Margaret pudo quitarse la peluca tras doce horas de uso constante. Lo ocurrido seis horas atrás parecía un sueño.
Afincó sus dos manos sobre el lavabo, mientras observaba su rostro en el sucio espejo frente a sí. La pensión que pagó días atrás era de mala muerte, pero mejoraba la economía que había sido afectada al haber pagado la habitación en el hotel tan prestigioso donde tenía su coartada como modelo invitada.
Por supuesto, ese dinero no salía de su bolsillo, pero trataba de pasar desapercibida por todos los medios posibles. Una modelo de su supuesto estatus, no andaría por esos lados de la ciudad, los suburbios.
Curiosamente, esas casas humildes quedaban justo detrás de los sectores más ricos, como si fueran parásitos alimentándose de los más poderosos.
Era impresionante cómo unos simples pasos cambiaban la realidad de las personas, a unos pocos metros de la miseria y oa pobreza se hallaban las familias más influyentes cenando solo alimentos de primera calidad, con aire acondicionado y un lugar acogedor para pasar el tiempo.
Así era el destino de irónico, a algunos les daba facilidades y todos los lujos existentes, mientras que otros solo se enfrentaban a distintos retos y pruebas difíciles durante toda su vida sin llegar a nada concluyente.
Margaret no sabría en cuál grupo ubicarse, debido a que todo que lo que había obtenido en la vida se debía a su esfuerzo en todos los aspectos de la palabra.
Ella junto a su hermana habían sido la salvación de la familia Ramsey, la cual, a pesar de tener cariño y calidez, le faltaba el factor monetario que hacía de cualquier vida una mejor.
Cada vez que se miraba al espejo era eso lo que podía observar, todas las batallas que tuvo que vencer para llegar a donde estaba. Las ojeras naturales no era algo que pudiera esconder del mundo, pero con ayuda del maquillaje podían pasar desapercibidas en la mayor parte de los casos, sin embargo, para la época, lo que estaba de moda eran apenas polvos compactos que cubrían una fracción pequeña de podían ser las imperfecciones, y según algunas mujeres mayores, este dañaba el cutis, infectándolo de tal manera que quedaba inservible.
La pelirroja no estaba de acuerdo pero tampoco en contra, solo lo usaba cuando era necesario ocultar su identidad de los ojos ajenos. Pasó una mano por sus propios cabellos, terminando de humectarlo con un poco de mascarilla para rl cabello, la cual venía en un bote con el nombre de una marca conocida por ser excelente para el cuidado femenino.
Jamás había sido una mujer descuidada, pero en los últimos meses se le había hecho casi imposible cumplir con una rutina de belleza. La mayoría de las personas dirían que sus hebras eran arte y que no necesitaban de tanto cuidado, pues la naturaleza le otorgó un hermoso tono, pero eso no significaba que tuvieran razón. De hecho, sus cabellos eran muy resecos, por eso se untaba cremas que le ayudaran a producir el suficiente cebo como para que no se quebrara.
Era común encontrar hebras cobrizas por todo el lugar donde habitaba, por eso, tenía que ser precavida y encontrar la manera de hacer esa caída cada vez menor. Un solo error como ese podría arruinar toda una investigación y de paso revelar su nombre, algo que había mantenido oculto por muchas razones, empezando por la seguridad de su familia, entre otras cosas.
Eran demasiadas obligaciones a la vez, y sin embargo ahí estaba ella, confiando en un extraño en plena misión, algo que prometió no hacer, pues los demás solo complicaban la situación.
No quería que aquella misión tan sencilla fallara, pero parecía ser ese el destino que llevaba desde el principio. Enfrentarse a Rumbatz era firmar una sentencia de muerte, según el país entero y los chismes que volaban dentro y fuera de las autoridades políticas.
La policía solo era una alcahueta de la delincuencia, de modo que la ciudad estaba podrida desde dentro, algo muy difícil de corregir. Ella pensaba que en todo el mundo las cosas tenían la misma manera de funcionar, y aunque algunos aspectos sí podrían parecerse, no todos los rincones del mundo estaban infectados por la malicia humana.
Era una suerte todavía contar con el tiempo exacto como para llegar a la segunda cita pautada con Tobías, haría lo posible por llegar a su lado sin fallarle, algo que no podría decir que cumpliría si ese soldado al que dejó meterse en sus asuntos no llegaba en ese momento.
Le esperó por más de una hora y no se apareció, así que dio por perdida la operación rescate de rehén. Se estaba exasperando bastante.
Tomó su navaja y una pistola pequeña que guardó allí por si acaso le tocaba enfrentarse a algún enemigo, los espías siempre debían cuidarse las espaldas.
No fue necesario que las utilizara, pues cuando se dirigía a la salida, escuchó cómo dos sujetos debatían a gritos. Por supuesto, aquello era extraño, por lo que se dirigió al sonido con sumo cuidado, ocultando gran parte de su identidad con una gran capucha y una tela que le cubría la mitad del rostro, dejando fuera solo sus ojos.
A simple vista, era la misma mujer de antes, el soldado no podría decir si se trataba de ella o alguien más, pero entre ambos había quedado el secreto, aquella situación solo dos la podían comprender.
