Ismael… te tengo que contar algo que me dejó bastante descolocada. Hoy tuve una sesión con mi terapeuta, al principio todo transcurrió igual que siempre, de una forma bastante aburrida. Sebastian me preguntó si estaba mal por algún motivo en particular y le dije que no, que sólo me sentía algo desganada. Entonces me pidió que le contara si me había pasado algo bueno durante los días en que no nos vimos. Imaginé que lo que pretendía usar algún lindo momento para que me aferrara a él y así pudiera ponerme de buen humor; pero le aseguré que nada interesante me había pasado. Mi vida era siempre igual, me pasaba muchas horas al día trabajando y luego tenía poco tiempo para mí misma. Él siguió insistiendo en que algo bueno debería haber, aunque sea algo minúsculo. Comenzó a ponerse pesado con sus insistencias por lo que le dije que el momento en el que mejor la pasé fue la última vez que me masturbé.
Él se quedó mudo, y yo me arrepentí de haber abierto la boca. Creí que me diría que no era necesario que le cuente sobre algo tan personal, sin embargo me dijo:
―Lauren, esta es la primera vez que mencionás algo relativo al sexo durante la terapia.
―¿Y qué tiene eso de interesante?
―Mucho, la sexualidad es uno de los temas más importantes dentro del consultorio, muchos traumas pueden venir de la represión s****l. ¿Qué podés contarme acerca de tu vida s****l?
―Primero debería tener una, para poder contarte.
―Recién mencionaste que te habías masturbado, eso es parte de tu vida s****l ―me sonrojé cuando dijo eso, no me agradaba estar hablando de algo tan íntimo.
―Bueno, eso fue todo. No hay más.
―¿Lo hacés a menudo?
Fue como si me hubiera tomado un cóctel cargado de bronca y vergüenza.
―¿Eso qué tiene que ver? ¿Qué carajo te importa? ―Le contesté de muy mala manera.
―Lauren, te recuerdo que esto es un consultorio y yo soy tu terapeuta, a veces tendremos que tocar temas muy íntimos y personales; pero te aseguro que sólo lo hacemos por el bien de tu salud mental. Tampoco te olvides que todo lo que decís acá es privado y nadie más que yo lo va a saber.
―Vos y Ismael.
―¿Quién es Ismael? ―Preguntó descolocado, mirándome desde atrás de sus anteojos de marco ancho.
―Mi diario íntimo.
―No sabía que le habías puesto nombre.
―Se me ocurrió de forma espontánea. Me parece menos frío dirigirme a él con un nombre.
―Está bien, me parece una buena razón. Entonces ¿a qué te referías con que él también lo va a saber? ¿Le contás todo lo que hablamos en este consultorio?
―¿Eso tiene algo de malo?
―Para nada, es sólo que como lo mencionaste luego de un momento muy intenso pensé que podría ser algo importante, relevante para la terapia.
―Me dijiste que no me ibas a preguntar nada sobre mi diario.
―En eso tenés razón. No quiero detalles particulares, pero sí me serviría que me des un panorama general. ¿Qué tipo de cosas escribís ahí?
No me agradaba la idea de estar contándole lo que escribía en mi diario íntimo, pero siendo sensata, ya le había contado muchas cosas de mi vida a Sebastian, darle algunos detalles generales no significaría un gran problema.
―Escribo lo que sale en el momento, no importa la temática. A veces tengo ganas de expresar algo que siento y lo hago, otras veces me gusta contarle cosas que me ocurrieron en el día; me está gustando eso de escribir porque siento que estoy hablando con un amigo, un amigo que no puede juzgarme.
―Otra vez volvemos al juicio de la gente ―no era la primera vez que yo le confesaba que tenía miedo de ser juzgada por la gente―, pero lo importante en todo esto es que encontraste a alguien, así sea ficticio, a quien podés contarle todo.
―¿Entonces no te molestaría que escriba lo que ocurre en la terapia?
