Aunque nadie lo creyera, Amber no siempre fue la mujer autoritaria que ejercía su voluntad. Cuando era una niña, su madre la catalogó como la persona más bondadosa y feliz sobre la tierra. Era la clásica niña con el síndrome de niña buena. Llegó a la adolescencia sufriendo ese terrible síntoma, hasta que conoció a su primera némesis. Una de sus colegas en la carrera universitaria. Ella era imponente, tan voraz como el mar. Tenía un séquito de personas que la idolatraban como a un artista y ella ni siquiera volteaba a mirarlos. Esa mujer creció, maduró y se volvió madre. Era un madre orgullosa y contaba con un esposo que la adoraba. Amber por su parte también creció, al igual que el ejemplo que ella marcó. Las olas del recuerdo apuntaron a trece años atrás, cuando Amber usaba pantalones a