Siento una punzada de preocupación. Prefiero que los caminos estén cubiertos de nieve y hielo, cuando son intransitables para los vehículos, ya que las únicas personas que tienen automóviles y combustible en estos días son los tratantes de esclavos - despiadados cazadores de recompensas que trabajan para alimentar a la Arena Uno. Ellos andan por todas partes, en busca de algún sobreviviente, para secuestrarlo y llevarlo a la arena como esclavos. Allí, según me han dicho, les hacen luchar hasta morir, como diversión.
Bree y yo hemos tenido suerte. No hemos visto a ningún tratante de esclavos en los años que hemos estado aquí arriba, pero creo que eso es sólo porque vivimos en una zona muy alta, en un lugar tan lejano. Sólo una vez oí el gemido agudo del motor de un tratante de esclavos, a lo lejos, al otro lado del río. Sé que están ahí abajo, en algún lugar, patrullando. Y no me arriesgo -- me aseguro de mantener un perfil bajo, rara vez encendemos la leña, a menos que sea absolutamente necesario, y mantengo en estrecha vigilancia a Bree, en todo momento. La mayoría de las veces la llevo de cacería conmigo – hoy lo habría hecho si no estuviera tan enferma.
Me dirijo hacia la meseta y observo un pequeño lago. Congelado, brillando a la luz de la tarde, está ahí como una joya perdida, escondiéndose detrás de un bosquecillo de árboles. Me acerco a él, dando unos pasos vacilantes en el hielo, para asegurarme de que no se agriete. Una vez que siento que está firme, doy unos cuantos pasos más. Encuentro un lugar, retiro la pequeña hacha de mi cinturón y corto hacia abajo con fuerza, varias veces. Aparece una g****a. Me quito el cuchillo, me arrodillo y golpeo con fuerza, justo en el centro de la g****a. Meto ahí la punta del cuchillo y hago un pequeño agujero, lo suficientemente grande para extraer un pez.
Regreso apresuradamente a la orilla, resbalando y deslizándome, a continuación pongo la caña de pescar entre dos ramas de los árboles, desenrollo el hilo, vuelvo corriendo, dejándolo caer en el agujero. Tiro un par de veces, con la esperanza de que el destello del anzuelo de metal atraiga a algunos seres vivientes bajo el hielo. Pero no puedo dejar de sentir que es un esfuerzo inútil, no puedo evitar la sospecha de que todo aquello que ha vivido en estos lagos de montaña, murieron tiempo atrás.
Aquí arriba hace más frío, y no puedo quedarme aquí, mirando la caña. Tengo que seguir en movimiento. Me doy vuelta y me alejo del lago, la parte supersticiosa de mí me dice que podría atrapar un pez si no me quedo ahí, mirando. Camino en pequeños círculos alrededor de los árboles, frotándome las manos, tratando de mantener el calor. De poco sirve.
Es entonces cuando me acuerdo de la madera seca. Miro hacia abajo y busco leña, pero es una tarea inútil. El suelo está cubierto de nieve. Levanto la vista hacia los árboles, y veo que los troncos y las ramas también están cubiertas de nieve, en su mayoría. Pero allí, a lo lejos, veo algunos árboles azotados por el viento, que no tienen nieve. Me dirijo a ellos e inspecciono la corteza, pasando la mano sobre ellos. Me siento aliviada al ver que algunas de las ramas están secas. Saco mi hacha y corto algunas de las ramas más grandes. Todo lo que necesito es una brazada de leña, y esta rama grande servirá a la perfección.
La atrapo conforme cae, no queriendo dejar que toque la nieve, luego la apoyo contra el tronco y corto de nuevo, a la mitad. Hago esto una y otra vez hasta tener una pequeña pila de leña, suficiente para llevar en mis brazos. La dejo en la esquina de una rama, segura y sin mojarse con la nieve que está abajo.