―Para nada, al contrario, sería bueno que lo hicieras, sería una interesante forma de reforzar lo hablado aquí dentro. ―Asentí con la cabeza, él hizo una pausa de unos pocos segundos y luego prosiguió―. ¿Le contás a tu diario sobre tu vida s****l?
―Sí, un poco.
―¿Y cómo te hace sentir eso? ―Habrá notado que me ruboricé, porque enseguida dijo:― Que no te dé vergüenza, sabés que podés contarme cuanto quieras, y si no querés hablar de eso ahora, lo dejamos; pero eventualmente nos veremos obligados a retomar este tema, ya que es crucial.
―Está bien ―decidí contarle para evitar otro momento vergonzoso, tal vez si le decía todo de una vez ya no me insistiría―. Me hace sentir bien contarle esas cosas, me… me… ―Sebastian me miró con su rostro totalmente inexpresivo y me di cuenta de que él no terminaría la frase por mí―, me excita contarle.
―¿Y qué es lo que encontrás más excitante al contarle?
―Los detalles. Me excita mucho darle muchos detalles, aunque tampoco le he dado tantos. Todavía me da un poquito de vergüenza… pero si te lo estás preguntando, sí, además le conté algunas cosas que para mí son muy vergonzosas.
―¿Como cuáles?
―¡Hey! ¿Otra vez? Te recuerdo que me prometiste no preguntarme nada del diario… y me estás haciendo un montón de preguntas sobre eso.
―Esto va más allá de si lo escribiste en el diario o no, pero es importante saber qué es lo que considerás vergonzoso en tus prácticas sexuales, que, como bien dijiste, se basan en la masturbación.
―No veo por qué sería importante decir qué es lo que me da vergüenza al masturbarme.
―A ver cómo te lo explico. Vos sabés que yo soy psicoanalista, por lo tanto mi terapia se basa en el psicoanálisis; pero también sabés que existen otras disciplinas psicológicas ―asentí con la cabeza―, muchas de las cuales han hecho grandes aportes a la psicología y no pueden ser ignoradas. A veces me veo en la obligación de tomar herramientas que otras disciplinas me prestan. A lo que voy con todo esto es que, una de las máximas de la Psicología Cognitiva-Conductual dice que lo que trauma a las personas no son los hechos, sino lo que las personas piensan acerca de los hechos. Por eso encuentro muy importante que me digas qué pensás acerca de la masturbación y por qué te avergüenza. Ese “por qué” es el quid de la cuestión. Resumiendo, lo que a vos te genera preocupación no es acto de masturbarte en sí, sino lo que vos pensás acerca de eso.
Luego de escuchar ese discurso me quedé muda intentando digerir el significado de sus palabras. Después de unos segundos me decidí a hablar.
―Puede que tengas razón, pero masturbarme no me da vergüenza, considero que es algo normal. Lo que me da vergüenza es hablar sobre el tema con otra persona, de por sí me avergüenza hablar de sexo con otros. Creo que por eso comencé a soltarme con Ismael ―Sebastian asintió y acto seguido anotó algunas cosas en su libreta; pagaría un millón de dólares para saber qué es lo que escribe allí.
―Vamos avanzando. De todas formas vos dijiste que además de contarle que te masturbás le contaste cosas que te avergüenzan. Ese “además” quedó haciéndome un poco de ruido. ¿A qué te referías con ese “además”?
―También hablaba de la masturbación.
―Pero no le la masturbación en sí, sino no hubieras dicho “además”. A mí me parece que hay otros detalles de ese acto s****l que te producen vergüenza.
Debía reconocer que él tenía una gran capacidad para detectar las palabras exactas que me exponían. El corazón comenzó a latirme cada vez más deprisa. Sentí una extraña acumulación de vergüenza y… calentura. Me da pudor admitirlo pero en ese momento se me empezó a mojar la v****a, y el incesante revoltijo en mi interior se volvió incómodo y a la vez excitante. Tragué saliva y dije:
―Es cierto, me refería a otras cosas que normalmente no le contaría a nadie.
―¿Cómo por ejemplo?
