Capítulo Veintiuno: Bombones.

1777 Words
La carta que Tobías sostenía en las manos todavía estaba intacta, bien conservada sin haber sufrido daños más allá de posibles dobleces y marcas sin importancia. Durante un buen rato la observó, le hizo saber a Koran que la leería en la comodidad de su habitación mientras disfrutaba de todo aquello que le generara algo que seguridad. No podía concentrarse en si lo que le decía la mujer en el escrito si se hallaba bajo la mirada y la presión de los propios oficiales de policía. Tragó saliva con fuerza, incapaz de soportar leer todo el trozo de papel. Ella comenzaba diciendo que lo extrañaba demasiado, cosa que era básica para poder llevar a cabo una buena relación, una estrechez entre lo que ellos querían y lo que los grupos que portaban las armas exigían. Se saltó varias líneas de una sola vez, tratando de poner orden en su cabeza, la cual se hallaba en completo desastre desde que Margaret se fue así, de esa manera, casi como una criminal, y parecía gustarle, algo que muy pocas veces se encuentra. A pesar de haber continuado con la lectura, solo consiguió que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas, como si una especie de tristeza inmensa le recorriera el cuerpo, y en cierto modo, así era. La carta fechada una semana antes decía con claridad: "Tob, espero que esto no sirva para animarte a ir por el mal camino o a pensar mal sobre mí, pero debo contártelo. Desde que supe que crecías dentro de mí, lo único que me preocupaba en el mundo era ¿Y si no me quiere? ¿Seré una buena madre? A pesar de aquellos pensamientos que me atormentaban día a día, cuando te vi por primera vez pude olvidar al mundo entero por un segundo, en el cual solo me dediqué a admirarte y a apreciar el arte de la creación, de la vida. Esos miedos que tenía eran debidos a que mi familia siempre fue tan amorosa y unida, que me daba pavor que no fueras a ser igual a alguno de tus dos padres, pero lo hiciste, mezclaste virtudes y defectos tomados de ambos lados para formar una nueva personalidad llena de mucha libertad, de pocos prejuicios y de grandes sueños. Sé que eres un hombre ya, uno hecho y derecho. Por lo que he logrado observar, eres caballero y lleno de buenas intenciones ¿Por qué eres tan bueno? Casi ninguna persona tiene los mismos sentimientos que tú, y no hay nada más reconfortante que saber que hay alguien esperándote en casa. En mi caso, tuve que aprender a ser madre, una experiencia que no cambiaría por nada...-". Mientras más líneas leía, más grande era su depresión, de modo que decidió dejar el papel de lado un momento, solo para secarse el rostro mojado con sus manos. Una vez que colocó la hoja sobre el escritorio de su habitación en el campus, escuchó un par de toques en la puerta, así que tuvo que ocultar lo que sentía y reponerse con rapidez. Abrió la puerta y se encontró cara a cara con una chica a la cual había rechazado centenares de veces, solo que ella no captaba la indirecta, por el contrario, se volvía más intensa y continuaba haciéndole regalos en cada festividad donde casi siempre el mayor terminaba por rechazar los esfuerzos de ella por hacerse notar. Estaba harto de la gente estirada, la gente con dinero que creía que todo podía arreglarse con algo de paga, y esa chica era de esa manera tan peculiar, tan irritante. Se arreglaba el cabello de todas las formas posibles para ser notada por su querido amor platónico, que siempre fue el castaño, pero este jamás le prestó atención, ni siquiera estando en la escuela, aunque ella era muy insistente y sobre todo manipuladora. —Buenas tardes, Grecia ¿Qué se te ofrece?— quiso saber él, aunque no tuviera demasiado interés en ello. —Buenas tardes, solo pasaba por aquí para preguntar si ya habías almorzado, noté que no estabas hoy en el comedor y me pareció extraño—. —A veces tengo que estar fuera, como todos, no hay nada extraño con eso—. —¿De verdad? Me pareció verte acompañado de un hombre en un gran camión, no lo había visto nunca y me pareció curioso—. —Entiendo que te preocupes por mí, pero estoy bien, sé cuidar de mi persona. Almorzaré fuera, con Margaret— fue su respuesta, cortando de raíz cualquier ilusión que pudo haber tenido la de rizos azabaches y ojos azul cielo. Ella asintió, pero no se rindió allí. —Hice esto para ti, espero que te gusten— le dijo, acercándole una caja con bombones de distintos sabores y presentaciones, se veían decorados por ella misma. —Gracias, es un bonito gesto— comentó el más alto de los dos, sabiendo que aceptar un regalo como ese era meterse en terreno peligroso, pero tomó la caja solo para librarse de su presencia, estaba ocupado con asuntos mucho más importantes que ese. La chica sonrió abiertamente, como haciendo saber al mundo que había triunfado una vez más en su objetivo, y su meta principal era conquistar al papasito de Tobías. Si bien, él no era en extremo guapo, se podía reconocer su