Miro a mi alrededor, inspeccionando los otros troncos, y al mirar más de cerca, algo me hace vacilar. Me acerco a uno de los árboles, mirando con detenimiento, y me doy cuenta de que su corteza es diferente a las demás. Miro hacia arriba, y me doy cuenta de que no es un pino, es un arce. Estoy sorprendida de ver un arce tan alto aquí, y aún más sorprendida de que pueda reconocerlo. De hecho, el arce es probablemente la única cosa de la naturaleza que reconocería. Sin proponérmelo, me inundaron los recuerdos.
Una vez, cuando yo era más joven, a mi papá se le metió en la cabeza llevarme de excursión a la naturaleza. Quién sabe por qué, pero me llevó a extraer savia de los arces. Condujo durante horas hasta un lugar alejado de la mano de Dios, y yo llevaba un cubo de metal, él llevaba un pitorro, y luego pasamos por el bosque con un guía, buscando los arces perfectos. Recuerdo la mirada de decepción en su cara después de extraer savia de su primer árbol y cayendo un líquido claro rezumado en nuestro cubo. Había esperado que saliera jarabe.
Nuestro guía se rio de él, le dijo que los arces no producían jarabe -- producían savia. La savia tiene que ser reducida a jarabe. Era un proceso que tomaba horas, dijo. Se necesitan 80 galones de savia para hacer solo un cuarto de galón de jarabe.
Papá miró el cubo rebosante de savia y se ruborizó, como si alguien le hubiera dado gato por liebre. Él era el hombre más orgulloso que yo había conocido, y si había algo que él odiaba más que sentirse tonto, era que alguien se burlara de él. Cuando el hombre se echó a reír, él le lanzó su cubo, y estuvo a punto de pegarle, me tomó de la mano, y nos fuimos, él echando humo por las orejas.
Después de eso, nunca me volvió a llevar a pasear a la naturaleza.
Pero a mí no me importó, y en realidad disfruté la excursión, a pesar de que él iba enfurecido en silencio en el auto, durante todo el trayecto a casa. Me las había arreglado para recoger una pequeña taza de la savia, antes de que me hubiera retirado, y recuerdo que en secreto bebí un poco en el auto yendo camino a casa, cuando él no me estaba mirando. Me encantó. El sabor era como de agua azucarada.
Estando aquí parada ante este árbol, lo reconozco como lo haría con un hermano. Este espécimen, tan alto, es delgado y escuálido y me sorprendería si tiene savia. Pero no tengo nada que perder. Saqué mi cuchillo y lo clavé en el árbol, una y otra vez, en el mismo lugar. Después metí el cuchillo en el agujero, empujando más y más profundo, serpenteando. Realmente no esperaba que sucediera nada.
Me sorprendí cuando salió una gota de savia. Y aún más cuando, momentos más tarde, se convirtió en un pequeño chorro. Extendí mi dedo, lo toqué, y lo puse en mi lengua. Sentí el subidón de azúcar, y reconocí el sabor de inmediato. Justo como lo recordaba. No podía creerlo.
La savia empezó a salir más rápidamente, y empecé a perder gran parte de ella al gotear por el tronco. Miré a mi alrededor desesperadamente buscando algo dónde ponerlo, en alguna cubeta, pero por supuesto, no había ninguna. Y entonces recordé que traía mi termo. Tomé mi termo de plástico que tenía en la cintura, lo volteé vaciando el agua. Puedo conseguir agua dulce en cualquier lugar, especialmente con toda esta nieve, pero esta savia era valiosa. Sostuve el termo vacío contra el árbol, deseando tener un pico adecuado. Apiñé el termo lo más que pude contra el tronco, y logré atrapar gran parte de ella. Se llenaba con más lentitud de lo que quería, pero en cuestión de minutos, logré llenar la mitad del termo.
La savia dejó de brotar. Esperé algunos segundos, preguntándome si volvería a salir nuevamente, pero no fue así.
Miré a mi alrededor y descubrí otro arce, a unos tres metros de distancia. Voy corriendo hacia él, levanto mi cuchillo con entusiasmo y esta vez lo clavo con fuerza, imaginándome llenando el termo, imaginando la cara de sorpresa en la cara de Bree cuando lo pruebe. Puede que no sea nutritiva, pero seguramente la hará feliz.
