En la vida de Onixen había mucho más que solo perfección.
Tras ese alias se hallaba un chico llamado Tobías, el cual perdió a su madre al cumplir catorce años. Ella desapareció sin explicación alguna luego de acudir a la iglesia una de las tantas noches que recurría a estos espacios en compañía de grupos religiosos que la alentaban a seguir con ellos.
Su madre siempre se esforzó para que él tuviera lo que necesitara, sin embargo, a veces eso no es suficiente. Incluso las mejores intenciones de una madre pueden verse envueltas en color gris.
La noche en la que desapareció Noelia, su único hijo le había pedido que llegara lo más temprano posible. Él quería que vieran una película en la televisión, una que daban en la función de las 8:30 p.m. y la mujer había aceptado.
Al hacerse más de la hora acordada, Tobías comenzó a preocuparse, pues su madre nunca solía tardar tanto. Trató de guardar la calma y no llamar a su padre, quien era bombero, y casi siempre acudía a emergencias domésticas a esas horas.
Quiso ser un chico independiente, dejando de lado sus presentimientos, pero cuando despertó en la misma posición en el sofá donde se acomodó bajo una colcha, siendo las cinco de la mañana, supo que algo andaba mal. Su madre no estaba.
Su auto tampoco, pues lo había llevado consigo, las locaciones en ese pueblo quedaban muy retiradas unas de otras e ir andando no era opción.
A pesar de ser un vecindario seguro, el adolescente comenzó a tener sus sospechas. Se arregló como de costumbre para ir al colegio, desayunó un sándwich y se dirigió fuera de casa, tomando las llaves de repuesto.
No iría al colegio, y tampoco sabía cuándo llegaría su padre, de modo que sin querer alarmarlo, siguió su camino hasta la iglesia donde su madre dijo que estaría.
Tomó una ruta interna, pero no la que le llevaba normalmente a la escuela, sino de las que llegaban a las afueras del poblado. Una vez que ubicó dónde quedaba la iglesia, bajó frente a esta, con la ilusión de ver a su madre allí.
Caminó hacia el estacionamiento, observando con ojos brillantes el auto de su madre parqueado correctamente allí, quizá se quedó sin combustible y se hallaba dormitando dentro o buscando la manera de encontrarle solución a alguna avería.
Su corazón latía muy rápido a medida en que se acercaba al epicentro, pero cuando quiso ver dentro del auto, no pudo divisar a nadie dentro, y lo que le causó mal presagio fue ver que en la entrada de la iglesia se encontraban varios oficiales de policía conversando con el reverendo.
Tragó con fuerza, pidiendo en su fuero interno que nada tuviera que ver con su madre, solo que esta plegaria parecía no haber sido escuchada por el universo.
Quiso acercarse a escuchar de qué hablaban, pero lo cierto era que en esos momentos era extraño que un chico de su edad no estuviera en clase. Trató en lo posible no ser visto, pero yendo cada vez más hacia la entrada, donde habían varias personas, por lo que podría despistar a cualquiera.
Una vez que pensó poder escuchar lo que decían ambos hombres, un oficial le habló desde atrás, cosa que le hizo dar un respingo, volteando parte por parte hasta quedar frente al desconocido.
Este le preguntó su nombre y qué hacía allí, a lo que el chico no pudo evitar decir la verdad. Cuando el oficial escuchó su apellido, palideció un poco.
Este policía parecía inexperto, así que luego entendió el por qué de su reacción, aunque lo lamentara en demasía tiempo después. Le pidió que por favor lo siguiera, haciéndole caminar hasta una de las áreas más apartadas de todo el jardín perfectamente cuidado.
Una vez que lograron llegar hasta un punto entre dos arbustos repletos de coloridas flores, le dieron la peor noticia que puede recibir un hijo.
Su madre, Noelia, había sido reportada desaparecida por el mismo grupo de oración al que asistía, los cuales le informaron al reverendo que su auto seguía allí la mañana siguiente, sin rastro alguno de la mujer. Varias personas afirmaron haber ido temprano a visitar su casa, pero que nadie parecía estar dentro y que a pesar de llamar incontables veces, nadie contestaba su teléfono celular.
La ansiedad que sintió Tobías en ese momento fue demasiada, no quería creer ni una sola palabra de la que decía el representante del cuerpo policial, estaba más que en shock, queriendo hacer lo posible por encontrar a su progenitora.
Sus ojos se cristalizaron al instante, pensando que un ataque de pánico estaba por sobrevenirle. Intentó mantener la compostura, pero a medida en que el hombre detallaba los hechos, parte de su valentía se iba disipando, como si no tuviera nada de aguante.
No lo podían culpar, apenas era un adolescente, el cual sin la ayuda de su madre estaba perdido. Sobre todo porque no tenía hermanos y su padre siempre solía estar fuera de casa, atendiendo quién sabe cual emergencia. Siempre era más importante su trabajo de salvar vidas que salvar la relación con su propio hijo.