buen porte y su rostro impecable en cada aspecto, y algunas chicas morían por eso, algo que se les hacía irresistible sobre él. Aparte de todo era inteligente y refutaba hasta a los mismos profesores, la admiración que despertaba en los demás era inmensa, y parecía ser el único que no se daba cuenta. Grecia batió sus rizos en dirección opuesta a la que se marchó, volteando antes de irse por completo, solo para ver el rostro de su amado al ser agasajado con tal regalo por su parte. Era una completa bendición ser tratado así por una de las chicas más populares de la universidad como lo era la de ojos claros. A Tobías pocas cosas como esas le importaban, solo quería demostrar su teoría de que su madre había sido secuestrada y forzada a huir, antes de aceptar siquiera que pudiera estar muerta. Como pudo, guardó la caja con su regalo, pero no creía poder abrirlo sin ayuda. Luego de la carta que recibió, no podía estar más lleno de determinación, ya tendría tiempo de leer y seguir sintiendo tanto como en los últimos minutos. No quería que las líneas escritas por ella terminaran jamás, que desaparecieran como lo hizo ella, sin fejar un solo rastro. Vio la hora en el reloj de pared y comenzó a alistarse para dirigirse hacia la dichosa cita junto a su pareja, o al menos eso creía que eran todavía. Tenían la costumbre de verse todos los viernes en una pequeña cafetería cercana al trabajo de ella, por lo que no se quejaba de tener que llegarse ahí, haría lo posible por mantener viva su relación. Quería encontrar a su madre, eso era obvio, pero debía prepararse mentalmente para cualquier resultado que pudiera dar aquella búsqueda, ya que no todo era color de rosa, y por mucho que se intentara salir ileso, era muy díficil decirle adiós al dolor. Mientras tanto, su distracción y su mayor apoyo sería su pareja, estaba seguro, pues ella siempre había querido ser parte del hallazgo de su madre, ella entendía muchas cosas que los demás no, por eso la amaba, de eso no dudaba. A pesar de haber peleado, eso no quería decir que se terminara, era solo una prueba más que debían superar. Cuando llegó al local, se sentó en la pequeña terraza a esperar a la chica, eran alrededor de las dos de la tarde, estaba justo a tiempo. Ese día no quería preocuparse por otra cosa que por él mismo, las persecuciones y las peleas bien podían quedarse en la ficción por un rato, esperar a que se recuperara del golpe que había sido recibir una carta de su madre, aunque no dijera el lugar por fuera en ninguna estampa. Quería comentarle esto a su pareja, estaba harto de tener que mantener las cosas en secreto, quizá esa terapia la necesitaran ambos para crecer como personas. Esperó entonces por una hora entera, pero la chica no llegó en ningún momento. Se sintió un tanto decepcionado de aquello, pues lo mucho que habían compartido no se podía borrar con nada, no podía cambiarse por algo más, era amor, o eso fue lo que creyó muy inocentemente. Dentro de sí, junto a Margaret cada día superaba un obstáculo nuevo, pero ese día fue casi imposible. El factor casi fue cuando vio una señal de auxilio ser expuesta ante sus ojos por un espejo pequeño. Quiso corroborar de dónde provenía, buscando con la mirada hacia todos lados, y solo después de varios minutos, pudo captar que estos venían de una pequeña puerta de la planta baja, de un pequeño hoyo, del cual salía una mano... Extrañamente parecida a la de ella... —¿Margaret?— se preguntó a sí mismo, caminando en dirección a esa puerta. Bajó las escaleras que le conducían hasta la planta baja del lugar, pero el área de mantenimiento y cocina. Tragó saliva, pero las señales seguían ahí y eran muy claras, pedían ayuda desde ese lugar. Aunque no fuera un superhéroe, al menos podría ayudar a las personas de otros modos. Una vez que estuvo frente a la puerta color escarlata, siendo esta de un metal bastante ligero pero duro, quiso asomarse a ver quien estaba allí dentro, pero al agacharse un poco para ver a través del pequeño espacio que quedaba entre la puerta y el suelo, vio que ahí no había luz como afuera, era una habitación donde él no lograba encontrar algún sentido. —¿En qué puedo ayudarle?—preguntó una chica de baja estatura y curvas sobresalientes. —Oh, sí, solo quería conocer el área de cocina, ya mandé mis felicitaciones al chef— comentó Tobías, lleno de naturalidad. —Entiendo, pero ¿No sería mejor mantenerse en su área de cliente? No debe estar rondando por aquí—. —¿Por qué no? Que yo sepa, cada quién es libre de lo que haga o no con su vida— contestó él, siendo insolente. —Venga conmigo, por favor— habló la mujer, pidiendo refuerzos por medio de algunas señas a sus compañeros. Una vez que salieron de esa área, Tobías volteó de nuevo a la puerta, y ahí vio algo más, era la mano de su querida Margaret. Su respiración se agitó de repente, cortándole el suministro de lleno.

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