Capítulo Trece: El alemán.

1756 Words
Para Tobías, era un sueño que descubrieran el paradero de su madre. Para Onixen, una pesadilla estar encerrado, cautivo por sus propios enemigos. Lo tenían vendado de los ojos, atado de manos y pies a una silla de madera, una cualquiera, de seguro seguían en el motel, o eso pensó. De repente, sus oídos lograron captar el sonido tan peculiar que sueltan las gaviotas al volar, algo que le pareció de lo más extraño, sumado a eso, sus fosas nasales lograron percibir un olor a salitre muy característico de lugares calurosos y cercanos al mar, uno tan vasto y lleno de vida que podría bien tener ganas de consumir a la Tierra entera, y lo lograría debido a la profundidad con la que contaba. Respiraba con dificultad, y no sabía muy bien por qué. Sus ropas se le adherían a la piel, como si de una pega especial se tratara, haciéndole sentir incómodo y lleno de angustia, el calor que en esa habitación era casi insoportable, de modo que buscó la manera de retirar la venda de sus ojos recostándose al espaldar de la silla, a ver si así lograba liberarse de la atadura que le mantenía allí. Entonces su olfato percibió algo más, era un olor a óxido muy extraño, como cuando un grifo gotea durante mucho tiempo, formándose una especie de humedad fuerte que penetra en el ambiente de todas las maneras posibles, llegando a formar esporas y a dañar los tubos de acero. Pensó entonces que se trataba de una casa abandonada por mucho tiempo, o algo parecido, pero al lograr que la venda cayera al suelo tras sacarla por la parte superior de su cabeza, logró enfocar segundos después y ver lo que había frente a sí. Prefería no haberlo hecho tan pronto y sin preparación, sobre todo tendiendo en cuenta que acababa de despertar de su letargo tras ser raptado por la gente del lunático asqueroso que intentó matarle. Su pregunta de ¿Por qué no le torturaron hasta que soltara prenda? de repente tuvo sentido. Allí frente a él se encontraba un c*****r, el del hombre al que se enfrentó previamente, el alemán. Su cuerpo se hallaba boca abajo habiendo sangrado por la boca hasta desangrarse al igual que por el bajo vientre, una escena no apta para sensibles. Su mente logró calmarse segundos después, pero al principio, lo único que pudo sentir fue asco y repulsión. Casi vomita allí mismo, pero tuvo que ser fuerte. Se preguntó qué habría sido la causa de la muerte ajena. Intentó zafarse de manera exitosa, logrando soltar una de las cuerdas que adornaban sus muñecas. Al hacerlo, trabajó durante unos minutos en liberarse por completo, hasta que pudo levantarse con lentitud. Su cabeza daba vueltas sin cesar, algo que le dejaba perturbado, pues a pesar de no saber lo que eran las drogas, era consciente de que el estado en el que se encontraba se asemejaba bastante. La garganta la tenía muy seca, y sus pies no respondían de la manera adecuada, algo que le preocupó en demasía, pero lo dejó pasar por el momento. Se acercó hasta el c*****r, viéndolo de cerca, examinando las heridas que tenía, las cuales no se observaban para nada bien. Tenía un orificio en la parte lateral y otro en la espalda, de modo que por allí aún escurría sangre fresca. El asesinato había sido cometido hacía pocas horas, de modo que quien era responsable debía de andar aún por esos lados. Por suerte, el sujeto llevaba consigo un arma, la tenía en la mano, pero debido al rigor post mortem, tuvo que luchar contra sus falanges para obtener lo que quería, el objeto que disparaba balas. La sostuvo entre sus manos y entonces pudo sentir cómo de su nariz goteaba algo, al acercar su mano, confirmó que era sangre, la cual caía en gotas a sus pies. Estaba descalzo, fue un detalle del que solo así pudo caer en cuenta, ya que era lo que menos le importaba en esos momentos. Echó su cabeza hacia atrás, intentando frenar la hemorragia, pero esta era una intensa, por lo que la sangre resbalaba desde allí hasta sus oídos, ingresando en estos, por lo que quiso colocar su camiseta para detener aquello por completo, pero no fue posible, ya que solo cargaba su pecho al descubierto y unos pantalones demasiado desgastados, y no eran suyos, al menos no los reconocía. A pesar de encontrarse sangrando, no se detuvo, buscó a su alrededor algo que le sirviera, encontrando una caja de pañuelos, la cual estaba abierta, así que tomó dos y se los colocó a modo de tapones en los orificios nasales. Se vio luego en un espejo que había allí, era una especie de apartamento muy pequeño, casi al estilo oriental, de manera que se quiso asomar por la ventana, pero no pudo, estas se encontraban selladas, pero pudo retirar las cortinas oscuras que cubrían la habitación, la que no estaba para nada iluminada y apenas podía distinguir las cosas que le rodeaban. Pestañeó un par de veces para adaptarse a la luz, dándose cuenta de que era de día. No conocía el lugar donde estaba, algo que le dejaba mal, pero tenía que enfrentarse a eso y mucho más. Durante toda