—¿Me dirás quién te pagó? —inquirió Lincoln al torcerle el brazo. El forense se retorcía como serpiente, con el rostro pegado a la mesa, una mano de Lincoln en su espalda y la otra arqueando su brazo. El dolor que escocía su cuerpo, no fue suficiente para delatar a Andrew. —Puede ser más doloroso —advirtió Lincoln. Sujetando las tijeras de la mesa junto a él, las rozó en la oreja del hombre. El sonido lo estremeció, recordándole que el dinero de Andrew no pagaba un trozo de oreja. Mientras se debatía entre decir o no la verdad, Lincoln pensó en clavarlas en su oído hasta llegar al tímpano. Y justamente cuando se disponía a hacerlo, el hombre le gritó que parara, que le diría lo que quería saber y todo lo que quisiera preguntarle. —El esposo de la occisa me pagó para falsificarla —chill