Hedrick caminó con sigilo y la vio a ella, sentada en el escritorio, tecleando en una computadora portátil. El cabello azabache lo tenía suelto y le lucía hermoso, como si fuera un río de oscuridad. Todavía tenía el mismo camisón de seda azul y eso era demasiado provocador. Se le acercó por la espalda y le dio un beso lento en la mejilla. —¡Oye! —exclamó Heleanor, sorprendida y dejó de trabajar en el aparato tecnológico—. Estás todo sudado. —Ella se acordó de la presencia de su mejor amiga y temía que los descubriera. En la tarde, casi lo hace, pero advirtieron a tiempo y lograron disimularlo con total normalidad—. ¿Y Hanna? —No te preocupes. Está bañándose, por eso me he colado en tu cuarto. —Hedrick se quitó el suéter y le mostró su torso marcado. —Vaya, había olvidado que tenías un c