La chica de rasgos asiáticos miraba a quien se hacía llamar Estela, la cual continuaba con su conversación como cualquier modelo haría.
Tenía la cualidad de meterse en el papel a tal nivel que lo que hablaba era impecable, haciendo que hasta la persona con mayor experiencia en esos asuntos de descubrir a quienes mentían se les hiciera difícil descubrir lo que tenía en mente.
Su plan era hablar con la chica el tiempo suficiente para que al entrar su padre nuevamente al lugar, ella pudiera presentarse ante este como la modelo inocente que solo hablaba con su pequeña sin saber quién era.
Era inusual ver a una chica de esa edad a esas horas de la madrugada, pero todo cobraba sentido cuando se trataba de la hija de una figura pública, de un exponente tan importante en cuanto a la moda.
Ese tipo de reuniones solo hacían que los más ricos se hicieran aún más ricos y la diferencia entre clases sociales fuera más que evidente. Esa fiesta tenía como propósito servir de recaudación de fondos para crear una nueva academia exclusiva de modelaje profesional y aparte formar una nueva marca entre los mejores diseñadores de toda la ciudad.
El viaje que Margaret había hecho desde su lugar de residencia hasta la ciudad más grande, el epicentro de todo el movimiento económico de la nación, había sido incómodo y sumamente largo.
Tenía mucho sueño, pues no había logrado concebir este desde que puso un pie en aquella suite. Le era imposible dormir sabiendo que en cualquier momento podrían irrumpir en su espacio y descubrirla, debía estar atenta.
Por eso, compró varias comidas preparadas en la tienda de conveniencia más cercana al hotel y calentó una de ellas apenas llegar.
Habiendo comido, tuvo que colocar algo de música, un poco de jazz en el tocadiscos ahí disponible. Solo así pudo relajarse lo suficiente como para fumarse un cigarrillo y comer al mismo tiempo, algo que su querido Tobías le prohibía siempre, defendiendo que podría enfermar gravemente si seguía así.
No era que sus avisos no le importaran, en realidad, lo hacían, pero no podía evitar sentirse estresada en cada comida, algún modo tenía que hallar para calmarse mientras estaba a punto de comenzar con una nueva misión. Esa, por supuesto, no era la misión principal, pero su jefe tenía serios problemas con el magnate de apellido Rumbatz.
Era algo personal, así que no podía negarse, por mucho que quisiera.
Una vez que observó al hombre entrar por las puertas giratorias, acompañado por su equipo de seguridad y resguardo que miraban atentos a todos los presentes, vio su oportunidad. Este hombre, de cabellos rubios y ojos azules como un cielo tempestuoso, se acercó a la chica a su lado, comenzando por preguntarle si estaba lista.
La menor asintió, dejando siquiera de mirar a la mujer con la que compartía previamente una conversación, cosa que no le extrañó del todo a Estela, pues sabía que él era estricto.
A pesar de ello, continuó con su papel de inocente.
—Disculpe ¿Asistirán a la fiesta?— preguntó ella, haciendo que el hombre le devolviera la mirada con una seriedad digna de un descendiente europeo, tan lleno de extrañeza y algo de repulsión, justo como lo estaría un vegano observando un filete.
—¿La conoces?— le preguntó a su hija, de modo que esta solo pudo asentir levemente, explicando que solo habían entablado conversaciones banales antes de que él llegara —Te he dicho miles de veces que no converses con extraños—.
Con eso dicho, el hombre tomó a su hija de la mano y la guió consigo hacia el interior del salón de fiestas, sin haberle soltado ni una sola palabra a la espía.
Estela pasó una mano por sus cabellos, haciendo que sus dedos se entrelazaran con las hebras de la peluca. Esta era corta y con un flequillo bastante parejo y brillante.
Le frustraba un poco el que no le respondieran o que pasaran de su existencia, pues a veces sucedía, y si una cosa detestaba la chica era que no le prestaran atención.
Con todo y la humillación que pasó segundos atrás, asintió con la cabeza hacia los presentes en la entrada a modo de saludo, ya que la mayoría entraría o estuvo en la fiesta, así que con esto hecho, se encaminó detrás del padre y su hija.
Una vez que entró en el salón, este se hallaba decorado de una manera elegante, pero bastante ostentosa, no escatimaban en gastos, siendo esto lo de menos.
Era en esos momentos cuando podía saberse que aquella reunión no podía pertenecer a cualquier persona, debía ser de un poder adquisitivo muy alto.
Habían cortinas de terciopelo azul colgando del techo, haciendo una decoración bastante formal y llena de detalles en dorado, los cuales destellaban con la ayuda de las luces de distintas tonalidades, formadas por lámparas y papeles de colores.
El aire incluso olía agradable, así podía saberse que era un evento de enjundia. Había una pasarela dispuesta en el centro de la sala, luciendo espectacular, pues la base estaba hecha de madera en un tono blanco exquisito.
A ambos lados de la pasarela se encontraban alrededor de cuatro maniquíes con vestidos únicos y hermosos, otros con diseños curiosos, pero cada cual debía valer una fortuna.
