Capítulo 26 Dolores inesperados.

2107 Words
Margaret Me levanto muy temprano al día siguiente, con un dolor de cabeza insoportable a causa del alcohol de la noche anterior y también con una ligera molestia en los músculos, que supongo se debe al esfuerzo físico con aquel chico. Miro a mi alrededor y no veo a Ginna; ella se había acostado conmigo la noche anterior. Salgo de mi habitación y escucho unos suaves sollozos provenientes del baño. —¿Ginna, estás bien? —pregunto, golpeando la puerta dos veces. —¡Margaret, por favor, ayúdame! —La voz de Ginna estaba totalmente rota. Intento entrar, pero me doy cuenta de que el baño está doblemente asegurado. Corro rápidamente hacia la encimera y tomo las llaves para abrir la puerta. La escena que encuentro frente a mí me deja completamente paralizada. Aunque soy médica, lo que estoy viendo es aterrador. —¡Santo Dios! Ginna, ¿qué te ha pasado? —Ella está desplomada al lado del inodoro, semidesnuda; solo tiene ropa en la parte superior, mientras que la mitad inferior está cubierta de sangre. Juraría que nunca en mi carrera médica he visto algo así. Me acerco para darle primeros auxilios, pero ella no puede levantarse. —Margaret, lo perdí, lo perdí —Ginna no deja de llorar—. Sentí un dolor muy fuerte en la madrugada, pero pensé que eran simples cólicos. Luego, empecé a sentir unas intensas ganas de pujar y me dirigí al baño. Los dolores eran tan intensos que pensé que me iba a morir; sentí que la presión bajaba y empecé a marearme, todo se volvió borroso. Ni siquiera pude llamarte. —Voy a llamar a una ambulancia, Ginna. Puede que aún haya una posibilidad de que el bebé esté vivo. Dame un momento. —No, Margaret, mi pobre bebé ya nació. Era tan pequeño, míralo, Margaret. No pude cuidar a mi propio hijo en mi vientre —Dirijo la vista hacia donde ella señala y la imagen es completamente desgarradora. Hay una diminuta figura envuelta en un pequeño trozo de papel que Ginna había improvisado. Evidentemente, ha pasado por un aborto, y uno bastante traumático. Las lágrimas inundan mis ojos mientras salgo hacia la habitación y llamo a una ambulancia, que afortunadamente llega rápido. Me pongo lo primero que encuentro y salgo con mi amiga hacia el hospital. Esto es una tragedia total, pero sé que la ingesta de alcohol y otras cosas que Ginna no dejó durante el embarazo influyeron. Pero quién soy yo para juzgarla; solo puedo ofrecerle mi apoyo en este momento. Si algún día la vida le da otra oportunidad de ser madre, espero que sea en mejores circunstancias. Ya en el hospital, Ginna está algo más tranquila gracias a los tranquilizantes y al legrado que le han realizado. Me duele verla así, pero ya no hay nada que hacer. Cuando estoy a punto de ir a la cafetería del hospital por un café, veo a dos personas en el pasillo: ¡no puedo creerlo! Jordano y Jonás. ¿Qué están haciendo aquí? Intento evitar el encuentro, pero ellos me ven. La voz de Jonás me llama, y solo puedo apretar los dientes ante la incómoda situación. —Margaret, ven por favor. —Ho...hola chicos, ¿qué están haciendo aquí? —les digo, tratando de mantener la calma, especialmente con Jordano, cuya expresión es un poema por sí misma. Ambos parecen bastante enfadados. —Margaret, ¿qué le hiciste a mi hijo? Me parece muy raro que justo cuando Ginna fue a tu casa, perdió al bebé. ¿Qué hicieron entre ustedes? Sé que eres médica, ¿cómo no pudiste salvarlo? —¿De qué estás hablando, Jonás? No tengo nada que ver con la pérdida del bebé de Ginna. Además, ¿qué hacen ustedes aquí? —¿Qué hacemos aquí? ¿Acaso se te olvida que yo era el padre del bebé? Y claro, Jordano me está acompañando; él sí es un buen amigo. —A ver, yo no tengo nada que ver con esto. No sé si ella te llamó o cómo te enteraste; no es de mi interés. Ella está muy afectada ahora. Puedes preguntar a los médicos que la atendieron. Fue un aborto espontáneo; ni ella ni yo lo causamos. Su