—Señoras y señoritas, bienvenidas a la gran subasta de nuestros mejores muchachos de la noche. Con ustedes, nuestros mejores ejemplares—anunció el dueño del lugar, burlándose de los hombres que tenía en la tarima.
—Amiga, los tratan como si fueran ganado—me dice Ginna, sonriente.
—Sí, no me gusta cómo lo hacen, no me parece presentable. Es más, deberíamos irnos de aquí y no participar de esta canallada.
—¿Por qué? ¡Claro que no! Es simplemente un juego y a ellos les gusta. Pero mira nada más a ese jovencito—mi amiga señala a un hombre de unos 25 años que estaba al lado de Jordano. Era nuevo, se notaba por su nerviosismo, aunque no tenía nada que envidiarle a los demás. Su cuerpo estaba completamente tonificado y bien formado, y ni hablar de su entrepierna, que, bajo esos sexys pantis, se veía bastante provocadora.
—Bueno, sí, está bien, pero no me parece que esté allí parado. Mírale nada más sus nervios.
—El primer servicio de la noche será dado por el nuevo jovencito de nuestro harén, Julius—sigue animando el dueño del lugar. El joven que estaba al lado de Jordano sale y comienza a dar un sexy baile, volviendo locas a todas las mujeres del lugar, quienes comenzaron a ofertar como si se tratara de un cuadro de colección.
—¡Yo doy 200!
—¡Yo doy 300!
—A ver, señoritas, ¿quién da más?
—¡YO DOY 500!—una voz a mi lado me sobresalta.
—¿Qué? ¿Estás completamente loca?—le digo a Ginna, quien acababa de hacer su oferta.
—¡Claro que no! Es mío esta noche, lo sé. Además, me gustan así, jóvenes y poco usados. Ahí te quedas, amiga—el joven baja de la tarima y el dueño le suelta las cadenas. Él toma a mi amiga entre sus brazos, ante la mirada indiferente de Jonás, quien no le da importancia porque la siguiente subasta era por él.
Quería retirarme de ahí, ya no tenía nada más que hacer frente a esos hombres, pero a Jonás se lo llevan rápidamente una mujer mayor, así que seguía Jordano, quien también era de los favoritos. Ese espectáculo no me lo quería perder, así que tomo una copa y me siento a ver cuánto ofrecen por él.
—Bueno, señoritas y señoras, este es el mejor de los nuestros, Jordano. Las que lo conocen saben que es uno de los favoritos, y esta noche la oferta es doble, porque estarán pagando por dos horas más de diversión y una botella. ¡Que empiecen las ofertas!
—¡Yo doy 150!—¿Quién da más? ¿Quién da más?
—¡Yo doy 250!
—¡Yo doy 300, vamos, nene, conmigo!
—¡Yo doy 400, él lo vale!—las voces de las mujeres se hacían escuchar por todo el bar.
—¡Yo doy 700!—una tenue voz me resulta conocida. ¿La señora Wistons? Volteo a ver a Jordano, quien encantado está a punto de entregarse a la dama, y en un maldito impulso loco, de esos que no me habían dejado existir los últimos días, Y digo:
—¡Doy mil!—todas se quedan mirándome, incluida la misma señora Wistons, que no puede evitar mirarme sorprendida.
—¡Doctora Guerra! ¿Qué hace aquí?
—Lo mismo que usted, señora Wistons—verle la cara a Jordano era un completo poema; no se imaginaba que yo iba a hacer algo así.
—Entonces, ya puedes irte con tu nueva adquisición—el dueño del bar me señala a Jordano, quien me mira confundido pero feliz.
—¡Doy 1.200!—nuevamente la voz de la señora Wistons interrumpe. Maldita sea, debe ser una broma. No pasaré por la vergüenza de dejarlo ir. Todas las mujeres del lugar nos miraban sorprendidas; ya no era una cuestión de obtener una noche con uno de los mejores chicos del lugar, sino que se había convertido en una cuestión de orgullo.
—¡Doy 1.500, y vámonos ya!—la señora Wistons se sonroja de la ira, pero resignada mira su cartera y, por lo visto, no había llevado un centavo más. Complacida por mi adquisición, me acerco a la caja y cancelo los servicios de Jordano, mientras que mis manos hacen la transacción, en mi cuenta bancaria mental había un -1500. ¡Qué mierda!
—¿Por qué lo has hecho?
—No lo sé, ¿tal vez quiero tus servicios esta noche?
—Dijiste que jamás lo volverías a hacer.
—¿Y qué pasa, Jordano? Si no quieres que lo haga, simplemente diles que me devuelvan el dinero y ya está. La señora Wistons aún está allá sentada esperando un servicio; podrías tomarlo con ella.
—Bueno, tú has pagado mucho más que la señora Wistons, y veo que para ti no soy más que eso, un servicio. Así que vamos, preciosa, hagamos que valga la pena—Jordano me toma de la mano y me lleva, incrédula, a una de las habitaciones. No puedo murmurar una sola palabra; la verdad es que esa noche lo veía como un objeto más, uno que se había convertido en mi perdida obsesión. Me gustaba demasiado, pero no por ser un gigoló; me gustaba él como persona. Sin embargo, lo más lógico era que en él no encontraría más que un prostituto de turno.
Llegamos a la habitación, y yo estaba tan nerviosa. No sabía si realmente quería que él me hiciera suya, solo quería sentir su compañía y, ¿por qué no? Hablar un poco con él, conocerlo aún más. Pero, ¿cómo resistirse si su cuerpo me provocaba los peores pensamientos?