La temática era disfraces o máscaras, por ello, la mayoría cargaba un antifaz elegante, del mismo tipo que usarían en la época del renacimiento, de hacer ese tipo de reuniones.
Muchas parejas bailaban al ritmo de la banda que tocaba en vivo desde una esquina, tenía un ritmo lento y casi sensual. Los vestidos colgados en un aparador transparente sobre la base de la pasarela, le hacían comprender a Estela que el desfile ya había llegado a su fin, pero el after party, una tendencia muy de moda en otros continentes, había llegado justo allí.
Esto consistía en una fiesta luego de la celebración principal, generalmente se llevaba a cabo en un lugar diferente al inicial, pero en esa oportunidad era todo lo contrario.
No se quejó, por el contrario, lo tomó como una oportunidad, dirigiéndose hasta un grupo de hombres que parecían tener bastante dinero, estos se encontraban compartiendo tragos y riendo a carcajadas entre sí a bromas internas. El sofá color malva en el que se hallaban sentados parecía ser bastante amplio y cómodo, por lo que no lo dudó un segundo más.
Ella, acostumbrada a hacer ese tipo de trabajos, les sonrió, sentándose en las piernas de uno de ellos, quien era el socio más cercano a Rumbatz, este hombre llevaba por nombre Anoir Laferrere, y era importante para los negocios del grupo que tenía junto a otros tantos hombres de poder.
El de cabellos oscuros le miró asombrado, pero complacido por lo que veía, así que la dejó hacer lo que quisiera con él. Estela sonrió, haciéndole llegar el trago a la boca con un coqueteo que le salió bastante natural.
El hombre bebió lleno de confianza, ataviando una de sus manos en la estrecha cintura de la chica ángel, sin querer soltarla, pero seguía hablando con los demás hombres de manera confianzuda.
Estela se dejó hacer, sabiendo que tenía que demostrar ser así para poder obtener alguna confesión genuina por alguna de las partes.
Por medio de las pocas ventanas, podía ver la esquina que antes vigilaba desde su habitación, ahora estaba vacía. Tragó grueso, sabiendo lo que venía.
El hombre la tomó por un brazo, guiándola con él fuera de allí, dejando al grupo de magnates bebiendo por su cuenta. Ella se hallaba un poco nerviosa, siempre que llegaban estas partes se sentía desprotegida, aunque no lo estuviera en absoluto.
Una vez llegados a la habitación del mayor, este comenzó a besarle el cuello, pidiendo que por favor se retirara la parte superior de su ropa íntima. Cabe acotar que su vestimenta consistía en dos partes, una similar a un brasier transparente en las zonas correctas para hacer a un hombre volverse hambriento, y una falda corta ceñida al cuerpo, ambas prendas en tonos blancos. Encima de la falda pegada, tenía otra más grande y transparente que se movía con el viento, a modo de tutú, teniendo detalles en tela felpuda.
Se sentía como toda una diosa en ese disfraz, y el antifaz que le otorgaron en la entrada, también en tonos blancos con dorado, le daban el toque faltante.
Hizo lo ordenado, comenzando a quitar dicha prenda lentamente, dejándose las alas a propósito. Sonrió al tener ambos pechos al aire, sintiendo cómo la brisa del aire acondicionado le endurecía los pezones, los que se asemejaban al tono de la guayaba.
El hombre frente a sí, el cual no era para nada feo, lamió sus labios provocativamente, queriendo acercarse a la mujer de cuerpo despampanante, sin embargo, cuando fue a dar un paso, cayó de bruces al suelo, perdiendo el conocimiento.
Estela sonrió con alivio, soltando el aire que tenía retenido. Una misión más en la cual salía victoriosa, ahora lo importante era encontrar a la chica, más allá de la información que pudo o no obtener del hombre frente a sí.
Tomó en sus manos las llaves del auto, estas se encontraban en el bolsillo delantero de los pantalones elegantes que lucía Anoir.
Una vez las tuvo en sus manos, arregló de nuevo su vestimenta, comenzando a caminar a la puerta de la lujosa suite, que a diferencia de la suya, tenía mucho más espacio y demás beneficios.
Respiró hondo antes de abrir la pesada puerta con sus manos, pero cuando lo logró, pudo ver que el pasillo estaba vacío a excepción de dos camareras que salían de alguna habitación. Se dirigió en su contra, bajando por las escaleras de emergencia hasta el piso inferior.
Una vez allí, pidió el elevador, el cual le llevó sin problemas de nuevo hasta el lobby.
Esta vez salió del hotel, dirigiéndose al estacionamiento donde debía estar el auto de Rumbatz y el de Laferrere.
En efecto, ambos estaban aparcados uno al lado del otro, así que la oportunidad la vio en un segundo. Abrió el maletero del auto de Laferrere, encontrándose a una chica maniatada pidiendo ayuda mientras lloraba.
La vio por unos segundos, ayudándola luego a bajar de allí, cerró la portezuela del auto y quitó la cinta que tapaba la boca de ella. No había nadie a esas horas en el parking, y eso era algo genial.
Al dejar sus labios libres, la chica miró con seriedad las orbes de la contraria.
—Quieren volar el edificio— fue su primera frase, algo que dejó a la espía helada.