placenta estaba débil; hay cosas que, lamentablemente, no se pueden evitar, Jonás. Lo siento mucho. Al escuchar esto, Jonás comienza a llorar como un niño pequeño. Su rostro está completamente invadido por la tristeza, y nunca había visto a un hombre llorar así. Las lágrimas caen a torrentes y su expresión refleja un dolor profundo. Jordano lo abraza, levantándolo del suelo y colocándolo sobre su hombro para consolarlo. Miro a Jordano, quien también muestra una profunda tristeza. No puedo contener las lágrimas, y empiezan a deslizarse por mis mejillas. Los tres nos dirigimos a la cafetería y pedimos algunas infusiones para intentar calmar nuestros nervios. —Te prometo que nunca dudé de que el bebé fuera mío. Sabía perfectamente que el preservativo se había roto y, a pesar de eso, terminé dentro de Ginna. No fue solo una vez, sino tres veces en total sin protección. Sabía que algo así podría suceder, pero nunca imaginé que ella perdería al bebé. Ya me había hecho ilusiones, estaba casi en el tercer mes. —Lo siento mucho, Jonás, pero en medicina estas cosas pueden ocurrir. —Ella no tenía ningún cuidado, siempre la veía bebiendo en el bar. Pero te juro que no tenía idea de que estaba embarazada, de haberlo sabido, la habría obligado a no cometer más errores. Ayer le dije que no importaba que no fuéramos pareja, que podía vivir en mi casa y que la cuidaría. Siempre había soñado con ser padre —sus palabras me conmovían profundamente. Sabía que hablaba de corazón; su expresión y manera de hablar eran sinceras y lamentables. —Es un momento difícil, pero ya no es necesario cargar con más culpas, amigo. ¿Vas a hablar con ella? —Sí, creo que lo necesito —Jonás y Jordano se levantan para ir a la habitación de Ginna. —Pero necesito hablar a solas con ella, amigo —le dice Jonás a Jordano, quien se vuelve a sentar y me ofrece una sonrisa triste. Era evidente que fuera del bar, Jordano era una persona completamente diferente, como si fuera dos personas distintas. —Es muy triste todo lo que ha pasado, ¿verdad? —Jordano, con la guardia baja, toma un sorbo de su bebida y me mira. —Demasiado. No tienes idea de la imagen aterradora que encontré esta mañana al levantarme. Ahora es necesario darle un pequeño entierro al bebé, ya estaba bien formado y... —mi voz se quiebra al mencionar esto último; realmente me afecta que haya sucedido. —Te entiendo... Yo también quiero ser padre algún día, formar una familia. Darles todo de mí, pero con este trabajo, sé que eso nunca será posible. —Pensé que la mujer con la que estabas ayer era tu novia; actuaba como tal. —Bueno, es una compañera de trabajo. Intentamos tener una relación. Pensé que estar con alguien en mi misma situación podría aliviar un poco la carga de ser simplemente un gigoló y que podríamos tener una relación significativa, progresar, construir un hogar. Pero con ella solo encuentro placer y diversión, algo que también tengo con las clientes —al escuchar esto, me sonrojo, ya que yo también era una cliente, y aunque compartimos una cena, no pasó nada más romántico entre nosotros. Además, no era mi tipo de hombre. —Es una situación difícil. Aunque no lo creas, no todos los seres humanos son perfectos, y mucho menos las relaciones, ni siquiera esas en las que están involucradas las mejores personas —doy el último sorbo a mi vaso y siento un nudo en la garganta. Me acabo de acordar de que mi esposo tenía una amante, y él era un gran empresario, nada que ver con la vida de Jordano. Quien quiera ser infiel y una mala persona lo será, sin importar que sea dueño del mundo entero. —¿Por qué lo dices? Tú tienes un matrimonio ejemplar y un buen esposo. La perversa eres tú —Jordano me sonríe con picardía. Sé que está bromeando, porque en realidad yo solo era traviesa con él. Había sido mi segundo hombre en la vida y ya pasaba los 26 años, así que, de perversa, no tenía nada. —Descubrí que