—Eres muy hermosa, Margaret. No dejo de pensar en ti ni un solo instante—él comienza a desnudarse lentamente ante mis ojos, dejándome completamente aturdida.
—¿Te parece que lo soy?
—Sí, demasiado—él se agacha y comienza a quitarme los zapatos, dejando mis pies descalzos frente a él. Sin ningún tipo de pudor, comienza a llevarse cada dedo a la boca y a saborearlos. ¿Qué? ¡Qué asco!, pienso.
—No, no lo hagas, eso me avergüenza.
—Déjate llevar, me encanta todo lo que tú sabes—él continúa besando mis pies y dulcemente comienza a subir por mi tibia hasta llegar a mis muslos. Ahí ya sabía que no estaba perdiendo el tiempo, porque yo estaba perdiendo el control sobre mí misma. Él sube su mano y la acerca a mi entrepierna, que estaba completamente húmeda, con unas pocas gotas rebosando mis interiores. Me sube el vestido y abre mis piernas con sutileza, dejando su rostro frente a mi flor, que ya estaba sobrepasando la barrera de la humedad.
Él acerca su nariz...
—¡Qué bien hueles!—susurra él, mientras yo suspiro profundamente, deseando que no haya un solo mal olor en mi interior. Abro mis piernas aún más para él, quien comienza a bajar mis diminutas tangas con sus dientes. Cuando ya están lo suficientemente abajo, se acerca y empieza a darme pequeños mordiscos en la parte gruesa de mis labios vaginales, haciéndome gemir.
Mi pecho se agita ante sus finos movimientos. Con un dedo me abre y con el otro me explora, colocando su lengua en medio de mi flor, provocándome un estremecimiento. En un impulso, tomo su cabeza con ambas manos y lo empujo más hacia mí, sintiendo su boca de manera intensa. Las cosquillas invaden mi interior, y quisiera correrme frente a su boca, dentro de ella.
—¿Te gusta?—me pregunta mientras me mira.
—Claro que me gusta—él sonríe pícaro y continúa lamiéndome por todos lados. Me succiona los labios y me da pequeños mordiscos. No resisto más y lo hago subir para que me bese. Su boca tiene un sabor salado, sabe a mí, y me encanta, me encanta probarme a mí misma.
Él devora mi boca mientras sus manos rodean mi cuerpo. Con mis manos, toco su entrepierna y empiezo a masajearla. Me derrito al sentir lo duro que está por mí, tocarlo me fascina, es tan perfecto.
—No sabes cuánto te deseo, Margaret—me dice mientras me acuesta suavemente sobre la cama. Mis piernas están colgadas de su cintura, y no puedo dejar de mirar su rostro lleno de deseo.
No sé cuánto tiempo pasé viéndolo, pero de repente siento cómo me penetra de una sola estocada, provocando un gemido de placer ante su contacto. Comienza a moverse dentro de mí, una y otra vez. La sensación que me provocan sus estocadas es difícil de describir, ya que me siento completamente deshecha por él.
—Sigue así, por favor, Jordano, por favor—mi voz, agitada y entrecortada por el placer, le pide aún más. Su presencia divina como hombre me hace suplicarle. Me toma por la cadera y me hunde más en él, sin dejar de mirarme a los ojos, sin cerrar los suyos, y con esos gestos de placer que paralizan todo en mí.
En unos diez minutos, empiezo a sentir cómo las contracciones invaden mi entrepierna. Estoy muy cerca del orgasmo, a un paso del placer total. También puedo sentir cómo sus venas están a punto de estallar.
Estamos los dos gimiendo tan fuerte que podría escucharse en cualquier rincón del mundo. Él cae sobre mí, y puedo sentir su corazón agitado y su cuerpo sudoroso encima del mío, mientras acaricia dulcemente mis senos.
—No quiero que pienses que te veo como un objeto, Jordano.
—Este es mi trabajo, Margaret, no te preocupes. Además, me has salvado de la señora Wistons. Hubiera sido un trabajo bastante extenuante—me mira sonriendo tímidamente. En ese momento, Jordano no parece el hombre sexy y calculador que se vendía por dinero; es aún más tierno en su interior.
—Pero tienes que darme placer a mí—le digo en tono burlón.
—Para mí, es un placer darte placer. Además, el dinero nunca está de más. Me quedaré contigo durante las cinco horas que hemos acordado.
—Qué delicia—le respondo sin pensarlo, mientras me posiciono sobre él y comienzo a besarlo. Le devuelvo el favor que me hizo y, sin importar que ya haya estado dentro de mí, empiezo a besar su m*****o, succionándolo hasta que en menos de un minuto está listo para mí. Es una tentación tan grande provocar ese tipo de magia en un hombre como Jordano.
Me subo sobre él y dejo que mis pechos caigan sobre su boca, permitiéndole hacer lo que sabe hacer perfectamente. Comienzo a cabalgar sobre él, dejándome llevar por el verdadero placer. Sus ojos me excitan, su mirada perdida me enciende. Me coloco sobre él lentamente, apretada, y nuestros movimientos gradualmente nos llevan de nuevo al éxtasis.
Esta vez no hay palabras. Pasamos unos 15 minutos acariciándonos y abrazándonos, como si fuéramos una pareja de novios compartiendo amor. Jamás había tenido un encuentro casual con otro hombre además de mi esposo, y juro que él nunca me trató con tanto cariño y deseo como lo hace Jordano en este momento. Pero lo que realmente me entristece es que todo esto ocurre solo porque le estoy pagando por ello.