No juzgaba a su progenitor de mala manera, en realidad lo admiraba, pero en momentos como ese, él nunca estaba presente, haciéndolo sentir solo en el mundo, una sensación que no le recomendaba sentir a nadie.
El policía le ofreció ir con él hasta la patrulla, de allí en más, se encargarían de su persona hasta localizar a alguien que pudiera hacerse cargo. Les dijo que su padre estaba disponible, pero cuando llamaron más de cinco veces a su número de teléfono y no obtener respuesta, le informaron que el siguiente paso a tomar sería probar que el hombre podía cuidar de él sin mayores complicaciones. Le asignaron a una trabajadora social que le miraba casi con lástima detrás de sus gafas ridículamente rectangulares y pequeñas.
Le preguntó un sinfín de cosas, así como lo haría la policía tiempo después, aunque no quisiera contestar a ninguna.
De mala gana, dio todos los datos que pudo, tratando de no romper a llorar allí mismo cada vez que mencionaban que ahora estaba desamparado. Apretó la correa de su bolso lo más fuerte que le dieron las manos, y aún así, no lograba aliviarse.
Le llevaron a su casa, diciendo que pasarían al día siguiente a comprobar que su padre realmente estuviera allí para cuidar de él. Tobías tembló por dentro, sabiendo que eso era poco probable, sin embargo, asintió de lo más normal, diciéndole adiós a la trabajadora social, la cual amenazó varias veces con llevarlo a un hogar de acogida con alguna familia estable que quisiera adoptar en vez de dejarlo allí solo, pues sería duro pasar un proceso de tal magnitud por su cuenta.
Esa era una absoluta locura, pero lo bueno fue que le excusaron el no haber ido a la escuela, de modo que la mujer juró firmemente ir a la secundaria junto a los oficiales a declarar lo sucedido. Eso le daría el tiempo que requería para actuar.
Tras cerrarle la puerta en la cara a la mujer, sin importarle nada más, tomó una chaqueta diferente a la que traía puesta antes de su habitación, cambió su atuendo y se dejó los botones de las mangas sueltos, adicionó una boina color beige. Apenas buscó un par de cosas necesarias en su mochila de la escuela y se dirigió hasta la puerta trasera de la vivienda, sabiendo que los coches policiales no se irían del frente de la casa en varios días, sobre todo, teniendo en cuenta que era el lugar de residencia de su madre. Esperaba que las autoridades pudieran hacer algo por hallarla, pero no tenía mucha fe, por eso él sería el primer encargado de ir en búsqueda de Noelia.
Cuando llegó de nuevo al lugar de los hechos, estuvo mucho más atento al movimiento de las patrullas para no ser visto de ninguna manera, fue así como pudo seguir un rastro de pisadas que podían verse al estar llenas de fango. Esa época era lluviosa, pero la vegetación estaba en su punto más cumbre
Esas pisadas estaban señaladas con tarjetas amarillas de la policía como evidencia. Las tarjetas tenían el número 34 y el 42. Supo que habían demasiadas pruebas como para que no pudieran encontrar a una mujer tan fácil de detectar como lo era su madre.
Bufó al ver que las huellas eran similares en tamaño y dimensión al pie de su madre, cabe acotar que por el camino que guiaba hacia el río cerca de allí no había ni un solo policía buscando, aunque fuera la dirección más clara de todas.
Caminó, siguiendo el rastro desde un solo lado, sin querer marcar ninguna prueba de la manera más tonta posible.
Mantuvo un perfil bajo en todo lo que pudo. Su estatura para ese momento era bastante buena, pudiendo ser confundido con un adulto, ya que si encontraban a un niño o un adolescente por esos rumbos, no se quedarían de brazos cruzados, sino que le harían miles de preguntas.
Por suerte, Tobías siempre fue un niño bastante maduro, el cual necesitaba de poco para comprender las cosas, pero esa vez, no quería aceptar el hecho de que su madre se había ido, no así.
Ese sería un golpe duro para cualquiera, pero para él lo era aún más, adoraba a su madre, era su mundo entero y no planeaba dejarla ir así de fácil de su vida. Se juró a sí mismo buscarla y hacer lo posible por llevarla de vuelta a casa, donde compartirían millones de anécdotas más para su repertorio.
Los dos siempre fueron así de unidos hasta ese fatídico día, en donde no solo dejó a su hijo aparentemente desamparado, sino que dejaba tras de ella un hogar vacío y una estela de buenos tratos y amabilidad.
El chico cargaba consigo una cadena de oro bastante delgada que abrazaba su cuello. En el medio colgaba una foto de él y su madre dentro de un óvalo que tenía grabada una frase, esta decía en letra cursiva romántica "Creo en ti".
Tobías sentía con sus dedos esta cadena cada vez que se sentía en peligro, pues de esa manera, todo se sentía mucho mejor, y no como si hiciera algo ilegal.
Desde ese día tan desastroso, se prometió a sí mismo buscar a su madre hasta dar con su paradero, costara lo que costara.