mi esposo me era infiel, y créeme, me dolió mucho, pero aún no sé cómo manejar la situación. —No lo entiendo, Margaret. Pero tú también le fuiste infiel, es decir, conmigo. Ninguno de los dos respetó la relación. —Claro que no, ambos actuamos de manera impulsiva, pero no me arrepiento. Parece que con su amante tienen planes de echarme a la calle y, además, ella parece estar embarazada. En fin, no quiero seguir hablando de eso. Bueno, necesito ir al baño; he estado esperando tanto tiempo que aún no he podido ir. Nos vemos en un rato —Jordano me sonríe levemente y asiente. El baño, la excusa perfecta para escapar de una situación incómoda, y esta era bastante incómoda. No quería hablar sobre mi fallido matrimonio ni mi vida simple con Jordano; él no era para eso. Al salir del baño, siento cómo Jordano me atrae hacia él y me besa con intensidad, invadiendo mi boca con su lengua. Me presiona contra él sin darme tiempo para respirar, y puedo sentir su dura entrepierna contra mi estómago. Los escalofríos son inevitables al estar tan cerca de él, pero me separo. —¿Qué te pasa? Estamos en un hospital. —¿Y qué, Margaret? No importa dónde estemos. Si quiero besarte en la calle, en un bar, en un parque, frente a mil personas, lo haré. Es muy difícil resistirse a ti. —Jordano, por favor, no me hagas esto —le digo con una expresión de melancolía. —Ven— me agarra del brazo y me arrastra por unas escaleras. Nos metemos en un cuarto de limpieza y asegura la puerta. Me coloca de espaldas a la pared, y sin previo aviso, me baja el pantalón de sudadera que llevaba puesto. Abre mis piernas y escucho el sonido de su cremallera deslizándose. Me penetra con una intensidad desesperada, mientras sus manos se apoyan en mis pechos. No opongo resistencia; sus movimientos se vuelven cada vez más bruscos, sus labios cálidos muerden los lóbulos de mis orejas, y sus manos recorren mi cuerpo, tocando mis senos y descendiendo de vez en cuando para darme un placentero masaje en el clítoris. Coloco mis manos en la pared para inclinar mi cuerpo y moverme mejor, respondiendo a sus embates. ¡Oh Dios mío! Me dejo llevar por el ardor intenso que invade mi intimidad; estoy completamente empapada y me corro sobre su m*****o que sigue penetrándome. Sus movimientos se aceleran, sube y baja con más rapidez, siento cómo se tensan, pero se retira antes de alcanzar el clímax dentro de mí, y percibo cómo su líquido caliente cubre mis nalgas. Jordano gime tan fuerte que parece que podría sufrir un infarto por el éxtasis. Mis piernas tiemblan y nuestras respiraciones son entrecortadas. Jordano me da la vuelta y me besa con ternura, de una forma dulce y cariñosa que nunca antes había experimentado. Cada día sus besos se vuelven más cálidos y disfruto más de tener su presencia en mí. La verdad es que nunca podría superar la manera en que él me hace sentir. —No voy a pagarte— le digo mientras nos organizamos. —Es una prueba gratuita, preciosa. Eres tan hermosa que no puedo dejar de pensar en cuánto me gustaría disfrutar de ti. —Jordano, ¿por qué actúas así conmigo? —¿Acaso piensas que por ser gigoló no tengo sentimientos? —No lo sé, soy ignorante en estos asuntos. Te veo como un hombre inalcanzable, alguien que solo se puede tener con dinero. —Pues bien, hoy no hay dinero involucrado y aún así estuviste conmigo, como la vez pasada. Me gustas, Margaret, más de lo que las palabras pueden expresar— Nos fundimos en otro dulce beso. Tuvimos que separarnos al escuchar unos ruidos, pero salimos sonrientes de allí. Me sentía como una niña traviesa. Nos tomamos de la mano, como si fuéramos una pareja de novios, felices a pesar de estar en medio de un momento complicado. Apreté su mano y lo miré. Él también me gustaba mucho más de lo que las palabras podían decir. NOTA DE AUTOR: 10 comentarios, más capítulos queridas lectoras.
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