers, encantado, eh… —dijo tendiendo la mano.
"¿Andrew Rogers? ¿El gran empresario Andrew Rogers?", pensó abrumada.
—M-Madison Chapman —dijo levantándose rápidamente y dándole la mano.
—Encantado, Madison. Bonito nombre —dijo alegre.
—Gracias —dijo un poco azorada.
—Ya que nos hemos presentado… ¿Puedo hacer algo por ti? —dijo interrogante.
—Bueno, es que… No hace falta que me ayudes —dijo nerviosa.
—Vamos… He visto cómo has salido de allí. Si necesitas ayuda para encontrar casa, ¡esta es tu oportunidad! —dijo, haciendo un gesto que hizo a Madison reír.
—Jajaja, ¿qué pasa? ¿Estás desesperado por vender algunas de tus propiedades? Jajaja —dijo, curvándose de tanto reír.
Él la miró serio.
—No, sólo es que no puedo dejar que una chica tan linda como tú se quede en la calle —dijo cruzándose de brazos.
Ella se recompuso y lo miró con una ceja alzada.
—¿Esta es tu forma de ligar? —dijo una mueca rara.
—Créeme, la única vez que utilicé mi forma de ligar fue con mi esposa —dijo divertido.
Se quedó en una pieza. Seguramente lo había ofendido un poco.
—¡Ups! Lo siento… No quería… —dijo avergonzada.
—Tranquila, no fue nada. Me gusta tu forma de ser tan directa —dijo Andrew sonriente—. ¿Tienes algún problema para encontrar vivienda? —dijo sentándose en el banco.
Madison suspiró y se sentó al lado de Andrew. Supuso que le iba a tener que contar todo.
Andrew escuchó toda la historia con mucha atención y sin interrumpir. Le contaba todo de un modo liberal, sin excepciones; Andrew parecía alguien de confianza.
—Así que no tengo suficiente dinero ni para alquilar mensualmente un apartamento —dijo bajando la cabeza, algo avergonzada.
Andrew, quién la había estado observando durante todo aquel tiempo, miró hacia el frente en un gesto pensativo.
—Mmm, ¿qué te parece que vaya a hablar de este asunto con mi hermano y te digo lo que decidimos después? No puedo hacer que te rebajen ahora mismo el precio de alguno de nuestros apartamentos, primero tendré que consultarlo con él, ¿qué te parece? —a cada palabra que pronunciaba Andrew, Madison veía que algo de su esperanza perdida estaba regresando por fin.
—¿En serio? ¡Muchas gracias, Andrew! —dijo abrazándolo entusiasmada.
Andrew reía contento de poder haber ayudado a una chica tan increíble como Madison. Aquellas chicas con la fuerza de voluntad que tenía ella, quedaban muy pocas.
Se intercambiaron los números de teléfono para mantenerse en contacto y Andrew le prometió que al final del día tendría noticias y que le llamaría entonces.
Madison se despidió de él y decidió seguir buscando apartamento por si acaso la amable petición de Andrew no se pudiera llevar a cabo.