Pero esta vez, cuando mi cuchillo entró al tronco, se oyó un ruido fuerte de agrietamiento que no esperaba escuchar, seguido por el crujido de la madera. Levanto la vista y veo la inclinación del árbol, y me doy cuenta demasiado tarde, de que este árbol, congelado por una capa de hielo, estaba muerto. Hundir mi cuchillo era todo lo que necesitaba para inclinarse sobre el borde.
Un momento después, el árbol completo, de por lo menos seis metros, cayó, estrellándose contra el suelo. Eso provocó una enorme nube de nieve y agujas de pino. Me agaché, nerviosa porque podría haber alertado a alguien de mi presencia. Estoy furiosa conmigo misma. Fue un descuido. Fue una tontería. Primero debí haber examinado el árbol con más cuidado.
Pero después de unos minutos mi pulso se normalizó, al darme cuenta de que no había nadie más aquí. Vuelvo a ser sensata, me doy cuenta de que los árboles caen por sí solos en el bosque todo el tiempo, y su caída no necesariamente delataría la presencia de una persona. Y cuando veo el lugar donde estuvo el árbol, miro de nuevo. Me encuentro a mí misma mirando con incredulidad.
Allá, a lo lejos, escondiéndose detrás de una arboleda, a un lado de la montaña, hay una pequeña casa de piedra. Es una estructura pequeña, un cuadrado perfecto, de unos 4.5 metros de ancho y de profundidad, como de 3.5 metros de altura, con paredes hechas con antiguos bloques de piedra. Una pequeña chimenea se eleva desde el techo, y tiene pequeñas ventanas en las paredes. La puerta principal de madera, en forma de arco, está entreabierta.
Esta pequeña casa rural está muy bien camuflada y combina perfectamente con su entorno, que incluso mientras la miraba, apenas podía distinguir. Su techo y las paredes estaban cubiertas de nieve, y la piedra se integra perfectamente al paisaje. La casa parece antigua, como si hubiera sido construida cientos de años atrás. No puedo entender lo que está haciendo aquí, quién la habría construido o por qué. Tal vez fue construida para el vigilante de algún parque estatal. Tal vez fue el hogar de un recluso. O de un loco sobreviviente.
Parece que no se ha tocado en años. Exploro con cuidado el suelo del bosque, en busca de pisadas o huellas de animales, entrando o saliendo. Pero no hay ninguna. Pienso en cuando la nieve comenzó a caer, hace varios días, y hago los cálculos en mi cabeza. Nadie ha salido o entrado aquí por lo menos en tres días.
Mi corazón se acelera al pensar en lo que podría haber en el interior. Alimentos, ropa, medicamentos, armas, materiales, cualquier cosa sería un regalo del Cielo.
Me muevo con cautela a través del claro, mirando por encima de mi hombro al caminar, para asegurarme de que nadie me está observando. Me muevo rápidamente, dejando grandes pisadas visibles en la nieve. Al llegar a la puerta principal, me vuelvo y miro una vez más, y a continuación, me quedo ahí parada y espero varios segundos, escuchando. No hay ruido alguno más que el del viento y un arroyo cercano, que se extiende a pocos metros de la casa. Alcanzo mi hacha y con el mango de ésta golpeo fuerte la puerta, con un sonido reverberante y fuerte, para dar una advertencia final a algún animal que pudiera estar escondido en el interior.
No hay respuesta.
Abro rápidamente la puerta, empujando hacia atrás la nieve, y entro.
Está oscuro aquí adentro, iluminada sólo por la última luz del día que entraba por las pequeñas ventanas, y le toma a mis ojos unos momentos ajustar la visión. Espero, de pie, con la espalda contra la puerta, en guardia por si algún animal pudiera estar utilizando este espacio como refugio. Pero después de varios segundos de espera, mi vista se ajusta plenamente a la luz tenue y es obvio que estoy sola.