El hombre se hallaba casi ahorcando a la rehén, pues esta se rehusaba a acompañarle por ese lugar, mucho menos adentrarse junto a él en ninguna casa.
La chica era muy inteligente, eso no lo negaría, pero comenzaba a actuar un tanto obtusa, como si dentro de sí no cupiera la posibilidad de que las personas pudieran tener bondad dentro de sí, estaba alterada y luchaba con todas sus fuerzas para librarse del agarre que ejercía el contrario sobre sí.
A pesar de que no todo el mundo llevaba dentro de sí la paz, esa no era razón para no confiar, mucho menos si él le había dicho ya que se encontrarían con ella de nuevo.
No estaba muy segura de si la chica quisiera volver a verle, pero tras perderla apenas cuando intentaba protegerla, podía entender que solo quisiera mantenerse alejada.
Entonces permitió que ambos la vieran allí, y como si se tratara de una película de drama, comenzó a llover a cántaros, haciendo que sus ropas quedaran empapadas en segundos. La lluvia no era fría, pero tampoco agua bendita, por lo que cuando los ojos de la rehén se encontraron con los suyos, esta bajó la guardia y poco a poco dejó de luchar. Era ya por la tarde, y el atardecer se veía hermoso, tanto que sobre ellos se formó un arcoiris, un buen símbolo que la chica vio como una buena señal.
Ella corrió hacia sus brazos, de repente abrazándola.
—¡Estás viva! Creí que este zoquete solo quería engañarme— le dijo con alegría, señalando luego hacia el más alto.
—Claro que lo estoy, he sobrevivido a cosas peores como para morir aquí, y por lo visto, tú igual... Ahora puedes decirme tu nombre— agregó lo último con cuidado, pues no sabía si la chica quería o no agregar algo sobre su identidad verdadera.
—Bien... Te lo diré, pero primero entremos, esta lluvia solo hace que te enfermes— comentó la extraña, mientras que el soldado se mantenía de pie y en silencio como una estatua, casi una gárgola por el terror que podía infundir su expresión.
Todos se adentraron en la humilde morada en donde Margaret había pagado por habitar durante una semana, sobre todo para ayudar a la propietaria en el aspecto económico, debido a que sabía la situación por la que la mayoría de las personas pasaban allí.
El servicio de agua, así como el de gas no era algo que envidiar allí, pero era más que suficiente para pasar un par de noches.
Margaret dejaría su disfraz de Estela para encontrarse con Tobías en una cita maravillosa, como las que siempre tenían.
Le daba algo de lástima saber que la pensión en la cual se quedaba de forma permanente se hallara vacía, pues era un lugar demasiado hermoso, el lugar de sus sueños por mucho, en especial por la tranquilidad, y que ninguno de sus vecinos se metían en sus asuntos.
Nadie le preguntaba por su familia, sobre sus ingresos o los estudios, solo respetaban a la enfermera de rostro hermoso y aspecto impecable que vivía allí. No se quejaba de nada allí, era como si cada vez que llegara, fuera ignorada con delicadeza y amabilidad.
Una vez que todos se encontraban dentro, les hizo quitarse la ropa mojada por la lluvia para que no enfermasen, ofreciéndoles café o té instantáneo, lo único que pudo comprar. Apenas tenía algunas bandejas de comida, las cuales compartió con ellos. No estaba en sus planes tener compañía durante el tiempo que se quedara entre esas paredes, pero el destino siempre tenía sus sorpresas.
Comieron en silencio, mirándose entre sí, y fue entonces que la chica de piel morena habló.
—Mi nombre es Indira, no he vivido muchas situaciones gratas en la vida, pido disculpas si te traté mal— fue su disculpa hacia el hombre, quien asintió, dejando salir apenas un está bien.
—No te preocupes, yo... No soy Estela, pero puedes llamarme así por ahora— le dejó saber la de cabellos rojos.
—Sabía que era una peluca, tienes unas cejas muy finas y claras para ser pelinegra— le dejó saber ella, sonriendo para sí misma —Se arregla con un poco de maquillaje—
Margaret asintió, sabiendo que ese detalle era importante para su apariencia falsa, pero creía que el flequillo tapaba las imperfecciones.
—Lo tendré en cuenta...—.
—Eres espía ¿Cierto?— fue la pregunta que hizo a la de tez clara casi soltar lo que tenía en su boca de comida.
—Es complicado...—.
—Tranquila, lo entiendo, si no quieres decirme está bien— comentó, comiendo con gusto su lasaña recalentada como si fuera el mejor manjar.
—¿Qué haremos ahora? Soy desertor de aquí en adelante— comentó el albino, lleno de duda, se le veía preocupado.
—Ahora que has demostrado tu valía, puedes estar de mi parte, colaborar conmigo ¿Te unes?— propuso la pelirroja.
—No me queda claro lo que eres ni de qué lado estás, pero no pareces mala persona... Cuentas con mi apoyo— fue su veredicto final, haciendo que las dos chicas se vieran las caras entre sí y sonrieran sin mostrar los dientes.
—Gracias por salvar mi vida— dijo entonces Indira, mirándolos a los dos.
Aquel comentario llenó de felicidad el corazón de la espía.