―Que me penetro con el mango de un cepillo para el pelo. ―Ni siquiera yo podía creer que hubiera confesado semejante cosa, pero en ese preciso instante sentí una especie de vértigo en la boca de mi estómago; pero no era atemorizante, sino cautivante, inmoralmente atractivo.
―Ajá ¿y por qué te produce vergüenza eso? ―Sebastian continuó hablando como si nada raro ocurriera. Tal vez ya estaba acostumbrado a escuchar confesiones de este tipo. Debía ser como un ginecólogo examinando una v****a, que al estar trabajando, y al hacerlo tan a menudo, ya ni se excitaría al verlas.
―¿No te parece obvio?
―La verdad es que no.
―Porque ya estoy grande para andar haciéndome la paja… y peor aún, usando cosas para metérmelas. Cualquiera que supiera eso pensaría que estoy loca, que soy una pajera… y que me meto eso porque no puedo conseguir una v***a de verdad.
―Eso último que dijiste es muy interesante. ¿De verdad creés que no podés conseguir un hombre que mantenga relaciones sexuales con vos?
―Si pudiera conseguirlo no estaría pajeándome con el cepillo. ¿No te parece? ―A toda la acumulación de emociones que ya tenía, se le sumó, otra vez, la bronca.
―Lauren ¿alguna vez tuviste sexo con un hombre?
―¡Claro! No soy virgen.
―Está bien, no te enojes, tenía que preguntarlo para estar seguro. Pero ahora no entiendo qué te lleva a pensar que no podés conseguir un hombre, si ya lo has hecho en el pasado.
―Porque son todos una mierda, y ninguno se fija en mí. No soy una mina linda, ni soy la putita que se les va a abrir de piernas apenas le muestren una v***a. A veces pienso que la solución sería ser más puta y dejar que me coja el primero que se cruce en mi camino.
―¿La solución? Entonces el no conseguir hombres es un verdadero problema para vos, evidentemente te afecta más de lo que creés.
―¡Claro que me afecta! ¡Hace como tres años que no me meten una v***a de verdad! ¡Ya no aguanto más! ¡Quiero que me den una buena cogida!
Estaba enojada, frustrada e impactada, mis palabras eran mucho más crudas y directas. El decir cosas como esas no era para nada normal en mí. Por lo general ni siquiera me atrevía a usar las palabras “v***a” o “coger” en público; pero esta vez sentía que ese vocabulario soez luchaba por manifestarse en mi boca, y en cierta forma hasta lo encontraba excitante.
Sebastian se mostró muy tranquilo y profesional, se limitó a hacer otra anotación en su libreta y sin mirarme me dijo:
―Se nos está terminando el tiempo por hoy, me gustaría que te tomaras un momento durante la semana para aclarar tus ideas con respecto al sexo y por qué te hace sentir de esta manera. Me gustaría además que escribieras en tu diario tus anécdotas sexuales, no para que me las cuentes todas a mí; sino para ver si encontrás vos solita algún punto de inflexión, algo que te haya llevado a alejarte de los hombres.
―Yo no me alejo de los hombres, ellos se alejan de mí.
―No lo creo, sos una chica bastante atractiva y simpática, estoy seguro de que si te propusieras iniciar una relación, ya sea casual o formal, con algún hombre, podrías conseguirlo; pero hay algo que te lo está impidiendo. Acordate de lo que te dije, el problema no son los hechos, sino lo que vos pensás acerca de ellos. Juntos tenemos que descubrir qué pensás acerca del sexo, y qué te limita a seguir disfrutando de algo que, evidentemente, te gusta; de lo contrario no hubieras dicho que “ya no das más” y que querés… acostarte con un hombre.
Poco después de que me dijera eso me fui del consultorio y vine directamente a escribir todo esto. Sé que no usé todas las palabras exactas de lo que conversamos, pero más o menos la idea es esa. Así que bueno Ismael, vas a tener que leer sobre mis experiencias sexuales, puede que me ayudes a saber por qué me siento tan mal cuando pienso en sexo. Pero eso lo dejaremos para otro momento, ahora me gustaría acostarme, para pensar un poco. ¡Hasta la próxima!