su carrera, había pasado por cosas peores, cosas de las que las personas se arrepienten con constancia. Había visto cómo una niña de cinco años asesinaba a su madre, cómo un hombre intentaba violar a su nieta y cómo golpeaban a un ladrón en un pueblo pequeño. Tantas situaciones diferentes habían sido testigos sus ojos que ya estaba curado de espanto, si podía decirse de alguna manera. Avanzó hacia la única habitación disponible allí, abriendo la puerta de esta con cuidado, esperando encontrar al hombre de la máscara, pero lo único con lo que se topó fue con el vacío, uno tan grande que las dudas comenzaron a asaltarle con rudeza, sin dejarlo en paz un solo segundo. Volteó hacia la puerta principal, pero esta se encontraba abierta, como si alguien hubiera salido de ahí a toda prisa, o como si hubiera planeado aquello. A Onixen eso no le olía bien, para nada, pero era su deber continuar con el recorrido hasta hallar la forma de poder salir ileso de esa treta tan extraña. Sus obligaciones eran mucho más importantes que estar ahí dentro, cautivo como un perro doméstico. Apenas puso un pie fuera del apartamento, se dio cuenta de que era un edificio pequeño en el que estaba, de unos cinco pisos máximo, algo que le generó confianza, pero solo un poco. Bajó por las escaleras poco a poco, cuidándose las espaldas con el arma, sintiendo el miedo recorrerle entero, un miedo que no sabía de dónde venía con exactitud. Trató de calmarse, y fue entonces cuando detrás de una de las paredes en la escalera, se topó con un hombre de traje, le dio muy poca confianza, así que lo tomó por el cuello, asfixiándolo hasta dejarlo inconsciente y poder seguir hacia la salida, tomó su llave maestra de servicio para abrir las rejas y puertas de la construcción, sin duda le sería útil más adelante. Le faltaban dos pisos más, así que bajó con todo el sigilo del mundo, pero para su mala suerte, se topó con uno de esos mismos guardias, esta vez de frente. Tragó grueso y antes de que el contrario sacara su arma de reglamento, él le disparó dos veces en el pecho, dejándolo sin vida. En ese instante, todo se basaba en matar o morir, y ahora que le tenían información sobre su madre, no podía darse el lujo de desaparecer de la faz de la Tierra. Llevaba muchos años en ese negocio como para salir ahora. Él no era de las personas que se rendían, y mientras estuviera vivo, lucharía por mantenerse así. Bajó un piso más, y allí se encontró con una mujer que cargaba a un recién nacido en sus brazos, arrullándolo para que acallar su llanto tan alto, y que no molestara a las demás personas que ahí habitaban. El arma cargaba silenciador, algo bueno en ese aspecto, era un arma discreta, lo que cualquier espía buscaba en cualquier misión en la que buscara salir con éxito. Llegó a la planta inferior, y solo hasta que llegó ahí pudo sentir un gran dolor en su muslo izquierdo, en la parte externa. Le ardía horrores, cosa que le hizo cambiar su rostro a unas expresiones inhumanas. Sí lo habían torturado, pero por lo visto, no recordaba nada, y esperaba no haber soltado algún detalle inapropiado. No podía con aquella situación. Una vez que su jefe se enterara de en dónde había estado, lo mataría él mismo, aprovechando que los demás no pudieron hacerlo. Llegó a la parte trasera del edificio, saliendo con ayuda de la bendita llave maestra que cargaba consigo el hombre de seguridad. De inmediato las rejas abrieron, como por arte de magia, haciéndole salir a un callejón, y se sintió tan libre que no protestó por vez primera al ver tanto territorio desconocido frente a sí. Caminó hasta un tendedero que ahí había, tomando una camisa a rayas que aún estaba húmeda y unas medias acorde al estilo, aunque los pantalones seguían viéndose asquerosos. No pudo ser tan abusivo como para coger también un par de elegantes pantalones de vestir que colgaban de los alambres en forma horizontal. Caminó hasta la calle, con mucho cuidado, pues su pierna en serio molestaba demasiado, llegando a dolerle en lugares y a niveles que a sus veintinueve años no conocía. Sabía que no se veía en extremo bien, de hecho, a cualquiera se le haría difícil mantener una conversación con él, pero tenía que salir de ahí a como diera lugar. Vio que en un cartel ponía el nombre de lo que parecía ser una ciudad "Los maderos" ponía con letra elegante, siendo los protagonistas una familia feliz en un día de campo de lo más divertido. Las mujeres cargaban vestido y los hombres trajes con sombreros a la época antigua del cortejo a las damas, algo bastante común en esa época. Miró a todos lados en busca de algo familiar, pero solo halló un coche policial, sabiendo que se encontraba en un estado diferente a donde residía. Maldijo por lo bajo, colocando una de sus manos en el puente de la nariz, quitando después los tapones que le delataban, y guardando también el arma. Iba a robar un coche, pero nadie debía sospechar de él.
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